II. Arquel

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Dos semanas después.

A pesar de todo el peso que llevaba sobre sus hombros, decidió al final continuar con su camino. No podía dejar que la pena y la tristeza se apoderaran de ella. Debía continuar hasta llegar a ese campamento. Por Hank. Era lo mínimo que podía hacer. Aun así, no creía que le fuese posible seguir avanzando en ese mundo. No sin él.

Compró un boleto de autobús para las cuatro. Esperó toda la tarde. No tenía reloj, y tampoco leía la hora. En el bus, buscó asientos donde no hubiera gorgonas ni arpías vestidas de ancianitas. Por precaución, se sentó al lado de la ventana de emergencias, que pudo identificar por las letras rojas. Había un par de turistas y una familia de un padre y una niñita. A Arquel le entró pena. Ojalá en el campamento logre recuperar sus memorias. Deseaba más que nada reencontrarse con su familia. Aparte de que regrese Hank. Durante el trayecto, practicó su lectura con las palabras de la ventana.

-Em. Emer. Gggen. Cia. Emérgencia- susurraba. Practico una y otra vez.

Llegó a la ciudad de Nueva York cerca de la media noche.  Era el viernes 3 de julio, y la la brisa era bastante fría. Cerro bien el su chaqueta y acomodó las cintas de su mochila. Caminó por un par de cuadras, viendo la ciudad. Le impresionó los altos edificios y lo brillante que era. Ya había visitado algunas ciudades en su viaje, pero ninguna se comparaba como esa. 

Caminaba distraídamente cuando oyó un bocinazo. Retrocedió antes de ser atropellada. El taxista le gritó un insulto y dobló una esquina. Recuerda, mira ambos lados de la calle antes de cruzar. Después de estar merodeando, le preguntó a un policía, entre tartamudeos, dónde quedaba el Campamento Mestizo. El señor arqueó la ceja, y la miro como "¿de qué me está hablando esta loca?". Arquel se corrigió y le preguntó en dónde quedaba Long Island. El señor señalo hacia una calle a la izquierda, en dirección hacia Queens. Le indicó que siguiera de frente, y luego pidiera un taxi. De allí Arquel le agradeció y siguió con su camino. 

Ya era demasiado tarde para continuar. Busco un par de hoteles. Preguntó en uno el precio para una habitación, pero estaba fuera de su presupuesto. En otro, todas las habitaciones estaban ocupadas. En uno, ni su quiera la dejaron entrar. Claro, su apariencia no era la mejor: los bordes de sus pantalones estaba hecho jirones, su cara estaba tan manchada que parecía haber trabajado toda su vida en un taller y apestaba a cloaca. Si los mortales supieran por lo que pasó, entenderían. No encontraba ningún lugar donde hospedarse. 

Se sentó en banca apenas iluminada por un poste de luz. Como deseaba de Hank estuviera allí. Él sabría cómo encontrar una habitación cálida, con una cama, y luz. Necesitaba reposar y cerrar los ojos, aunque sea solo para volver a ese extraño sueño. 

Estaba considerando dormir en esa banca cuando escuchó un sonido. Saltó en un segundo detrás de la banca. Estaba preparada para cualquier enemigo. Prestó atención, por cualquier sonido o movimiento. Después de unos minutos, no pasó nada. Se enderezó lentamente, con la daga en mano. Al ver que nada sucedía, la guardó. 

Bajó por la calle, pero no duró un tiempo hasta que un perro volcó un tacho de basura. Arquel se asustó tanto que por poco hubiera matado al can. El animal se fue corriendo, calle abajo. Arquel esquivo la basura y siguió caminando, pero algo llamó su atención. Retrocedió unos pasos hasta el callejón. Vio una puerta vieja, cubierta de tablas. Arquel se metió. Limpió un poco de polvo sobre las tablas. Se notaba que estaba abandonado. Tal vez era el lugar ideal para refugiarse. Aparto una de las tablas y se metió.

Se encontró en medio de un vestíbulo a oscuras. No tenía linterna, así que uso sus poderes. Se concentró, y  su mano empezó a brillar. Espero un poco más hasta tener la luz suficiente para ver el camino. En el vestíbulo, el piso estaba podrido, y el papel de las paredes estaba rasgado.

Termino saliendo al escenario, literalmente. Estaba en un escenario cubierto de polvo, con unos objetos olvidados: sillas del siglo XV, la cabeza de un caballo desteñido y unos zapatos de tap. En frente, había plateas de tela roja cubiertas de telaraña. Algunas estaban rotas, o faltaban. Eran como unas quince filas. O más. En el techo, una cúpula de cristal destrozada, con bordes de oro en forma de flores y enredaderas. Era un basurero de teatro, pero debió ser una belleza en su época.

Había una buena luz, así que apagó su mano. Se sentó al borde del escenario y se quitó la mochila. Ya que no había nadie, se despojó de la camiseta. Estaba manchada de sangre seca, y apestaba a estiércol. La tiró a un lado, encima de las plateas. Se quitó la venda del cuerpo, con sumo cuidado. Como supuso, la herida se había cerrado. No hay ni siquiera manchas ni costras. Se curó por arte de magia. Gracias factor de curación. Se puso un polo rosado de mangas largas. Guardó la venda en su mochila y sacó una galletitas. 

Mientras comía, se imaginaba a todo el público en esos asientos. Dedujo que el edificio era del siglo anterior. Se imaginaba a los hombres con sus mostachos grandes y sus blancos guantes, mientras que las mujeres llevaban vestidos carísimos, llevando pieles de tejón y sombreros ridículos. Se mató de la risa. 

Al terminar de comer, se puso de pie, sacudiéndose el polvo. Se limpiaba de las motitas del cabello cuando le echó un vistazo a los zapatos. Estaban cubiertos de polvo, pero no parecían tan malgastados. Entonces, se le ocurrió una idea. Guardó sus zapatillas en la mochila y se probó los de tap. Le quedaban un poco flojos, pero esperó un poco más. Sus pies se agrandaron una talla, y le quedaron perfectos. Otro poder de Arquel: hacer que todo le quede. 

Caminó hacia el centro, haciendo sonar sus zapatos. Resonaba el eco por todo el edificio. Miro hacia el público, esperando a que hagan silencio para empezar el número. Una madre le estaba callando a su bebé que lloraba, mientras que uno de los empleados sacaba a un vagabundo que se había colado. Ya con el público callado, empezó la función. Marcó el ritmo de la música con el talón. Tap, tap, tap, tap, tapum. Tap, tap, tap, tap, tapum. Y continuó con el ritmo avanzando, chascando los dedos. Y continuo bailando por todo el escenario, haciendo tamps, bursh y saltando. Y la gente la vitoreaba más y más y cada vez más fuerte. Ella hacia un paso y la gente le contestaba con aplausos. Al final del número, se fue a la esquina, y de allí, se fue a la otra esquina, dando vueltas y resonando sus tacos. Y terminó con un gran salto. 

Recibía los aplausos y las rosas que les daba. Sonreía alegre, respirando agitadamente y sudando un poco. Parecía que sus preocupaciones nunca existieron, como si se hubiese pasado toda su vida bailando. Entonces, se percató de que los aplausos eran reales.

Ya había visto cosas extrañas en su vida, pero por poco se mataba del susto. En medio de las plateas, había una mujer de cabello negro liso, bien cuidado. Llevaba uno de esos vestidos ajustados con estampado de escamas verde. Tenía puesta unas muñequeras de metal. Sus uñas eran largas y curvas, pintadas de verde pantano. Sonreía de manera maliciosa, y tenía una mirada asesina. 

-Bravo. Bravísimo - paro de aplaudir y se apoyó sobre los asientos delanteros. - He visto mejores números, pero tienes talento. Deberías practicar más.

Los instintos de Arquel le decían que era un monstruo muy poderoso. Y, a juzgar por su belleza, debe ocultar a una criatura espantosa. Quería sacar su daga o la espada es su mochila, pero la mujer podría atacarla. Debería esperar.

-¿Quién eres?- preguntó.

-Es algo obvio, aunque claro, luego no va importar. Pronto vas a estar muerta.

-No si mi espada te mata primero.

Dio una risa amarga, acompañada de una carcajada malvada.

-Oh, los dioses son tan ineptos. No creo que tus armas te servirán, querida.

-¿Por qué?

-Hay, mi querida, si supieras por cuanto he pasado, aprenderías mejor de los errores. Cada vez que me regenero en el Tártaro, me hago más poderosa, indestructible. Así que tu espadita solo me servirá como mondadientes.

-Peleare a mano, entonces. Morirás antes de que me comas.

-Yo nunca dije que yo era la que te comería- y señaló el techo. 

Justo una gota de saliva cayó sobre el hombro de Arquel. Arriba de ella había un perro rabioso de pelaje negro y con dos cabezas y ojos rojos y asesinos.

-Ortro, cariño- se dirigió la señora al perro-, ya es hora de cenar.-Y el perro saltó al ataque.



La chica de dos mundos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora