L. Arquel

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Ya estaba muy lejos del campamento  en llamas. A varios cientos de metros se elevaba una delgada columna de humo. Se dirigía hacia el lugar donde dejó a Escites. Pero su sorpresa fue grande cuando vio que había desaparecido. Las ramas que lo habían aprisionado estaban rotas. Arquel estaba frustrada. Ese escorpión lo había hecho.

Escuchó algo acercarse entre los arbustos. Se giró, preparada para pelear. Pero se sorprendió de ver una pequeña serpiente dorada. Se arastraba entre la hierba, acercándose a la chica. Se detuvo un toque, para levantar la cabeza y mirarla. Su frente briló, e hizo una pequeña reverencia. Majestad, agregó.

No sabía bien cómo reaccionar. Nunca antes la había llamado de esa manera, y menos una serpiente mágica. Se arodilló al suelo, extendiendo el brazo. La serpiente se arastró hasta ella y se subió por su antebrazo, enrollándose en ella. Llegó hasta su hombro, donde la miró con curiosidad. No paraba de sacar la lengua, provocándole cosquillas a la chica. Ella reía como una niña pequeña. Era como si siempre hubiera sido su mascota. Pero en su oído estalló el grito del reptil: ¡Cuidado!

Arquel pudo esquivar a tiempo las garras que la iban a matar. Retrocedía a  grandes brincos, alejándose del monstruo. Era un hombre tigre, con ojos verdes de serpiente. Le rugía a la chica, furioso, dispuesto a matarla.

Logró a agarrarla por el pescuezo y estamparla contra un tronco. Le mostraba los colmillos, como toda una fiera. La serpiente de Arquel saltó hacia él, atacándolo, mordiéndole la nariz. El monstruo dejó a la chica, tratando de quitarse al pequeño reptil de encima. Volaba con sus pequeñas alitas, lanzándole mini bolas de fuego. ¡Corra! ¡Corra!, le decía a Arquel con su pequeña vocecita.

La chica volvió a huir, tratando de alejarse lo más lejos posible de ese tigre. El monstruo había logrado apartar a la pequeña serpiente voladora con un manotazo, y se dispuso a perseguirla.

Corría en cuatro patas, a toda velocidad, como si fuera un lepoardo. Arquel no podía correr tan rápido como antes. No había logrado recuperar todas sus fuerzas. Apenas lograba levitar del piso.

No le tomó mucho al tigre para alcanzarla. Se tiró sobre ella, estampándolo contra el piso. La volvía agarrar del cuello, esta vez clavándole la punta de sus garras.

-Ya te tengo-dijo el monstruo.

De pronto, algo lo cogió por el cuello. Lo elevó del suelo una cola de escorpión que lo agarraba por el pescuezo.

-¡Eres un maldito, Escites!-le gritó el tigre.

El chico tiró lejos al enemigo, mandándolo a volar contra un árbol. Escites se fue hacia Arquel, la cargó por las axilas y salió corriendo.

-¡Donde estar tú!-le preguntó en inglés.

-¡Te estaba buscando! ¡La próxima vez que te advierta sobre las cazadoras de Artemisa, no me cubras la boca con una estúpida rama!

El tigre volvió a perseguirlos, con su furia quintiplicada. Volvió a lanzarse sobre ellos, con las garras extendidas. Escites empujó a un lado a Arquel, y recibió el ataque. Las manos de ambos monstruos se agarraron con fuerza, empujándose para derivarse el uno al otro.

-¡Cómo se te ocurre traicionarnos, hermano! ¡Y en especial por alguien como ella! ¡Tú sabes lo que es, y sabes lo que los de su raza nos ha hecho por milenios! ¡Deberías matarla, no protegerla!

-¡Lo sé, estoy demente, Agatirso, ni si quiera yo sé lo que estoy haciendo!

Pudo darle una patada en el estómago. Lo empujó lejos, y levantó las colas para pelear. Con ellas bloqueaba los golpes y garras de su hermano. No podía atacarlo, porque, aparte de ser uno de los hombres más rudos y violentos del ejército de monstruos, no tenía el corazón para herir a su propio hermano. Pero parece que Agatirso no le importaba.

Pudo agarrarle una de sus colas, y lo giró como si fuera una bola con cuerda para lanzar. Escites gritaba, mientras que todo a su alrededor se volvía manchas borrosas. Cuando Agatirso lo soltó, el hombre escorpión se estrelló con un árbol. Al caer al piso, gemía del dolor. No sabía si lo que se rompió fue una rama o un hueso. ¿Por qué estaba peleando con mi hermano, si es que alguien puede recordar?

Agatirso apoyó su pie sobre el pecho de Escites, y colocó sus dos garras en su manzana de Adán.

-Me da pena hacer esto. Tú me agradas más que el loco de Gelono. No quisiera enviar a mi hermano menor al Tártaro, pero tu traición es inaudito...

Sus palabras fueron interrumpidas por Arquel. Ella colocó sus dos manos al lado de su cabeza, prendiéndolas. El tigre gritaba del dolor, sentía como si hubieran metido su cerebro dentro de un microondas. Y prácticamente eso pasaba. Estelas de humo echaba su cabeza. Fue muy rápido. Justo cuando media cabeza fue carbonizaba, Agatirso estalló en una nube de polvo dorado.

Arquel respiraba agitadamente. Nunca antes lo había hecho. Y no lo volvería hacer: fue horrendo. Escites miraba los restos de su hermano con lágrimas en los ojos.

-¿Escites?-le preguntó.

Este se despertó del trance, recordando que ella lo observaba.

-Bueno...-dijo él, sorbándose un poco la nariz. -Ya sabes. Es.... duro ver esto.

En un acto de consuelo, ella se arrodilló junto a él y lo abrazó.

-Perdóname-le dijo en griego antiguo. -No le hubiera hecho daño a tu hermano si no hubiera amenazado tu vida. Y menos de una manera tan cruel-un par de lágrimas se derramaban de sus bellos ojos ámbar. -Es que no quería que te hiciera daño. Y me pareció mal que dos familiares se hagan daño mutuamente.

Escites miraba asombrado a la chica. No sabía si era sincera o lo hacía por pena. Se mintió a sí mismo, diciendo que lo hacía porque lo quería, y dejó recostar su cabeza sobre su hombro, llorando un poco más.

-¿Me odias por eso?-le preguntó Arquel.

Él negó con la cabeza.

-¿Y seguirás conmigo, sin importar lo que pase?

No estaba muy seguro de ello, pero terminó asintiendo. En definitiva había perdido la cabeza.

El siseo de una serpiente los interrumpió. La serpiente dorada de Arquel los miraba con curiosidad. Arquel ayudó a Escites a levantarse del suelo. Le tendió la mano a la serpiente para que se subiera. Estaba aliviada que nada malo le halla pasado.

-¿Y eso?-le preguntó Escites, señalando al pequeñín.

-Él y un grupo más me salvaron la vida de las cazadoras. Dijeron que... mi padre las envió para salvarme.

Justo a lo lejos se escuchó una explosión. La columna de humo siguió creciendo, y se vieron algunas lechuzas despegar.

-Hablando del tema-dijo Escites. -Vamos, hay que irnos antes que nos...-estaba tirando del brazo de Arquel cuando, al dar un paso, activó un símbolo extraño. Era un triángulo, un término geométrico al parecer.

Bajo sus pies se abrió una plataforma, y la tierra se los engulló. Antes que se escucharan sus gritos, la tierra se cerró.

La chica de dos mundos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora