XLIII. Arquel

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Hank se agachó antes que la luz de Arquel dejara a todos ciegos. Los hombres peces se tiraron al piso del dolor, y los monstruos gemían. Aprovechando la distracción, ambos semidioses se dirigieron hacia la salida. Estaba sellada por una puerta gruesa de metal. Pero eso no los detuvo. Arquel cargaba sus puños con su luz y energía y golpeaba la puerta, abollando el metal.

Cuando Phorcys se recuperó de la ceguera, ordenó a sus secuaces:

-¡Maten a esos desgraciados!

Hank tuvo que apartar a Arquel para que un tentáculo no la aplastara. Los pulpos se lanzaron sobre ellos, y los hombres peces sacaron sus tridentes mágicos. Los chicos habían tirado sus cosas. Estaban desarmados.

De pronto, Arquel sintió una voz dentro de su cabeza. Tu poder... dijo la voz. Usa tu luz... y mátalos. Mata a los monstruos con tus flechas de luz... Un terror le vino. Nunca antes eso le había pasado. Pero no era hora de indagar el origen de la voz. Siguiendo sus indicaciones, Arquel se concentró y prendió su luz. Cargó una buena cantidad, y la hizo material. Creó una flecha echa de luz, y la lanzó al primer hombre pez que vio, estallando su cabeza.

Todos los presentes estaban impactados. Incluso los dioses estaban con los ojos como platos. Arquel sudaba un poco, pero estaba bien.

Continuó lanzando flechas de luz, hacia los secuaces y los pulpos, haciéndolos papilla. Hank usaba sus puños para pelear contra los hombres peces. Logró quitarle el tridente a uno, y con él mataba a sus enemigos.

Más y más secuaces venían por los pasillos. Arquel estaba empezando a cansarse. Si seguía así sus fuerzas se gastarían. Así que concentró sus poderes en una flecha más gruesa, y la disparó hacia la salida. La explosión afectó a varios hombres peces, haciendo que salieran volando. La luz del sol entró a la sala, iluminandolo.

Hank corría tirando de la muleca a Arquel.

-¡¡¡NOOO!!!-escucharon gritar a Ketos furiosa.

Ella y su bestia les bloquearon el paso.

-¡¡Ustedes no saldrán con vida!!

El monstruo los embistió. Hank y Arquel saltaron a un costado. Unos hombres peces cogieron del piso a Hank y lo arrastraron, mientras que este luchaba por liberarse. Arquel no tuvo tanta suerte. La bestia de Ketos la había agarrado con la boca, incrustándole sus colmillos por el abdomen. La chica gritaba mientras ríos de sangre se derramaba. Ketos y Phorcys quedaron boca abierta al ver su sangre.

-No es posible...-dijo pasmado el anciano. Había palidecido. -Pero si eres una mortal...

Hank había logrado liberarse, y con un tridente, saltó sobre la espalda del monstruo, clavándole. La bestia tiró a Arquel para poder gritar del dolor mientras que Hank repetía el proceso varias veces. La chica chocó contra una columna, casi sin aire y fuerzas para levantarse.

Vio que la bestia estaba fuera de control. Se agitaba como loco y destruía las columnas solo para quitarse al mortal de encima. Parte del techo empezó a quebrarse, hasta que enormes bloques de cemento cayeron sobre la bestia. Se escuchó sus huesos romperse, y una enorme nube de polvo cubrió el lugar.

-¡Hank!-gritó Arquel.

Buscó en su interior un poco de fuerzas para levantarse y correr hacia los escombros. Movía las rocas desesperadamente, tratando de buscarlo. Las lágrimas en sus ojos dificultaban las cosas. Encontró cadáveres de hombres peces y pedazos de metal doblados. Incluso vio los restos de la bestia antes que se desintegrara en partículas de polvo dorado. Pero no a él.

Al final, después de varios minutos, lo encontró... y se le partió el corazón. Un bloque gigantesco le había aplastado medio cuerpo, y un fierro le atravesaba el hombro derecho. Su cara estaba partida y llena de sangre fresca.

Corrió hacia él, sin parar de llorar. Le sostenía la mano con fuerza. Su pulso era lento, y respiraba silbando. Trataba de ver si podía hacer algo, pero era inútil.

-No, no...-sollozaba.

Hank le dedicó una mirada triste, llena de lágrimas, y luego cerró los ojos, muriendo apaciblemente.

Arquel respiraba agitadamente. No podía creerlo. Su cuerpo no paraba de temblar. No quería ver otra muerte de alguien, y menos la de él.

Se echó sobre el pecho de Hank, estallando. No paraba de llorar y gritar. Sentía un inmenso dolor dentro de ella, como si le hubieran arrancado el corazón o quitado el alma. Parte de ella había muerto junto a él.

...

Arquel abrió los ojos lentamente. Se había vuelto a desmayar. Escites la miraba un poco sorprendido. Recién se dio cuenta de las lágrimas sobre sus cachetes.

-¿Estás bien?-le preguntó el escorpión.

-Sí, sí...- dijo ella distraídamente mientras se limpiaba la cara con las manos.

La ayudó a sentarse sobre el césped. Había caído inconsciente en los brazos del muchacho todo este tiempo. Trataba de recomponerse de lo de antes. Una vez que su respiración se regularizó, Escites decidió hablar.

-Hey, tengo que decirte algo... No creo que debamos seguir juntos.

-¿Qué?

-Mira, gracias a ti ahora todos mis camaradas se pondrán en mi contra y me van a a matar por salvar tu vida. Será mejor que nos separemos.

-¡Pero me tienes que llevar donde tu jefe!- se levantó de una Arquel, gritando en griego antiguo, pero se mareó horrible. Escites tuvo que agarrarla para que no se cayera.

-Entiende. Van a cazarme como a una presa.

-¡A mí también me han estado fastidiando mucho pero sigo de pie!-continuaba molesta. -¡El único modo de detenerlos es si tú me guías hacia ellos...

-Alto-la calló Escites.

-¡Oh no me calles, tú maldito trai--

Escites le cubrió la boca con su mano. La arrastró hacia un árbol y se pegó a él, agarrándola con fuerza para que no escapara. Arquel estaba sumamente molesta. ¿Qué le pasaba? El escorpión miraba el cielo preocupado, tratando de que las hojas del árbol los ocultara.

-Algo se acerca-le advirtió.

Vieron cruzando por los aires a una lechuza blanca, seguido por tres pegasos del mismo color. Sobre sus grupas habían unas jovencitas con arco y flecha. Se dirigieron al interior del bosque, no muy lejos de su ubicación.

-Mierda-Escites había palidecido.

Aprovechando que estaba distraído, Arquel tocó el tronco del árbol. La voz dentro de su cabeza había vuelto, dándole nuevas indicaciones. Usó un pequeño pulso de magia en la madera, hechizándolo. Las ramas bajaron hacia ellos, y cogieron al escorpión. La chica logró liberarse de sus brazos mientras que las ramas agarraban con fuerza al monstruo que maldecía.

-¡Suéltame!-le gritaba a la chica.

-¡No!-dijo ella.

Una vez inmovilizado, Arquel empezó a indagar. ¿Quiénes eran esas chicas? ¿Por qué montaban pegasos? ¿Acaso eran semidiosas? Había algo que le inquietaba.

-Quédate aquí-le dijo a Escites. -Ya vuelvo.

-¡Qué! ¡No, no vayas con ellas! ¡No es seguro! ¡Ellas son...-pero una rama calló al escorpión.

Gritaba a todo pulmón, tratando de advertirle a la chica, mientras que esta se iba metiendo a las entrañas del bosque. No sabía la estupidez que iba a cometer.

La chica de dos mundos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora