XXXIX. Arquel

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Una nube oscura de hadas malvadas salió disparada desde la tapa de una cloaca. Atacaron a los civiles con furia. Cientos de esas cosas estaban esparcidas por la ciudad. Un grupo de ellas había pasado frente a las narices de Arquel, haciéndole daño. Escites, por puro reflejo, la agarró antes que cayera al piso. Estaba inconsciente, con el rostro lleno de rasguños. La agitaba para despertarla, pero le era imposible.

Un enorme grupo de doxys volaron sobre ellos, mirando con una insaciable hambre salvaje a la semidiosa. Escites no sabía si dejarla a la merced de sus compañeras... o salvarle la vida.

...

La noche anterior, después del vuelo con los pegasos, lograron conseguir una habitación en un hostal. Sorprendentemente ningún oficial los reconoció ni nada de eso.

A la mañana siguiente se fueron a una estación de buses para tomar el siguiente a su destino: la ciudad de Nueva York. Cada vez estaban más cerca del campamento. Lamentablemente, el lugar estaba repleto; había cientos de cientos de turistas que salían y llegaban a la ciudad. La fila para comprar los boletos era inmensa, los buses que partían estaban repletos de pasajeros. Lo mejor era esperar a que la cosa se aligere hasta la tarde para comprar los boletos.

Mientras tanto andaban paseando por allí, curioseando, viendo las tiendas y probando los bocadillos de las cafeterías modestas. Pero lo que le llamó más la atención a Arquel fue un gran edificio celeste buen cuidado donde iban muchas personas. Cuando le preguntó a Hank qué era, le dijo que era el acuario de la ciudad. A Arquel se le metió la curiosidad. Nunca antes había estado en un acuario, o al menos no recordaba estar en algo similar.

Viendo que tenían algo de plata, Hank se ofreció a llevarla a ver los animales acuáticos. Era una buena forma de pasar el tiempo, hasta que sea hora de irse. Compraron dos boletos e ingresaron al edificio con los brazos entrelazados. Hank hizo que Arquel estuviera pegado a él durante todo el camino. No quería que se separara y se perdiera por una estupidez.

Pero ella estaba absolutamente fascinada por todo. Miraba con la boca abierta a las criaturas marinas, desde los peces pequeños hasta las orcas grandes.

En el camino, una empleada de pelo oscuro y una gran sonrisa les ofreció una guía por el lugar, acompañados de otros turistas, pero Hank le dijo que no. Como la mujer no paraba de insistir, tuvo que llevarse a Arquel a otra sección, una lejos de esa mujer. No sabía por qué, pero le daba un mal... ¿presentimiento?

Igual continuaron con la visita. Era fascinante la clase de criaturas que había. Arquel se preguntaba si habrían más animales igual de magníficas y hermosas por otras partes del mundo, o incluso mayores que esas.

Estuvieron los dos juntos observando un gran banco de peces que brillaban de diferentes colores cuando cambiaban de dirección. Hank vio en los ojos de Arquel un brillo de alegría.

-¿Te gusta?-le preguntó. La chica asintió rotundamente la cabeza. -¿Has ido alguna vez con tus padres a un acuario?

La sonrisa de Arquel desapareció, y bajó la vista apenada. Hank recordó que ella no recordaba nada en su vida. Tartamudeó una disculpa, pero fue algo estúpido lo que dijo.

-Bueno...-trató de pensar en otra cosa para animarla. -Una vez en el campamento mestizo... todo irá bien.

Arquel volvió a sonreír. Hank se sentía aliviado de no volver a malograr su relación. Estaba también bastante emocionado por llegar al campamento. Un poco más y estará en su verdadero hogar, donde pertenece. Podría cumplir la promesa a su padre.

Pero se sorprendió al sentir unos dedos enroscados con los suyos. Sintió la palma de la mano de Arquel caliente cuando la juntó con la suya. Miró a la chica, sorprendido por el afecto. Ella voletó a mirarlo, sonrojada. Posó su otra mano detrás de su cuello.

-A-Arquel...-dijo Hank, nervioso.

No sabía qué iba hacer. Ni si quiera ella misma sabía qué estupidez estaba por hacer. Simplemente se decidió hacerlo, esperanzada de que Hank le correspondiera su amor. Se subió sobre los dedos de sus pies, y lo besó. Fue un leve toque de labios. Hank estaba con los ojos saltones, sorprendido. No esperaba ese tipo de cosas de ella.

Cuando apartó los labios, vio que Hank la miraba atónito. Un par de gotas de sudor resbalaban por su sien. En seguida Arquel comprendió sus sentimientos. Se puso más roja que antes, y apartó las manos, bajando la vista. Qué tonta había sido.

Entonces, uno de los acuarios estalló.

La chica de dos mundos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora