XIV. Arquel

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Ella ya estaba en la cima de la colina Mestiza. Descansó un poco sobre el tronco del pino. Era más agotador subir la colina caminando que corriendo. Se dio cuenta que en una de las ramas reposaba un obesillo, muy precioso, hecho de oro. La estatua a su costado la miraba con el ceño fruncido, diciendo "Que decepción. Apenas llegas y ya te rindes de una vez". 

Miró por el horizonte: muy al fondo, casi invisible, se alzaban unos rascacielos, que parecían bloques de construcción grises. Nueva York. La gran manzana.

Su intuición le decía que no vaya, que se alejara lo más lejos posible del estado, pero había algo en la ciudad que la llamaba la atención. Alguna clase de fuerza. Había pensado que el Campamento se encontraba allí, en medio de unas manzanas, camuflado con una bodega abandonada o flotando en las orillas de los ríos, igual que un yate. Por eso pensó que Long Island era más bien una calle, no una isla. 

Aparte, sus instintos le decía que posiblemente sigue suelto ese perro de dos cabezas y la loca de Equidna. Estaría en territorio enemigo.

Se separó del pino. Estaba dispuesta a marcharse ahora. De detuvo en el límite, a un solo paso de salir del territorio mestizo. Se supone que nadie podía ver el límite, ninguno de los campistas. Pero Arquel era la excepción. Podía ver una fina línea dorada sobre el pasto, extendiéndose en un círculo alrededor del valle.

Estaba a un solo paso de irse, a un solo paso de largarse. No estaba tan entusiasmada con la idea, pero era lo correcto.

¿O no? ¿Qué pasa si cometía un error al irse? ¿Que era mejor quedarse, como el resto le pedía? ¿Y qué pasará con todo el esfuerzo y el sacrificio que tuvo que pasar para llegar? ¿Qué diría Hank?

...

Era media noche cuando cruzaron la frontera, al día siguiente después de que se conocieron.

Hank y Arquel se ocultaron detrás de unas rocas. No querían que los policías los vieran. A su lado, pasaba la carretera, atiborrado de vehículos en fila, pasando lentamente por el peaje del límite de México con Estados Unidos. Al costado había varias patrullas de policías. 

-Ven- le susurró Hank y la tomó de la mano. 

Sin saber por qué, a Arquel se le aceleró el corazón.

Hank, a la mañana, le dijo su plan para llegar a los Estados Unidos. Como ninguno de los dos tenía pasaporte ni documentos, tendría que entrar al país como ilegales. Debían despistar a los policías y huir por el desierto como unas sombras.

Arquel se preguntaba, ¿cómo Hank llegó al otro lado de Estados Unidos? Le había contado que su anterior campamento, en la Nueva Roma, quedaba en San Francisco, pero estaba en la frontera de México. Tal vez no recordara varias cosas, pero todos esos estaban en diferentes lugares del mundo.

Se ocultaron detrás de otras rocas, ya más lejos de la carretera. En medio de la oscura noche del desierto, se podía ver un riachuelo. No había nadie a la vista.

-¿Estás lista?- le preguntó a Arquel.

A pesar de estar muy nerviosa, asintió. Corrieron al lado de otras rocas. Pasaron entre unos cuantos cactus y árboles del desierto. Estaban a pocos metros del límite, cuando una la luz les cegó.

-¡Alto allí!- escucharon. -¡Levanten las manos donde pueda verlas!

No se fijaron en la patrulla oculta. Las rocas eran tan grandes que lo cubrían perfectamente. El plan había fallado. 

Obedecieron al oficial. Otros policías salieron del vehículo y estamparon a los chicos contra el suelo. Los esposaron y los metieron en la patrulla. Ambos se apretujaron en los asientos traseros, acompañados de un señor mexicano, con su sombrero y su poncho con estampados de jalapeños. Cuando los oficiales entraron a la patrulla, encendieron su radio y le comunicaron a sus compañeros.

La chica de dos mundos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora