XXV. Arquel

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Arquel odiaba esta situación de estar buscada por la ley. Era imposible desplazarse. No podían tomar autobuses o andar por una gasolinera sin que alguien llamara a la policía. El único modo de moverse era corriendo, literalmente. Arquel tenía que cargar a Hank en su espalda. Lo malo era que apenas avanzaban diez kilómetros sin que Arquel cayera inconsciente por media hora.

Por primera vez en días Arquel estaba realmente cansada. Sentía que sus pies iban a estallar de dolor. Lo único bueno era en nuevo poder que descubrió: el factor de regenerarse.

La otra noche estaba examinando sus pies. Estaban hinchados, llenos de ampollas, y como sus botas se habían destrozados, las rocas habían hecho cortes por toda la planta. Hank estaba a punto de darle ambrosía a ver si sanaba, cuando uno de los cortes largos se cerró y cicatrizó. El resto de las heridas también empezaron a cerrarse y el pie se desinflamó. Hank nunca había visto algo así, nunca. Los semidioses siempre estaban asociados con néctar y ambrosía. Era una maravilla que un semidiós pudiera curarse de sus heridas.

Era el noveno día de viaje de Arquel, pero de Hank, uf...

Acamparon al borde del bosque de Iowa. Era muy arriesgado ir a la ciudad. Hank estaba poniendo más madera a la fogata mientras que Arquel reposaba sus pies. Hace como una hora que acamparon y la forma de sus pies estaba regresando a la normalidad. Aún con ese factor de curación Hank vendó sus pies.

Él le paso un par de panecillos, los últimos que tenían. Al terminar se levantó para ir al bosque a cazar. A pesar de estar a oscuras, decidió igual ir.  

Mientras, Arquel descansaba. Tomaba un poco de agua y se masajeaba los pies. Esperaba que Hank apareciera sin problemas. Temía que un monstruo los hubiera perseguido. Se echó para mirar las estrellas. Eran muy bonitas, y juntas formaban figuras. La otra vez Hank le había comentado que hay estrellas que forman constelaciones. Ella señalaba estrellas a lazar, sin saber sus nombres o sus formaciones. Pero hubo un par que, sin que lo supiera, que habían sido correctas: la de un cazador llamado Orión y de una joven cazadora llamada Zöe.

Le gustaba mucho ese paisaje. Los cantos de los pájaros, el viento curvando los trigos de los campos, las estrellas saludándola. Arquel cerró los ojos, cansada por todo lo que ha pasado. Pensó que iba a tener esa horrible pesadilla.

Todo estaba oscuro. El sueño aún dejaba escuchar los cantos de los animales. De repente, una suave y gentil voz empezó a cantar. La voz no hablaba en inglés o español, sino una lengua muerta. Arquel abrió los ojos de sorpresa. Se enderezó. No podía creer que algo más que gritos pasaran en su sueño. Quería cerrar los ojos y volver a escuchar esa voz. Creía que era su madre, la última vez la escuchó. Pero al cerrarlos, no pasó nada.

Por poco su alma se le partió. Estuvo cerca de tener una pista sobre quién era ella, sobre su madre, sobre su pasado. Pero la canción estaba pegada en su cabeza. Era lo único que tenía. Empezó a cantarla, solo las estrofas. Sus espectadores eran las estrellas.

Una rama se partió. Ella abrió los ojos, asustada por el ciervo. El amiguito era de un pelaje marrón brillante. Sus cuernos le daba una apariencia majestuosa. El animal estaba quieto, mirándola.

Ella se acercó, extendiendo su mano.

-N-no...-dijo el animalito.

Arquel se sorprendió. Nunca había escuchado a un animal hablar. Pensó que era una criatura mágica, pero era imposible. Seguramente otro de sus poderes era hablar con los animales.

Trató de no mostrarse tan sorprendida y se acercó más.

-Yo no te haré daño. No te preocupes.

Incluso se sorprendió a sí misma hablando perfectamente. Pero no se había dado cuenta que había hablado en griego antiguo.

Le acarició lentamente el hocico. El ciervo no hacía nada. Respiraba calmadamente.

Y la lanza arruinó todo. Le hizo un corte horrible en su lomo. No paraba de sangrar el ciervito. Arquel se tiró al piso cuando el animalito se paró sobre sus patas traseras, gritando del dolor. Volvió al bosque, huyendo del cazador.

-¡Arquel!-Hank fue a socorrerla. La ayudó a pararse. -¿Estás bien? ¿La lanza no te alcanzó?

Ella lo apartó. Corrió hasta el límite del bosque, tratando de ver a su amiguito. Pero no estaba.

-Arquel- le dijo Hank, tratando de coger su brazo-, te juró que no te vi. No quería...

-Suelta-apartó su brazo.

Ella pasó sobre los arbustos, metiéndose al bosque. Hank la siguió, tratando de disculparse. Arquel no quería escucharlo. Lo empujaba, gritándole que se fuera y que la dejara en paz. No entendía por qué quería a esa criatura inocente muerta. Se movió rápido entre los árboles, tratando de perder de vista a Hank. Él la llamaba, gritando su nombre sin parar. Ella estaba lo más lejos posible. Solo quería encontrar a su amiguito. Encontró un rastro de sangre sobre unas hojas. Lo siguió, sin perderlo de vista. Después de un rato, lo encontró.


La chica de dos mundos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora