XL. Arquel

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Recibió un par de sacudidas cuando se despertó. Se dio cuenta que estaba dentro de una patrulla, en medio de una persecución. Escites estaba al volante, sumamente nervioso.

-¡Ah, veo que despertarse!-dijo al verla. Luego dio un brusco giro, destruyendo un par de cajas.

Arquel pudo ver por el retrovisor un par de cosas. Primero, los cortes en su rostro. Tenía varios rasguños feos, pero estaban cicatrizando rápido. Y lo segundo, la gigantesca nube de hadas oscuras que los perseguían. Escites derrapaba demasiado en la pista, sin para de chocar cosas, maldiciendo.

-¡¡Pero acaso no sabes conducir!!-le regañó Arquel en griego antiguo.

-¡¡Claro que no!!-le respondió en el mismo idioma. -¡¡Por qué iba a querer conducir estas chataras!!

Cada vez el carro se agitaba más. Un poco de humo salía del capot del auto, y se escuchaba un ruido extraño del motor. Arquel pudo ver en el camino a varias personas tratando de refugiarse de la cientos de miles de hadas oscuras que los atacaban de forma feroz. Incluso vieron algunos cadáveres.

-¡Da la vuelta!-le ordenó al hombre escorpión.

-¡¿Qué?!

-¡Que des la vuelta! ¡Hay que salvar a las personas!

-¡¡Es un ataque masivo a toda la ciudad, qué esperabas!!

-¡Me niego a dejarlas morir como cerdos!

-¡No podemos! ¡Sería suicidio!

-¡Soy una semidiosa, y mi deber es detener a los monstruos que atacan a los mortales! ¡No importa si es un ejército entero de cien mil, pelearé contra ellos!

-¡¡Ahora mismo estoy ariesgando mi pellejo salvando tu vida, ¿y tu quieres ir a tirarla por la ventana?!!

-¡Te he dicho que des la vuelta!-trató de coger el volante por su propia cuenta.

-¡No!

Escites la cogió por la nuca y la presionó con fuerza contra su pecho. Ella no paraba golpearle el pectoral, tratando de que lo dejara libre.

-¡Entiende que lo hago por tu bien y comportate de una vez!

Le era difícil manejar y mantener calmada a la semidiosa a la vez. Sus gritos eran apagados contra su pecho. Ella había recorrido a darle un par de mordidas, pero Escites se aguantaba el dolor. Hubiera preferido que siguiera inconsiente.

Caray, qué testaruda es, pensó Escites para sí mientras le golpeaba una mano. ¿Por qué demonios estaba haciendo esto? ¿Acaso sentía alguna clase de afecto? Era estúpido pensar en eso. Eran enemigos mortales. No tenía sentido. Nunca pensaría tener a alguien como ella ni si quiera como amiga. Y menos con un sentimiento más profundo.

No se imaginaba tomándose las manos con cariño, o abrazados, con su cara contra su pecho, sintiendo su calor corporal, justo como ahora, con un par de mordidas que le produjera cosquillas. O mantener su rostro entre sus manos, dándole tiernos besos esquimales, acariciando su delicada piel de porcelana, rodeándole por la cintura con sus grandes músculos, manteniéndola pegada contra su pelvis, mientras la besaba con pasión esos deliciosos labios rosas, tratando de quitarle hasta el último aliento...

¡¿Espera, qué acaba de pasar?!

Arquel le dijo que no volvería a hacerlo, pero no tuvo otra opción. Prendió una de sus manos, y la pegó contra su pecho. Escites dio un grito tremendo, mientras que Arquel se liberaba y trataba de tomar el volante.

-¡Mentirosa!-le gritó mientras trataba de cogerla. -¡Dijiste que no volverías a hacerlo!

-¡Pues tampoco me dejaste alternativa!

Ambos estuvieron peleando hasta que se dieron cuenta de la espesa nube de hadas que bloqueaba su paso. Escites trató de esquivarla, tomando un callejón. Usó una se sus colas para apoyar a Arquel contra la puerta.

-¡Entiende que no podemos contra ellos! ¡Somos los únicos que quedan en la ciudad!

-¡Pero...

-¡Mira, si quieres un consuelo, te puedo decir que alguien a salvado a todos esos mortales!

-... ¿Lo dices en serio?-la miró esperanzada.

Escites notó un brillo peculiar en su mirada. Nunca antes le había pasado eso. Nadie antes le miraba de esa manera: una confianza profunda le tenía.

-Sí-dijo, volviendo la mirada hacia el camino. -Se supone que no debo decirte esto, pero la razón por la que atacamos es que aquí habían unos brujos. Seguramente ellos se encargaron de las personas.

Arquel parecía más calmada. Ya no tenía que seguir luchando contra él.

-Lo siento-le dijo. -Por romper mi promesa.

-Está bien-le dijo Escites, un poco sorprendido por eso. -Me alegro que al fin comprendas...

Un grupo de hadas los golpearon por un costado. Todas las hadas de la ciudad los rodearon, manteniéndolos dentro de una gran oscuridad. No paraban de golpear el auto.

-No te detengas-le dijo Arquel, un poco pegada a Escites.

-¡¿Qué?!

-Confía en mí-le dijo mientras extendía el brazo y cerraba los ojos.

Era una estupidez, pero no tanto como traicionar tu propia raza salvando a alguien como Arquel. Piso a fondo el acelerador, sin importar los golpes de los monstruos. Arquel no estaba del todo recuperada, pero debía intentarlo. Sacó del fondo de su ser una energía mística, y trató de hacer lo que hizo antes en el Domo Primero, cuando hacían una caída libre. En medio de la negrura se abrió un portal, y lo cruzaron, acompañados de un par de hadas oscuras.

La chica de dos mundos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora