XXI. Arquel

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Después de que los chicos hubieran abandonado el salón, algo más paso. 

Sorprendentemente, Arquel seguía viva, pero no por mucho. La montaña de tierra y escombros encima de ella impedía su movilidad. Pensó que iba a estar perdida cuando se le ocurrió algo. Se centró lo mejor posible, ignorando el peso encima suyo. Su mano (la que estaba enterrada) empezó a temblar, como si la electricidad pasara por sus dedos. 

De repente, los escombros fueron rodando hacia abajo, apartándose de la montaña. La tierra se dispersó, dejando libre a Arquel. De los escombros empezaron a formarse bultos, que fueron creciendo y adquiriendo forma humanoide. Empezaron a salirles yemas, optando manos y pies. Una grieta se formó en medio, que luego surgió colmillos de metal que cambiaron a blanco. Se formaron hocicos y le crecieron pelo dorado por todas partes del cuerpo, y surgió un enorme trasero rojo chillón.

Lo que era antes una montaña de tierra y escombros ahora era un ejército de más de 50 babuinos, listos para pelear. Sí, Arquel los había transformado, tal como lo hizo con ese oso gris que le lanzó a Equidna.

Se escuchó desde afuera explosiones y rugidos. Algo realmente malo estaba pasando.

-Em...-se dirigió Arquel a su ejército peludo-...Esperad. Hasta volver yo. O...si algo malo pasarme.

Todos asintieron, de acuerdos con la orden de su ama.

Arquel corrió a través de los pasillos, sin parar. Con su súper velocidad no demoraría. Rebasaba a miles de personas, tan rápido que ni ellas se daban cuenta. No tenía ni idea a lo que se enfrentaba, solo que era grande y ruidoso. Pero la sorprendió la niebla oscura. Miraba a todas partes, buscando a alguien o algo, para salvar o destruir. Se escuchaba rugidos y gritos de miedo. Arquel no aguantaba más estar a oscuras. 

Prendió las palmas de sus manos y amplificó la potencia. Sus manos brillaban como el mismo sol. La niebla oscura se disperso. Pudo ver en medio a un gigantesco perro de tres cabezas, con ojos rojos y asesinos. Cerbero, pasó por la mente de Arquel.

Alrededor, había miles de lobos grises, arrastrando a los hechiceros al interior de un gigantesco agujero, el mismo donde Cerbero salió. Un lobo se lanzó encima de Arquel, pero ella, instintivamente le lanzó una flecha de luz. Este se convirtió en un charco oscuro, similar al petróleo. Enseguida, supo lo que eran: hombres lobos. 

Vio que Cerbero le ladraba a un grupo de hechiceros. Todos estaban con los oídos tapados. Entre ellos estaban sus amigos. 

Lanzó una flecha de luz, directo a uno de los ojos del perro. Este gimió del dolor. Varios lobos envistieron directo a ella, mostrando sus colmillos. Ella solo les disparaba sus flechas mágicas. Ahora controlaba mejor su poder. Sentía que sus manos iban a estallar, pero las flechas salían con mucha fluidez.

-¡Arquel!- escuchó.

A voltear, vio a Carter. A pesar de estar a más de veinte metros de distancia, pudo verle claramente la sangre escurría en su ropa y cara. Parecía asustado.

Fue cuando la flecha le atravesó. Arquel se tiró al suelo, agarrando con fuerza la flecha oscura. Sentía que le se hundía más. Empezó a quedarse sin aire. Estaba desesperada. A su alrededor, todo se volvió más oscuro. Su camisa empezó a teñirse del color de su sangre. 

Al fondo, pudo ver una explosión verde. Giró un poco para ver mejor. Había una enorme mancha negra en la zona, y alrededor, estaba el grupo de hechiceros tirados, siendo atacados por los lobos. 

Justo uno le bloqueó la vista, pero una mancha dorada se lanzó sobre él. Un babuino de pelaje dorado estaba montado sobre el lobo, jalándole de las orejas y chillando. 

Pronto, docenas de babuinos furiosos ingresaron al área. Varios lobos corrieron despavoridos. Los babuinos se lanzaban sobre ellos, golpeándolos y mordiéndolos. Los lobos se alejaron de los hechizeros, todo gracias a los babuinos. 

Un par de ellos se acercó a Arquel y de un tirón le arrancaron la flecha. Gritó del dolor, pero su visión se volvió más clara. Con suerte, su poder de regeneración solucionaría el problema.

-¡Nooo!- se escuchó un grito feroz.

Más adelante, había un hombre de ocho metros con cuchillos al cinturón. Estaba hecha una furia.

-¡Malditos cobardes!- les gritaba a los lobos y pateaba a algunos. -¡No huyan! ¡Para qué los traigo si no es para huir, cobardes!

El gigante se enfocó en Arquel, que quedó sorprendido. Enseguida, cargo una flecha en su arco de poleas. Un babuino se interpuso en su camino. La flecha dio en su cabeza, haciéndolo añicos y destrozándolo en miles de piezas. 

Los lobos se detuvieron, recomponiéndose para atacar. Arquel quería hacer algo, pero seguía débil. 

Cerbero levantó su gigantesca pata, dispuesto a ponerle fin a Arquel. Ella no podía moverse, era inútil. Sus piernas no reaccionaban, y la falta de oxígeno en su cabeza no la dejaban pensar con claridad. Su ayudante babuino trató de sacarla, pero otra flecha lo destruyó. 

Arquel se echó por completo al suelo, cubriéndose la cabeza con los brazos. Como último esfuerzo, trató de dispararle una flecha de luz, pero ya era tarde. 

El perro la pisó. Ponía toda su fuerza para aplastarla, pero era algo difícil con una flecha de luz clavada en la planta de su pata. Era como una astilla. Arquel mantenía la flecha, como si fuera una daga. 

No....No... No moriré así.

Con la última gota de energía, amplió la longitud de la flecha. Lo que antes era del tamaño de una astilla, fue creciendo a través del hueso del monstruo. 

Cerbero apartó la pata. El dolor era insoportable, como si en vez de sangre tuvieras lava en sus venas. En la piel empezó a aparecer grietas doradas en su piel, como papel craquelando. Su pelaje se tornó gris. Fue expandiendo hacia el resto del cuerpo, incluyendo las cabezas. Cerbero dio sus últimos rugidos de dolor antes de convertirse en polvo.



La chica de dos mundos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora