Condiciones de Cordialidad

376 23 7
                                    

Llaman a la puerta y me recorre un escalofrío. Pero cuando abro, arrugando los ojos, veo que sólo es una chica cordial que trae una pila de ropa y me observa sorprendida, porque he salido en ropa interior. Es gracioso ver lo perturbada que se encuentra.

Afuera, hace un día soleado y las personas pasean con cestas, otros con granos o frutas y vegetales. Ríen, platican o cantan. Es asombroso ver tanta felicidad, cuando millas más allá están planeando nuestra muerte. Es el juego de las ironías de la vida.

- Traje esto, espero que te sirva. – me dice la chica, esbozando una sonrisa nerviosa. Le recibo la pila de ropa y se estira la blusa. – Nos reuniremos dentro de una hora, para platicar sobre la estancia de ustedes en el complejo.

- Perfecto.

- El desayuno se está sirviendo, puedes ir a comer cuando quieras.

- Entendido.

- Que tengas un lindo día. – me sonríe y da media vuelta.

- Adiós.

Entro a la habitación y cierro con un golpe de cadera. Hay ropa amarilla, roja, naranja, café y verde oliva. Solo espero que haya pantalones, porque no pienso ponerme un vestido o una falda.

Dejo la pila de ropa en la cama y voy a la ducha. Una cortina de plástico la tapa, al menos no es una pequeña cabina como en Osadía. Corro la cortina y hay un rótulo: "Recuerda: para conservar nuestros recursos, las duchas solo funcionan durante cinco minutos seguidos". Esto era lo que decía Ariana: "solo cinco minutos", y es por eso que ella salía siempre, antes que yo.

Abro la llave y el agua cae sobre mi piel: helada, tanto como el agua del Abismo. Es terrible, ¿quién querría pasar más de cinco minutos bajo esto que es el mismo hielo? Lavo rápidamente mi cuerpo y mi cabello, entre temblores.

Me enrollo en la toalla, al salir y voy hacia la ropa, maldiciendo esa ducha. Tomo una camiseta de tirantes color naranja y un pantalón café. Por lo menos, hay un par de pantalones, entre diez faldas. Debo soportar esto, si nos quedamos aquí, por un tiempo. Me pongo las botas de ayer y luego voy a cepillar mi cabello. Soy una osada, disfrazada de cordial. Me veo, divinamente ridícula.

Llaman a la puerta, es Peter, así que no me molesto en ir a abrir.

- ¡Adelante! – digo.

Peter entra de lleno en la habitación, y se me queda viendo de pies a cabeza, yo lo veo por el reflejo del espejo. Siento tibio en las mejillas.

- Adelante, puedes reírte. – le digo, mientras voy a ponerme el ungüento en la herida. Él trae sus pantalones negros y una camiseta verde, combina con sus ojos. 

- No, no es eso. – sonríe, dulcemente. – Es, solo que nunca pensé verte en otros colores que no fueran blanco o negro. – dice, estando a mi lado.

- Ni yo. Creo que no van conmigo, además... me veo ridícula.

- Yo diría lo contrario. – baja su mirada, y lo noto decepcionado.

- ¿Qué tienes? – le pregunto, acariciando su cabello húmedo.

- Cuando Edward te... te dejó inconsciente... no sé. – exhala. – Yo, quise haber podido escoger una Facción por ti... y si lo hubiera hecho... habría sido Cordialidad.

- ¿Por qué? – digo, mientras amarro mi blusa para que se vea el tatuaje de la tarántula.

- Bueno, nadie te habría querido hacer daño, ni te hubiera dejado tan herida... y, tampoco te habrían querido entregar a Jeanine. Se trata de que, quisiera mantenerte a salvo, que nada te pasara, y... daría la vida porque tú vivieras tranquila.

Una historia InsurgenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora