Apuñalado

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Tiemblo del enojo. Él me toma de la chaqueta con el brazo derecho. Entonces, el brazo que le herí en Cordialidad, fue el izquierdo. Y el disparo de Ariana, en el pie, y es ahí donde doy un pisotón.

Eric grita y tomo con la otra mano, el brazo en el que le disparé y se lo retuerzo hacia la espalda. De alguna manera, él desenrolla su brazo y ahora está frente a mí, nuevamente. Intento salir corriendo, pero me tropiezo con un cuerpo y vuelve a tomarme del brazo y se coloca en mi espalda. Se pega a mi cuerpo y me clava las uñas en la piel de la muñeca, mientras me empuja para que camine.

Dejo de caminar por un segundo, para subir el talón con fuerza, y dar entre sus piernas. Consigue detener un grito agudo, antes de gritar en serio. Afloja el agarre en mi brazo y me suelto. Pero, estoy rodeada, lo sé porque vi los traidores que estaban cuando dejé ir a la niña.

Tira de mi pierna y caigo con la boca al piso, consigue sacarme el aire. Luego, me voltea y se pone encima de mí.

- No entiendo cuál es tu afán de morir. – me dice. – Vas a levantarte y cooperas, o yo mismo te mato.

Cuando llegamos a los ascensores, me obliga a ponerme de rodillas, al lado de la veraz que llevó el otro chico. Ella y tres personas más, están frente a los ascensores, inmovilizados por osados con pistolas. No puedo mantenerme sobre mis rodillas, así que caigo por un lado, sentándome con las manos hacia atrás.

- Quiero que alguien mantenga una pistola pegada a ella, en todo momento. – ordena Eric. – No solo la apunten, quiero la pistola puesta en su cabeza.

Un osado me pone el cañón de una pistola en la nuca, siento el círculo frío contra mi piel. Alzo la vista hacia Eric, que tiene la cara roja y los ojos llorosos.

Se abren las puertas de uno de los ascensores, y un soldado empuja a Uriah, poniéndolo a mi lado. Él me mira, como si se disculpara. Apuesto a que él tuvo opción de encontrar más divergentes que yo. Solo espero que Ariana sí esté bien.

No pude vengar a Peter. Ya no tengo chance de matarlo, ni de escapar de aquí. Mis padres... espero que ninguno de ellos sea divergente, de lo contrario, lo perderé. Y no quiero más dolor. "Estaremos bien, estaremos bien, estaremos bien", trato de decir en mi interior. No sé si el bebé experimenta la misma ansiedad que yo, tampoco sé si él puede "escuchar" lo que mi mente dice. Tal vez él es ajeno a todo esto y solo me lo digo a mí misma.

De pronto, me surge un pensamiento, "la navaja". La navaja que la osada traía en el bolsillo. Muevo la mano derecha centímetro a centímetro, de modo que el soldado que me apunta, o algún otro, no noten mi movimiento. Las puertas del ascensor se abren de nuevo, y traen un par de divergentes veraces.

La mujer que está a mi lado, gime. Se le han pegado a los labios, varios mechones de cabello. No sé si por las lágrimas o por la saliva. Mi mano llega al bolsillo, finalmente y meto la mano, lo más rápido que puedo. Noto el frío del filo de la navaja y la tomo entre mis dedos.

La cabeza me palpita. Pienso en que a ese mismo ritmo está palpitando mi corazón. La puerta del ascensor vuelve a abrirse, y esta vez es un niño. No llora, parece tranquilo. No puedo siquiera compararlo con la mujer de mi derecha.

Pero, pensaba en mi corazón. La manera que con cada palpitar, la sangre entra o sale de éste y con ese simple movimiento de abrirse o cerrarse, hace que la sangre se limpie y vuelva a recorrer todo mi cuerpo. Dicen que el corazón es el músculo más fuerte, en cuanto a longevidad.

Unos osados llegan a informar que han limpiado de divergentes las plantas de arriba. Si no han traído a mis padres, es que ninguno de los dos es divergente, o fingieron muy bien. Siento un poco de alivio y suspiro. Sueno como aburrida. Eric me dirige una mirada, yo se la desvío.

Una historia InsurgenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora