Pelea con Ariana

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Llega el anochecer, nuevamente. Ha sido un día gastado: no hemos hecho nada. Ariana sigue molesta conmigo y yo me apilo en mi camastro, abrazando mis rodillas, viendo hacia el ventanal que tengo a mi derecha. Therese entra y va directo a mi cama. Quizás estoy tan sumergida en mi mundo que no siento las mismas ganas de arrebatarme con estas personas, como lo ha hecho Ariana. Probablemente habría comentado imprudencias o hecho preguntas indiscretas como solía hacerlo, si Peter no...

- Toma. – me dice Therese y me entrega la camisa doblada. – Lo prometido es deuda.

- Te lo agradezco. – le sonrío. Llevo la camisa a mi nariz y huele a jabón, en mi mente huele a hierbas y aire fresco. Huele a mi libertad.

Therese me seca una lágrima y me sonríe amablemente. Me recuerda tanto a mi madre.

- Te sentirás mejor pronto. – me dice. – Ya verás.

- Es un poco difícil, ¿sabes?

- ¿Quién era? Si no te molesta que pregunte.

- Peter era... mi amigo de infancia. Crecimos en Verdad, escogimos Osadía, y... lo mataron cuando huíamos de Cordialidad.

- ¿Quiénes? ¿Los eruditos?

- Sí. – digo, limpiándome las lágrimas.

- Entiendo lo que es perder al ser que amas. Pero es precisamente por ellos que debes ser fuerte y no darte por vencida. Llóralos lo necesario, pero véngalos y haz que su esfuerzo, su lucha valga la pena. – me sonríe, y pone una mano en mi mejilla. – Descansa, te veo mañana.

- Gracias, Therese.

Ella sonríe y sale de la habitación. Pongo la camisa a mi lado del camastro. Un día ocioso, perjudica a mis pensamientos, y solo he recordado momentos con él. Me siento estúpida, débil y enferma. ¿Por qué no solo esperar a que todo suceda y quedarnos aquí? ¿Valdrá la pena luchar, como dice Therese?

- ¿Cómo es que todo el mundo es amable contigo, aquí? – me dice Ariana, desde su camastro. A unos metros de distancia, a mi lado izquierdo. Ya he dejado de llorar y solo observo mi reflejo en los vidrios que tengo a mi derecha.

- Quizás, porque no tengo ganas de pelear. Además, Therese es amable con todos, no vengas con estupideces.

- ¿Estupideces? – repite y se pone de pie, viniendo hacia mí. – La que debería dejarse de estupideces, eres tú, Maud. ¡Deja de hacerte la víctima!

- ¿Por qué debería hacerme la víctima?

- Edward te consuela, Evelyn te toma confianza, Therese lava la camisa de Peter y te da palmaditas cariñosas... eres patética llorando por alguien que ni siquiera estaba seguro de lo que sentía por ti. Eres patética.

- ¿Quieres creer eso? Bien, hazlo. No me importa en lo mínimo saber lo que piensas de mí. Me basta con saber quién soy, realmente.

- ¿Qué hablabas con Evelyn? – me dice, casi al lado de mi camastro.

- Hablaba de Jeanine, de mi madre y de ella misma. Las tres se conocieron en Erudición cuando eran pequeñas. ¿Contenta de saber lo que hablaba?

- ¿No te dijo nada más?

- No.

- ¿Ni mencionó algo sobre mí, cuando me fui?

- ¿Por qué lo haría?

- ¡Contéstame!

- No lo hizo, cálmate. – exhalo, y me paso el cabello hacia atrás. – Entiendo que no te agrade Evelyn, tampoco es mi persona favorita en el mundo. Pero, como dije, es mejor tenerlos de amigos que de enemigos. Quizás su plan no sea adecuado, pero en cualquier momento si los osados que tiene Erudición nos atacan, estas personas podrían salvarnos la vida, ¿entiendes? Y, perdona si no me comporto impulsiva o como tú quisieras que te respondiera, pero no estoy del mejor ánimo.

Una historia InsurgenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora