Cruzando caminos con Eric

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Despierto. El dolor disminuye poco a poco hasta quedar reducido a un pinchazo. Me meto la mano por debajo de la blusa, y toco donde se supone que me dispararon. No hay sangre. Enseguida, paso mi mano por el costado y hay un bulto ahí. ¿Qué demonios es eso?

Oigo como si cae algo en el suelo, al lado de mi cara. Es un cilindro metálico pequeño, de unos 15 centímetros, tal vez. Antes de poder moverlo, un humo blanco sale disparado de ambos extremos del objeto. Toso y lo alejo de mí, lanzándolo hacia el fondo del vestíbulo. No obstante, éste, no ha sido el único que han lanzado. Están por todas partes.

Llenan la habitación de humo, no quema, ni pica. Solo sirve para nublarme la vista durante unos segundos, antes de que se evapore. ¿Cuál era el punto de eso?

En el suelo, a mi alrededor, están todos mis compañeros, tirados en el suelo, con los ojos cerrados. No hay sangre, por ningún lado. Uriah, que está a mi lado, no tiene una sola herida. Nadie de nosotros ha muerto, a excepción de los traidores a los que conseguimos dispararles.

Los otros osados, entran en el vestíbulo, con las armas en alto. Vienen de los elevadores que llevan a las residencias. Mis padres. Decido hacerme la inconsciente y tapar mi rostro con el cabello. Dejo caer la cabeza, y cierro los ojos. Se acercan sus pasos, chirriando en el mármol. Siento el latido de mi corazón, en casi todo el cuerpo.

- ¿Por qué no podemos meterles un tiro en la cabeza? – pregunta uno, casi a mis espaldas. – Sin ejército, prácticamente hemos ganado.

- Escucha, Bob... no podemos solo matarlos a todos y ya. – responde una voz fría, y rasposa.

Me pasa un hormigueo por la columna, como si resbalara un hielo, como si el agua del Abismo se chocara con mi espalda. Reconocería esa voz en cualquier lugar y en cualquier circunstancia. Eric.

- Sin personas – continúa. – significa que no queda nadie para crear condiciones de prosperidad. De todos modos, tu trabajo no es hacer preguntas. – entonces, alza la voz. – ¡La mitad, en los ascensores, la otra mitad por las escaleras! ¡Izquierda y derecha! ¡Andando!

Mi arma está a tan solo unos centímetros. Espero hasta oír que la última pisada desaparece detrás de un ascensor o por las escaleras, antes de abrir mis ojos. Todos, siguen inconscientes. Sea lo que sea que hayan lanzado con el humo, o con las pistolas, induce a una simulación, de lo contrario no estaría despierta.

Tomo mi arma, y me levanto, ignorando el dolor en mi pierna y la herida en mi mejilla. Busco a Ariana, entre toda la multitud tendida en el suelo, y en lo que voy caminando hacia una de las traidoras que está muerta, cerca de la salida. Tiene un balazo en la cabeza. Miro su herida y me dan náuseas. Corro hacia uno de los basureros y vomito.

Regreso hacia ella y trato de quitarle la chaqueta, sin ver su rostro. Me saco la mía, y se la tiro en la cara. Me cuesta deslizarla bajo su pesado cuerpo, pero lo consigo. Me la pongo y subo la cremallera.

- ¡Maud! – me llama alguien, volteo con pistola en mano. Uriah levanta sus manos. – ¿Por qué estamos despiertos?

- Eres divergente. – le digo, con una sonrisa en mis labios. – Vamos, no hay tiempo que perder. Toma una chaqueta, rápido.

Entonces, veo que mi mejor amiga también se pone de pie, y toma la chaqueta de un chico, uno joven. Tal vez, menor que nosotros. Se me hace un nudo en la garganta, y a la vez, me arde el estómago de enojo. Una persona como él, no debería estar muerta, ni siquiera debería estar aquí.

Nos juntamos los tres, en un espacio vacío que hay entre nuestros compañeros.

- Solo han muerto los suyos. – dice Uriah. – ¿No les parece raro?

Una historia InsurgenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora