Ejecución de Eric

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En el reloj del vestíbulo, eran casi las siete de la mañana. Mis padres ya deben estar por salir. No me importa si me interrogan, no me importa si me regañan, no me importa nada el día de hoy. Sólo quiero que acabe ya, pero no de la manera que todo el mundo quiere que acabe. Y todo va sucediendo tan rápido.

- ¿Maud? ¿Dormiste con tus compañeros? – me pregunta mi madre.

- Sí.

- ¿Y esa ropa?

- Tuve que ir a hacer unas vueltas al hospital. Y, ya no quise despertarlos. – miento.

- ¿Te sientes bien? – me pregunta mi padre.

- Sí, papá. – digo, con nada de ánimos. – Es sólo por la ejecución de Eric. – mis lágrimas salen.

- Sabemos el daño que te hizo ese chico. – mi madre se acerca y me toma por los hombros. – Pero no vale la pena que derrames una sola lágrima por él. – me abraza, y todo es peor. Estallo en el llanto que no había querido caer. – Ya, ya pasará.

- Todo pasa por una razón, hija. – apoya mi padre.

- Lo sé. – digo, separándome de mi madre y limpiándome la cara. – Pero hay cosas que aún no entiendo por qué suceden.

- Ya encontrarás un por qué, querida.

- ¿Cuánto tiempo permanecerán aquí, Maud? Hemos oído las instrucciones de Jack.

- Hoy, nos regresaremos al complejo de Osadía.

"No puedo pensar en una cosa sin que tú estés ahí.", dice su voz dentro de mi cabeza. Y ahora, me sucede. Regresaremos a Osadía, y aunque no hablo de él, todo tiene su nombre implícito.

- Cuídate mucho, hija. – me pide mi padre.

- Lo haré.

- No dudes en venir. – dice mi madre.

- Espero verlos pronto. – sonrío. – Abrácenme, lo necesito. – les pido, y ambos corren a abrazarme. Lloro tan desconsoladamente, que le transmito el dolor a mi madre.

- Todo estará bien. Aquí te estaremos esperando siempre, ¿de acuerdo?

- Si sucede algo, vayan con los Sin Facción. Ahí, busquen a Evelyn Johnson. Les ayudará.

- No dudaremos en ir. – me sonríe mi padre, haciéndome el cabello hacia atrás.

- Bien, debo ir a ducharme. Mis compañeros me esperan.

- Ve, hija.

Corro a mi habitación y me derrito en lágrimas. Busco una mudada que me permita ser veraz, y que al quitarme un par de prendas, me convierta en osada. Unos jeans negros, una camiseta floja negra y una sudadera blanca, con zapatos deportivos. Todo está listo, para la muerte de él. No sé qué llegamos a ser, no sé qué pudimos ser, pero lo que sí es seguro, es que ya no lo seremos.

Mis padres se van a trabajar, y mi madre me deja una nota diciendo que la mantequilla de maní está afuera, para que coma un sándwich o algo. Pero no tengo apetito, sólo náuseas, y no puedo vomitar más que flemas. Me visto, ralentizando mis pasos, como si de esa manera el tiempo se fuera a detener. Pero al contrario, llegan a tocar la puerta y antes de abrir me recuesto sobre ella. Entonces, llaman una segunda vez y abro. Will.

- Aquí estás. – me dice, suspirando de alivio. – ¿Qué tienes? Luces enferma.

- Estoy bien, Will.

Una historia InsurgenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora