Erudición

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Camino sola hacia la habitación de iniciados. Cavilo sobre lo que haré. Si yo no me entrego, ¿quién lo haría? De pronto, un nombre se me viene como disparo en la cabeza: Ariana. La presión de que sus padres murieron, puede llevarla a hacerlo. Pero no, ella no merece terminar así. Ella está aquí para vivir y luchar por las injusticias que se cometan por los que creen que los Divergentes somos algo tan parecido a la escoria.

En lugar de completar mi camino hacia la habitación, cruzo hacia la oficina. Hay un guardia en la puerta.

- Tom. – saludo, con una sonrisa.

- Maud. – me contesta de igual manera.

- No digas que estoy aquí, si alguien llegase a preguntar.

- Entendido.

Entro y presiono un botón. La puerta corre lentamente y me deja encerrada en esa oficina. Volteo hacia el interior y puedo ver a Eric, Max y Jeanine frente a mí, acordando lo último para el ataque de Abnegación. Lo único que queda de la guerra, es tener esperanza de que algún día acabará y será un mundo mejor.

Max y Eric ahora están muertos. Max, por manos de Lynn y Eric, por mí. Solo falta Jeanine. Tori, Uriah, Evelyn, Ariana y yo, la queremos muerta. Me pregunto, ¿a quién de nosotros le tocará el premio mayor de matarla?

Tomo una pluma y me siento a la cabeza de una de las mesas. Hay hojas blancas a un lado, así que tomo una. Mi letra, inclinada y curvada por todos lados; desorden y adornos, con velocidad y urgencia de que todos sepan lo que pienso. Y, esta vez, quiero que Will sepa lo que pienso.

Le escribo lo que haré, y que me perdone por no cumplir la promesa que le hice. Quiero evitar que vuelva a matar a un inocente, bajo los efectos de una simulación y quiero evitar, que él sea la víctima de lanzarse al vacío, gracias a una simulación. Hago esto por él, por los padres de Ariana, por los abnegados y por Marlene. Nadie más debe morir. No ahora, que será mi culpa.

El reloj de la oficina marca las 9:30. Will ya debe estar en la habitación. Siento un nudo en la garganta, pero debo hacerlo. Será la última vez que hablaré con él. La última vez que podré abrazarlo, y no debo malgastar el tiempo. Doblo la carta en 8 y la escondo en mi bolsillo.

- ¿Dónde has estado? – me pregunta, al llegar a la habitación, y corre a mi encuentro. – Pensé que te habías ido... Dios. – me abraza. – No vuelvas a desaparecer así.

Corro a abrazarlo, conmovida. Me siento tan estúpida. Sin embargo, no debo dejar que esto me haga dar mi brazo a torcer. Es decir, no puedo quedarme aquí en Osadía y esperar para ver qué sucede. El plan ya está hecho. Mañana comienzan las rondas, la alianza con los Sin Facción ya está lista. En una semana se comienza el ataque. Una semana. Yo no puedo esperar tanto; y tampoco puedo permitir que en esa semana mueran más personas. Es suficiente.

Trato de que el aroma de Will se me quede impregnado en la memoria, para recordarlo en el último momento, cuando la luz se vaya de mis ojos. Para estar en paz, realmente. Porque así me siento cuando estoy con él.

- No hagas algo estúpido. – me pide en mi oído. – No te quiero perder.

Luego, me besa en la frente, y me observa por un rato. Me siento insegura. Si él fuera veraz, ya habría descubierto la mentira bajo mi sonrisa y mi silencio. Tengo una mezcla de culpa, terror y ansias. Me cuesta respirar y me duele el pecho. Es como si quisiera reventar en llanto y que eso solucionara todo este conflicto.

Él mismo me ofrece una de sus camisetas limpias, para dormir. Huele a jabón y a su perfume, que es fresco. Creo que se ha resignado a que siempre hurgaré en su ropa, para usarla en la noche. O, eso solía hacer, desde la segunda semana de iniciación. Me pongo el short y me recuesto a su lado. Es cálido y reconfortante.

Una historia InsurgenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora