Tortura

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Me despiertan los pasos que se escuchan dentro de mi habitación. Es hora de mi dosis diaria de tortura. Aunque, para ser sincera, creo que soy más tortuosa yo para Jeanine, ya que no puede encontrar la respuesta a mi enigmático cerebro divergente.

Mi, ahora, guardia personal, viene con un plato rebosante de fruta y jugo de naranja. El olor de la fruta me provoca náuseas. Así que solo bebo el jugo.

- ¿Estás segura? – me pregunta. – Luego tendrás hambre, y no podré traerte nada.

- El jugo es suficiente. – acepto, tratando de respirar hondo para que las arcadas pasen.

Peter cierra la puerta y se sienta en una de las bancas que están pegadas a la pared, a mi derecha. Lo observo mientras come mi desayuno. Me dan ganas de sonreír. Aún puedo verlo como un niño vestido de blanco y negro, a pesar de que comienza a salirle barba en su mandíbula y hoy viene con una camisa de botones color azul oscuro, un chaleco y pantalones negros de gabardina, con unas botas militares. Está más delgado, pero me siegue pareciendo el chico que siempre he querido. A pesar de lo que surgió con Eric, Peter sigue moviendo hasta la última fibra de mis células. Quizás sea verdad que él no quiso venir a Erudición para hacerme daño. Lo conozco mejor que nadie, y aunque hay crueldad en él, sé que no me haría daño, y sé que no me mentiría aunque Jeanine se lo pidiera. O eso es lo que quiero pensar. Hay tantas cosas que quiero decirle, y no me animo a nada, por miedo.

Miro el reloj, son las diez de la mañana del tercer día. ¿Qué irá a hacerme Jeanine hoy? ¿Dónde estará Will? Peter ya me hubiera dicho algo, si a Will le sucediera lo peor. Me entra impaciencia, nuevamente. Muevo mi pierna insistentemente. Pienso en lo que estarán planeando Ariana y Cuatro en Osadía, ¿cómo piensan responder? ¿Nos dejarán aquí, a nuestra suerte?

Por fin salimos de la celda. He dejado la sudadera y el reloj. Poco a poco, voy reconociendo los pasillos y me hacen estremecer. Camino entre las mesas de laboratorios de los Eruditos. Líquidos multicolores y ordenadores. Siento el aire helado en mis brazos. Quisiera tomar la mano de Peter, para sentir algún apoyo, y que no estoy realmente sola, cuando me doy cuenta que esta es la sala que Jeanine me mostró el primer día: la habitación donde seré ejecutada.

¿Me matara hoy, al no haber pasado todas las simulaciones en un día? ¿Se rindió tan pronto? Podría reírme, pero es más una risa nerviosa, que de burla. Mis pasos se ralentizan un poco y es como si mis piernas fueran de acero. Esta vez, la sala de ejecución, no está vacía. Cuatro osados traidores están ubicados uno en cada esquina. Hay dos eruditos, un hombre y una mujer; ambos visten batas de laboratorio, y están de pie con Jeanine, cerca de la mesa de metal. Varias máquinas están colocadas alrededor de la mesa y hay cables por todos lados. Mi corazón lo siento en la sien, en la garganta, incluso en la yema de mis dedos.

- Súbela a la mesa. – ordena Jeanine, sonando despreocupada.

- ¿Es lo que se dice, al ver a una persona, luego de veinticuatro horas? – pregunto. – ¿Qué, a los eruditos, no les enseñan a ser educados? ¿Entre todos esos conocimientos, no les queda tiempo para la cortesía? Buenos días, Jeanine.

- No estoy para juegos, Maud. Peter, súbela a la mesa.

- Qué raro de tu parte. – le digo, cruzándome de brazos. – Juegas a diario con tu set de química, juegas a ser la sabelotodo en este lugar y en toda la ciudad. Lo dije una vez, y ahora te lo digo: los eruditos solo son apariencia.

- ¿Qué habíamos hablado, señorita Austin, sobre colaborar?

- Bueno, estoy siendo amable. En todo caso, la que no colabora, eres tú. ¿Te enojas solo porque te saludo? Lo que necesitas es un hombre a tu lado, sin ofender. Tal vez, así estarías más ocupada atendiéndolo, en lugar de esculcar cerebros divergentes, que no sirve para nada bueno, en realidad.

Una historia InsurgenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora