La última noche

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- ¿Te encuentras bien? – me pregunta, el mesero. – Sé que no es fácil tener a alguien en el hospital. Lo veo a diario. Pero, todo saldrá bien.

- Lo mejor que puede pasar, es que muera ya. – le digo. – Que pase el calvario y todo esto quede atrás.

No me detengo un momento más y regreso a la habitación. Eric, mira hacia la puerta en cuanto entro y sonríe.

- Listo. – le digo, ofreciéndole la paleta. – Tienes dieta libre, ¿cierto? Te advierto que sabré si me mientes.

- Sí, Maud. Tengo dieta libre. – contesta, como niño regañado.

- ¿Te acomodo la cama?

- Descuida, lo hago yo. – me devuelve la paleta y estira su brazo para levantar el respaldo de la cama. – De haber sabido que me tratarías con esta atención, Maud, hubiera querido programar mi muerte desde hace un par de años.

- Cállate.

- Demonios, esto está delicioso. – dice, cuando ha probado su paleta.

- Es el deleite de la facción, como el pastel de chocolate en Osadía.

- El de Erudición, es agua carbonatada con sabor a arándanos.

- ¿Agua carbonatada?

- Es deliciosa, te lo puedo asegurar. En fin, ¿sabes lo que me costó que fueras amable conmigo?

- ¿Un intento de castigo con combate? – río.

- Y encerrarte entre mis brazos. Estuve pensando en nuestra situación, Maud...

- ¿Nuestra situación?

- Sí. Concluí, en que te quiero.

- ¿Cuál es tu definición de querer?

- No lo sé. Estos días en el hospital, han sido demasiado raros; he tenido tiempo de sobra para pensar, y no hay momento que tú no pases por mi mente. Claro, que también está Jeanine y todo ese plan histérico sobre los divergentes... pero, no puedo pensar en una cosa sin que tú estés ahí. Y me hace sentir bien, me tranquilizas... he imaginado cosas contigo, y es así como me quedo dormido. Imagino al pequeño, y me da por sonreír. ¿Qué me has hecho, Maud? Eres dañina para mi imagen del líder de Osadía que tenía hasta hace un par de meses. Mataste esa frialdad que yo tenía hacia ti... y me pregunto, ¿cómo?

- Sólo fui yo. Fui sincera.

- No cabe duda que lo fuiste, y lo sigues siendo. Sabría reconocer si estuvieras aquí por lástima.

- Ojalá hubiéramos reconocido esto antes, ¿no?

- Tal vez. Pero en Osadía, nunca llegaste a sentir esto por mí. Hablando de eso, ¿quieres que te diga algo?

- Dime.

- Muero por quitarte la ropa, aquí mismo. – su mirada es pícara. Me recuerda a esa vez en su apartamento, cuando me dijo que no cualquiera tenía la dicha de poseer "esos" placeres: fumar, una mujer, la relajación y el poder. Escondió mi ropa y terminamos juntos, de nuevo. Entre mi risa, hay llanto y no puedo ocultar mi angustia. – Oh, ¿qué sucede?

- No quiero matarte. ¿Por qué quieres que lo haga yo? Si hubieras negado al bebé, si tu verdadera intención hubiera sido entregarme a Jeanine... sería más fácil. Pero, cuando me dices que me quieres, que hubieras disfrutado un futuro conmigo... ¿qué quieres que haga? ¿Qué te mate, como si no sintiera nada? Cargaré con la culpa toda mi vida.

Una historia InsurgenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora