VEINTICUATRO.

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Él prometió llevarme a un lugar especial, a pesar de la hora, y me emocionó saber lo que vería o a donde me llevaría. Aunque en realidad me resultaba especial y perfecto donde sea que estuviera él.

En el camino me extendió los potecitos de helado, y terminé abriendo ambos para probar de los dos.

Él condujo a una colina sin apuros. Disfruté de ese instante, pero de pronto al comenzar a ver las ventanas oscuras sin ni una sola luz entre sombras que creaban arboles lo miré, pidiendo explicaciones, él se limitó a reír.

Luego de varios minutos detuvo el auto en el medio de la nada. Entre árboles y oscuridad.

—¿Este lugar esta chequeado? —

—Por supuesto, por mí. —Me dijo, riendo.

—¿No viste nunca una... bruja o algo?

—¿Una bruja? —Rió aún más.

—Me encantan y las respeto, no me malinterpretes, pero no deseo ver una, hoy. —Él continuó riendo. Miré los potes de helado, suponiendo que estarían ya derretidos.

Cuando volví mi mirada hacia él, me sonrió.

Bueno, me dispuse a bajar, resignada.

La oscuridad era absoluta. Cerré la puerta y enseguida oí la suya.

—Oh, genial, era muy perfecto para ser real. —Exclamé, sin ver nada. Pronto oí su risa aproximándose. Él alumbraba con el celular.

—¿De qué hablas?

—Creo que estoy esperando a que me asesines. —Él me miró con incredulidad. —De esta manera suceden los asesinatos ¿no? —

—No planeo asesinar a quien puede ser el amor de mi vida, Jessica. —Tomó mi mano y me hizo caminar. Ahogué una risa nerviosa. —De hecho, no planeo asesinar a nadie. Tampoco pensé en ello antes.

—Eso me alivia más. —Comencé a reír junto a él.

Él me guio por un camino que lo tenía sabido de memoria. Luego de un rato volví a insistir.

—Es un clásico. El tipo lleva a sus víctimas a un lugar a cambio de un dulce. —Cuando me miró le señalé el helado.

Rió divertido.

—¿Qué estás diciendo? No te haré nada. —

—Solo digo. —Bufé.

De pronto unas luces repentinas aparecieron en mi campo de vista, estas comenzaron a hacerse más grande a medida que comenzábamos a caminar acercándonos. Y entonces lo percibí, noté dónde estábamos y lo maravilloso que se veía. Me sentí atraída a las luces, a la orilla del acantilado. La ciudad entera se veía perfecta desde ahí arriba, y me impresionó que la distancia del suelo no me diera miedo, sino el deseo de acercarme más.

Me asombró que lo que yo sentía continuamente cuando se trataba de él, pudiera ser visible a los ojos. Ahora lo tenía allí, frente a mi.

Las luces de colores que iluminaban la ciudad la hacían ver tranquila y serena, inofensiva y a su vez enorme.

—Detente, no te acerques más. —Me dijo riendo, deteniéndome. Pero estaba fascinada. — ¿Te gusta? —

—Me encanta. Es hermoso. —Lo miré. Él respiró profundo, asintiendo.

—Es mi lugar favorito. —Confesó, con calma. —Aquí tomo mis mejores decisiones. —Me volteé hacia él, queriendo escuchar más, considerándolo tan impresionante como la ciudad que estaba frente a nosotros. Él me enfrentó, con su mirada sobre mis ojos. —Tú eres una de ellas. —

ARDER EN LIBERTADDonde viven las historias. Descúbrelo ahora