SETENTA Y UNO.

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Harry con una camiseta blanca húmeda por el sudor hacía flexiones de brazos en el suelo dentro del gimnasio de mamá. Lucia increíble, lucía... Sublime.

Quitó una mano y la dejó tras su espalda, continuando con las flexiones con un brazo. Sus músculos en su espalda se tensionaban. Abrí la boca escandalizada, sin poder creerlo, forzándome a no emitir nada que fuera demasiado. No quería darle a saber que me había dado un calor de golpe terrible con solo mirarlo. Respiré, sosteniendo mis mejillas.

Al detenerse se arrodilló y me miró, con la boca entreabierta respirando por ella. Su mirada se profundizó en mí.

—No puedo hacer eso. —Susurré.

—Con los dos brazos, vamos. —

Comencé, y me tuvo ahí durante los próximos diez minutos y no era exactamente que hubiera usado esos minutos correctamente.

—Diez más. —Exigió Harry. Me arrodillé, exhausta.

—No puedo.

—Claro que puedes.

—Maldita sea el momento que perdí mi orgullo y te pedí que me entrenaras.

—Yo lo bendigo, Jessica. —Me respondió Burlón, de pie a un metro de mí. —Vamos, vamos.

Me dejé caer en el suelo, recargando mis manos y comenzando con las flexiones, pero luego me detuve y me dejé caer con cuidado.

—Harry... —Supliqué.

—Seré apiadado. ¿Te parece plancha? —Sugirió, con una sonrisa.

—¿Hablas en serio? —Le pregunté, él sonrió mucho más. —Enséñame. —Suspiré.

Había gritado por toda la casa que necesitaba de pronto eliminar todas las calorías chatarras que había ingerido en la semana, me sentí fatal al tener una tan pésima alimentación, por supuesto el remordimiento llegó dos días antes. Ellos aseguraron que en dos días no cambiaría nada. Yo les aposté que sí, pero ellos me ignoraron y dijeron, básicamente, que no sea tonta, que cuide mi salud y que no me exija.

Me importó un mismísimo pepino. Comencé a buscar alguien que diera algún entrenamiento intensivo aún cuando ellos estaban desautorizándome a hacerlo. Como si pudieran.

Entonces al conseguirlo, Harry se opuso, cediendo a entrenarme él. Mencionó que me arrepentiría. Y no me importó.

Ahora, en el segundo día me dolía la mismísima alma. Mis músculos desacostumbrados a la actividad física ardían. Esta mañana me levanté llorisqueando del dolor, ellos se limitaron a quedarse callados con un claro "te lo dije" en la frente. Aun así, continuando con el pacto continuamos con la segunda rutina del día siguiente.

Harry se ubicó en el suelo, recargándose de sus antebrazos y manteniendo el equilibrio, mostrándome. Entonces lo intenté. Al hacerlo Harry dejó su mano en mi culo y bajó mi postura.

—Más abajo. —Me dijo. —O te harás daño la espalda. —Explicó. Resoplé, bajando la cabeza, riendo levemente. Él no quitó la mano, haciéndome reír más. Aquello comenzó a arder en mi abdomen. 

Aguanté unos cuarenta segundos y me dejé caer.

—Duele.

—Lo sé. Por eso no debías contratar a nadie para que hiciera algo intensivo, que no cambiará nada y solo podría hacerte mal.

—Por qué eres tan pesimista. —Me ofendí, sentándome frente a él. Él sonrió un poco.

—Los cambios físicos comienzan luego de días de entrenamiento, de agua, de alimentación. En realidad los cambios se producen en los días de descanso entre entrenamiento, no dentro de él, pero nena, tú no necesitas nada de esto. No sirve que te hagas esto de esta forma. Solo tus músculos dolerán más de lo que deberían sanamente en un entrenamiento normal.

ARDER EN LIBERTADDonde viven las historias. Descúbrelo ahora