SETENTA Y SEIS.

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Bruno me rescató minutos luego.

Sentí que sus manos tomaron mi cuerpo adormecido y me llevaron con él a su cama.

Sentí como mi cuerpo caía en el colchón y ni siquiera podía verlo bien porque las lágrimas no me dejaban, no parecían querer calmar. Bruno me abrazó y apagó la luz, prometiéndome que estaría bien. Pero yo sabía que no era así.

No había aprendido a vivir sin su amor, Harry había sido mucho más de lo que había creído, mucho más de lo que hubiera esperado.

Su amor fue salvaje. Su amor gritaba la libertad de sentirse libre. De serlo en todo su esplendor.

Temí no volver a sentirlo nunca más.

Entendí que al final, entre promesas voces y almas, solo tú puedes salvarte. Que nadie más que tu misma conoce aquella oscuridad para sacarte de allí, entendí que las personas más influyentes reales y hermosas llegan a tu vida y cumplen su ciclo, pero que al final, no queda nadie más que uno mismo. 

Me sentía vacía y sin fuerzas.

No pude levantarme al instituto y Bruno hizo el trabajo por mí.

Sabía que debía ser yo quien me hiciera levantar de esa cama y me hiciera volver a la realidad, a pelear con fuerzas, a llevarme al mundo por delante, pero no estaba lista, porque mi pecho dolía, quemaba, y me sentía peor de lo que había estado en mi vida entera.

Esa mañana desperté con tantas ganas de llorar que a su vez sentí que era demasiado para mi hermano, alrededor de las nueve fui a mi habitación.

Me metí al agua fría para calmar mis sollozos, pero mi piel dolió y pareció ser una excusa para seguir llorando.

En mi mente proyectar una y otra vez el futuro certero de perder los más grandes amores de mi vida me dejó llorando del miedo, acurrucada a mis piernas y sintiendo la habitación oscurecerse. No podría. Caminaría en penumbras desorientada, desamparada, con miedo. Sin amor real. Sin nada. 

Al salir me vestí y me dejé caer en la cama luego de apagar todas las luces, aun con algunos rayos del sol invadiendo la habitación a pesar de las cortinas cerradas.

Luego de un gran tiempo las lágrimas calmaron. Pero sentía una presión en mi pecho que me hizo respirar profundo reiteradas veces, intentando no estallar, ni perder la calma.

No quería volver a perderme. Yo era lo único que tenía. Debía cuidarme. Nadie más secaría mis lágrimas, nadie más me daría un amor igual.

Cuidaría mi corazón, mi cuerpo, mi mente.

No sé cuánto tiempo estuve de esa forma, no sé cuánto tiempo estuve despierta, con un desorden en mi mente que me dejaban exhausta, pero parecí reaccionar cuando mi hermano se sentó a mi lado, tomando mi mano y acariciándola.

—¿Les darás el placer de verte destruida? ¿Les darás el placer de ver que acabaron contigo, hermanita?

Sus palabras entraron y me hicieron daño.

Limpié mis lágrimas al instante que las sentí, negué, mirándolo.

—Vamos a almorzar. —Me dijo.

No sé con qué fuerza las tomé, pero lo hice y me puse de pie.

Al verme al espejo noté que mis ojos por fin se habían deshinchado, pero desafortunadamente no podía quitar la imagen del dolor que sentía dentro mío.

Exhalé, inclinándome hacia adelante, sintiendo tantas ganas de llorar que no lo soportaba, me asfixiaba. Se sentía insoportable.

Permanecí unos segundos mirando el suelo, sosteniéndome del espejo, respirando profundo. Fui a lavar mi cara con agua fría.

ARDER EN LIBERTADDonde viven las historias. Descúbrelo ahora