CUARENTA Y CUATRO.

2K 117 6
                                    

—Jessica...

—¿Thiago?

—La señora Christine está devolviendo la llamada.

Miré su celular. Ambos sabíamos que el trabajo ya estaba hecho y terminado, no teníamos tiempo de agregar nada más, pero consumidos por todo esto que nos desbordaba asentimos ambos a la vez, sabiendo que debíamos oírla y darle un espacio en nuestro trabajo, mínimamente.

Fuimos a el lugar más lejano fuera de risas voces y gritos. Allí afuera nos sentamos, atendiendo la llamada.

—Hola Christine.

—Hola chicos, lamento no haber podido llamarlos antes. Quise hablar sobre esto, pero mis horarios y los de mis hijos no me lo permitieron. —Soltó una pequeña risita.

—No queríamos molestarla Christine, si no puede nosotros entendemos. No se sienta obligada a hacerlo, sabemos que tuvo una semana fuerte con la prensa. —Le decía mi amigo.

—No, está bien. Puedo hablarles... —Christine es una mujer de cuarenta años, una mujer con dos hijos y un matrimonio feliz, pero sosteniendo hace años un juicio penal hacia el estado por ser los culpables de que ella fuera víctima durante veinte años de uno de los prostíbulos más grandes que hubo en la ciudad. Christine nos narró lo que era un día allí adentro y describió el infierno de él, del lugar y sus monstruos. Christine llegó por cuenta propia a allí, siendo segada por problemas personales de extrema pobreza, de más violencia, de falta de educación y de sanidad, con su hermana menor enferma y su desesperación por no tener el dinero para salvarla, ellas dos únicas en el mundo.

—Llegué "voluntariamente", me lo ofrecieron en la calle, y acepté, llegué allí sola y durante años me aferré a los proxenetas y los hombres que trabajan allí, ellos no lastimaban, no dañaban, te cuidaba y te curaban, decían apreciarte, me aferré a ellos, creyendo que me cuidaban, pero no me cuidaban a mí, como persona, como mujer, cuidaban curaban y apreciaban su generador de dinero. No me tenían atada a una cama como solemos pensar al imaginar estos lugares, ellos trabajan sabiendo manipular mi mente, sabiendo que mi falta de educación y de mi necesidad desesperada por pagar el tratamiento de mi hermana me haría siempre quedarme. Aunque todo doliera por dentro, aunque respirar terminara quemando, ellos te dejaban la puerta abierta, sabiendo que al final, me quedaría.

Ellos nos juntaban a todas y hacían grandes comidas para brindar y festejar una buena semana, no había golpes de parte de ellos, nos hacían sentir que verdaderamente eso era un trabajo, hablaban descaradamente sugiriendo que podíamos hacer para aumentar el consumo, para que cada tipo volviera o nos repitiera, nos aconsejaban, como amigos. Esa relación manipuladora falsa y enferma tenían con nosotras para que creyéramos que no éramos víctimas.

 Cuando la policía me encontró y me sacó de allí, luego de demoler el lugar y llevarse preso a la mayoría que allí adentro había, yo no era consciente de que fui víctima tanto tiempo, yo los defendía con la policía. Yo juraba nunca haber sido violentada por los tipos que me dieron un trabajo, los consideraba incluso amigos. Pude abrir los ojos y darme de cuenta de todo cuando hablé con una oficial mujer que tomaba mi declaración. Yo le aseguraba que no, pero ella poco a poco me hizo entender mi situación. Fue sentir que el mundo se me caía, entender tan de golpe dolió, un dolor inigualable.

Durante mi vida crecí con una mujer que también buscó la prostitución como medio de salvación, ella era mi madre y su madre la crio a ella así, con la prostitución en sus vidas como un trabajo que cubría pobremente la comida de cada día, ambas murieron por terceros. Y en mi mente, sola en el mundo con mi hermana pequeña, no encontré descabellada ni peligrosa la opción, ni tuve miedo al elegir llegar a ese lugar. —

ARDER EN LIBERTADDonde viven las historias. Descúbrelo ahora