Mauro.
¿Por qué demonios no podía sacarme sus ojos llorosos de mi cabeza? Ya habían pasado cinco horas desde que hablé con la enana en la salida del colegio y su mirada seguía impregnada en mi mente impidiéndome pensar con claridad.
Todo el entendimiento se miraba borroso dentro de mí. ¿Por qué me preocupaba por lo que ella sentía? Lo cierto era que tenía una pizca de parecido a mi mejor amiga de la primaria. Cuando ella se dio cuenta de que los demás niños se burlaban de mí salió en mi defensa y procuró ayudarme a ser un niño extrovertido. Hasta que se mudó lejos de mí un día antes de mi cumpleaños número ocho. Y Vica tenía los ojos tan grises como Anabel.
La diferencia es que yo nunca vi llorar a Anabel.
-Iremos a comer fuera con papá y mamá -dijo Bruno detrás de la puerta de mi habitación- te esperamos abajo.
Puse los ojos en blanco levantándome de la cama. Decidí apartar de mi cabeza la estúpida mirada de la enana cuerpo de palo y pensar en mejores cosas como lo bien que se veía Diana en esos shorts de mezclilla ese día en clase.
- ¿Viste como azotó el cuerpo de mondadientes de Vica en el suelo? -me preguntó Bruno cuando nos sentábamos uno frente a otro en la mesa del restaurante.
Intenté reír, o por lo menos sonreír, pero el fugaz recuerdo de sus ojos llenos de lágrimas envió una mueca a mi rostro.
-No fue tan gracioso -contesté.
- ¿De qué hablas? Claro que fue gracioso.
-Bueno, sí. Pero no como para que te partas de risa cada vez que lo recuerdes.
-Pues yo pienso que fue la mejor cosa que pude haber hecho en mi vida -dijo ahogando otra carcajada.
-La lastimaste, Bruno. Su tobillo se veía fatal -le espeté.
Me miró como si yo no fuera de este planeta.
-Vamos a dejar algo bien en claro, Mauro -se impulsó a sí mismo con ambas manos en la mesa-. Tú eres mi hermano... somos mellizos, y te conozco. No voy a permitir que defiendas a esa enana solo porque no soportas unas cuantas bromas.
-No la estoy defendiendo, Bruno. Es solo que... - ¿Qué iba a decirle? Debía dejar de pensar tanto en ella y darme el lujo de disfrutar de las bromas que le hacían a la enana-. Olvídalo.
- ¿Estarás un poco más tranquilo ahora?
-Sí, todo está bien -contesté dándole un sorbo a mi refresco.
La verdad es que durante toda la comida con mis padres mi boca se mantuvo cerrada. Papá preguntaba y yo me limitaba a responder. De repente me encontraba con una fría mirada por parte de Bruno que yo ignoraba sintiéndome ajeno a mí mismo.
El viaje de regreso a casa fue música con auriculares, Sex Pistols a todo volumen y pensamientos perdidos en la nada. Necesitaba olvidar ese maldito y extraño día y comenzar de nuevo. Cuando llegué a mi habitación me tumbé en la cama y miré hacia el techo. Había una reunión en casa de Ailine, a la cual Bruno había insistido que fuera con él más de una hora, pero parecía que mi cráneo iba a partirse en dos pedazos, por lo que opté por quedarme en casa, viendo películas policiacas y bebiendo cerveza.
Bajo la tranquilidad de mi hogar.
Hasta que mi teléfono sonó.
- ¿Qué? -exigí malhumorado dándole a pausa a la película.
-Hola, guapo -dijo la aguda y sensual voz de Diana.
-Hola, guapa -contesté poniéndome de buen humor de un segundo a otro.
- ¿Por qué no estás aquí? -preguntó sobre el ruido.
-Me dolía la cabeza.
- ¿Y aún te duele?
-Sí, un poco, ¿Por qué?
-Porque sé cómo se te puede quitar -su timbre de voz sonó más provocativo de lo normal. Entonces no me retuve y comencé a imaginar su cabello rojo, su cuerpo curvilíneo, sus labios rosas... ¡Dios! ¿Qué podía hacer?
- ¿Nos vemos en tu casa en quince minutos? -propuse poniéndome de pie sabiendo que sus padres nunca estaban en casa.
-Te estaré esperando -lanzó un beso desde el otro lado de la línea.
Y ahí apareció el Mauro que yo conocía.
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Cerca de la Luna
ActionPara ella, él huele a peligro, a riesgo, a locura. Es el chico al que no quisiera acercarse. El chico que le ha hecho la vida imposible desde hacia años. Y ni loca podría sentir ninguna clase de simpatía por él. Para él, ella es todo lo contrario a...