Capítulo 25: Trato.

89 7 3
                                    

Vica:

Observaba atenta la Luna, sintiéndome un poco como en casa. Un poco menos rota y menos jodida. Menos golpeada. Menos abusada. Un poco más protegida bajo los ojos verdes de Mauro.

Un gallo cantó a lo lejos, anunciando que la madrugada estaba por terminar y haciéndome olvidar todo pensamiento a cerca de Mauro y el recuerdo amargo que me provocaba.

Mi cabeza amenazaba con estallar en mil pedazos y mis respiraciones estaban obligadas a ser superficiales ya que cada pequeño movimiento con mis costillas dolía un infierno y aún más. Así que cuando la puerta se abrió no pude levantar la cabeza para ver de quién se trataba.

—Vica, ¿te encuentras bien? —preguntó Susana, posicionándose frente a mí.

Mi corazón saltó de alegría al saber que era ella. Levanté un poco la mirada, para encontrarme con un rostro atormentado y reflejante de miedo. Intenté sonreír para tranquilizarla, pero en su lugar conseguí una mueca.

—Solo estoy un poco... hecha polvo, querida.

—Estaba tan asustada... si tan solo pudiera hacer algo por ti —levantó gentilmente mi cabello, que caía sobre mi rostro—. Quisiera matar a Chávez con mis propias manos.

Suspiré pesadamente, recordando que fue lo mismo que había pensado sobre Ricardo cuando Rosa llegó a nuestra habitación, con moretones por todas partes.

—¿Por qué estás aquí? —pregunté—. Dudo que Chávez te haya dejado entrar.

—De hecho lo hizo —contestó mi amiga—. Bueno, Roberto llegó hace media hora y le ordenó a Chávez que me dejara entrar para ver si estabas bien, mientras ellos atendían una plática acerca de lo que sucedió anoche.

De alguna forma, saber que Roberto estaba ahí tranquilizaba un poco.

—¿Cómo lo supo?

—Dicen que alguien le avisó, no sé quién fue, pero sin duda ayudó bastante —dijo encogiéndose de hombros—. ¿Por qué lo hiciste, Vica? ¿Por qué mataste a Ricardo?

Vacilé un momento, sin saber a ciencia cierta qué contestar, debatiéndome entre decirle la verdad o inventar otra historia. Sin embargo, sabía que si quería a Susana en mi equipo tenía que comenzar hablando con sinceridad.

—Por dos sencillas razones —dije—. La primera; por Rosa. No podía vivir sabiendo que ese perro la había golpeado. La segunda es porque él sabía demasiado.

Durante dos segundos se quedó en silencio, pero luego alzó la mirada, confundida, justo como yo creía que haría.

—¿Sobre qué?

Comencé a relatarle acerca de las noches que tuve con Roberto, que en vez de acostarnos ideábamos un plan para asesinar a Chávez, sobre cada parte de nuestra coartada y la razón por la que Roberto había ido para defenderme de nuestro proxeneta. Susana no me interrumpió ni una vez, expectante a lo que sucedería después en el relato.

—... Ambos pensamos que sería buena idea que tú nos apoyaras con esto —concluí.

Susana frunció el ceño y negó con la cabeza, como si no pudiera terminar de entenderlo.

—¿Por qué yo?

—Porque eres temeraria —le dije—. Le temes a Chávez, pero no puedes esperar por verlo muerto y cobrar venganza por todo lo que les ha hecho a Rosa y a ti, ¿no es así?

—Tienes razón —bufó—. Entonces, solo dime qué hacer y lo haré.

—Gracias.

Ambas sonreímos, con la promesa de que tal vez todo sería mejor a partir de ese momento. Al asesinar a Chávez el escenario cambiaría radicalmente. No solo para Susana y para mí, sino para todas las chicas que estaban en ese lugar, victimas del abuso sexual y psicológico al que eran obligadas; mi corazón estaba con ellas, y no había manera de que me detuvieran en mi labor de rescatarlas de ese lugar.

Cerca de la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora