Capítulo 8: Indiferencia.

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Mauro:

No podía concentrarme mientras llevaba a Vica a casa en la noche. ¿Cómo era posible que algo así hubiera sucedido de un día a otro? Si no me hubiera ofrecido para darle un aventón después de la librería, si no se me hubiera ocurrido seguirla a la librería para quitarme el aburrimiento, entonces aquel tipo no la hubiera visto montada en mi coche. No hubiera pensado que ella era importante para mí. No la utilizarían para llegar a mí.

De nuevo entendí que las buenas intenciones no siempre terminan de buena manera.

—¿Estás bien? —le pregunté al entrar a la carretera.

Miró sus zapatos.

—Me acaban de confesar que son asesinos, y esperan que confié en ustedes. No sé qué creer. Estoy... desconcertada —contestó. Su voz era más fuerte ahora, tal parecía que la incertidumbre comenzaba a hacerle olvidar la inseguridad.

—¿Tienes miedo? —cuestioné.

—Extrañamente no —murmuró.

Durante los siguientes tres minutos nadie dijo nada. Vica parecía absorta en las preguntas que se originaban en su cabeza, las dudas, el desconcierto. Sabía que su cerebro se estaba carcomiendo por encontrar una salida. Ella no tenía miedo. Al fin y al cabo no era tan débil cómo yo había creído. Pero jamás creí que fuera tan temeraria. Era su vida la que estaba en riesgo.

—¿Por qué no tienes miedo?

Restregó las mangas de su sweater contra sus antebrazos y un montón de pulseras se dejaron ver por debajo de la tela. Miró por la ventana, tal vez temiendo que yo pudiera leer su expresión.

—¿Quién llevaría flores a mi tumba? —contestó—. Creo que el ser humano teme a la muerte porque la desconoce. A mí me gusta lo desconocido. A parte no tengo a nadie para que me llore. Nadie llevaría una sola rosa a mi tumba. Por eso no le temo a la muerte.

Por segunda vez en el mismo día me había dejado sin palabras, la primera vez por su espontánea fuerza, la segunda vez por su sinceridad y su carencia de ganas de simpatizar. Era indiferente a todo, pero no podía explicarme por qué no lo era cuando uno de nosotros la molestaba. Me impedí preguntárselo. La creía demasiado sensible como para soportar más presión, a pesar de que ella se había encargado de hacernos saber que no lo era.

—¿Confías cuando te digo que todo estará bien? —pregunté.

—Tengo demasiadas razones para desconfiar —señaló—. Sin embargo solo tengo una duda... ¿qué se supone que tengo que hacer?

Sonreí. Había algo entre Vica y yo que conectaba directamente. Un vínculo extraño que no había notado antes, pero que siempre había estado ahí, uniéndonos a la distancia.

—Sigue tu vida normal, intenta mantenerte indiferente —era irónico que dijera eso. Claro que era indiferente a todo—. Nosotros haremos el resto.

Me miró por un momento, justo cuando aparcaba frente a su fraccionamiento. Sabía que tenía preguntas que hacer, pero también sabía que no se sentía capaz de formularlas, porque era demasiado para una sola noche.

Levanté mi cabeza, atraído por la tremenda brillantez de la luna, por la obsesiva abstracción del silencio casi doloroso. Después miré a Vica, quien también miraba la luna llena con un extraño brillo en sus ojos azules.

—Supongo que nos veremos mañana —dijo poniendo su delgada mano en la manija de la puerta.

—Vica —tomé su otra mano. Tenía que decirlo ahora, no podía seguir de esta forma—. Lo siento demasiado, haberte puesto en peligro ha sido una de las cosas más estúpidas que he hecho en mi vida, y en serio lo lamento. Haré todo lo que esté en mis manos para...

Cerca de la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora