Vica:
Estaba perdidamente enamorada de Mauro Mancini.
Lo supe cuando desperté al día siguiente y lo miré tendido a mi lado sobre la cama. Sus ojos estaban cerrados y su pecho subía y bajaba con cada respiración. Se miraba imperturbable y maravillosamente relajado. Como un pequeño bebé.
Pasé mis dedos por su cabello y me permití esos segundos para admirar la guapura del hombre que me había salvado de todas las maneras posibles.
Supe que me había enamorado porque mi corazón se detenía cuando me miraba de forma tierna, y se aceleraba cuando me miraba de forma coqueta. Por la manera en que se me daba observar cada pequeño detalle de su cuerpo, como la forma perfecta de sus labios gruesos y rosas, esos ojos verdes que se oscurecían cuando se sentía molesto o excitado, esos lunares que viajaban por su mejilla hasta su mandíbula, sus manos varoniles con esas venas que saltaban cada vez que hacía hasta el más mínimo movimiento.
Cada parte de él, física y emocionalmente me enamoraba.
Y disfrutaba poder amar a alguien así.
***
—Así que... ¿no irás a la Universidad de Oxford? —me preguntó Charlie sin apartar sus ojos de la pantalla, donde una batalla implacable de Star Wars: Battlefront se libraba entre él y Mauro. Sobre sus piernas se balanceaba Erica, que rodó los ojos ante la falta de atención de su novio y sonrió en mi dirección.
—¿Quién mencionó la Universidad de Oxford? —Pregunté, moviendo las manos de Mauro para que se equivocara en el siguiente movimiento y dejara ganar a Charlie—. Me falta un año para terminar la carrera... en la maldita Universidad de California, despistado.
Había elegido estudiar la carrera de medicina, por lo que, a mis veintitrés años, seguía encerrada en la universidad, mientras que Mauro, Charlie, Erica, Bruno, Ailine, Diana, y Peter habían salido mucho antes que yo y comenzaban a disfrutar de sus trabajos y demás logros.
—Lo siento —dijo Charlie—. El juego está entretenido.
—Déjalo, amor —susurró Mauro en mi oído y me acomodó mejor sobre sus piernas—. Cuando por accidente alguien le rompa las piernas no estará la mejor doctora de Norteamérica, o sea tú, para atenderlo.
Me reí contra su cuello y sentí su piel erizarse.
Mi novio había cambiado bastante en cuanto a apariencia física se refería en los últimos cinco años. Se había dejado una sombra de barba que le hacía verse más maduro de lo que en realidad era. Sus brazos y hombros habían engrosado y su cuerpo estaba completamente tonificado. Su cabello seguía igual de alborotado, pero solía cortarlo más a menudo, porque su trabajo como jefe y dueño (de lado de Charlie y Bruno) de su propio negocio de autos deportivos llamado "M&T" se lo exigía.
El hombre tenía veinticuatro años y ya era todo un empresario.
—¿Alguien tiene hambre? —vociferó Ailine entrando por la puerta principal, llevando en sus manos dos bolsas de McDonalds.
Bruno caminaba a su lado, cargando a la pequeña Lori en sus brazos. Se habían casado hacia año y medio y tuvieron a su primer bebé once meses después. Fueron los primeros en casarse.
Tiempo después llegó Diana con una sortija de compromiso en su mano.
—Yo muero de hambre —dijo Diana empujando a Bruno para que se apresurara. Sobaba su enorme panza mientras caminaba.
Ella no pudo esperar más, y antes de la boda anunció que estaba embarazada y tendría un niño de Peter, su futuro esposo. ¿Pueden creerlo? Peter y Diana juntos. Algo que ni en mil años se nos pudo haber ocurrido. Pero el amor suele nacer en los momentos más raros.
A ellos les llegó el amor en una noche de borrachera en Las Vegas.
—¿Ya encontraste un buen nombre para ese niño? —le pregunté poniéndome de pie y caminando hacia ella.
—Estoy entre John y Josh —me contestó la morena, envolviéndome en un abrazo.
—Victor es un buen nombre —le guiñé un ojo.
—No en esta vida, Maxwell —rio.
Así es, mi apellido estaba oficialmente cambiado. Ya no era Hudson. Simplemente Maxwell. Victoria Maxwell. Y sí, Diana y yo llevábamos una amistad hermosa, aunque no lo crean. Ella era una persona completamente distinta a la chiquilla que había conocido en preparatoria.
De igual forma, todos Los Hijos de la Mafia me habían unido a su pequeña familia. Al final, yo también era una hija de la mafia.
Todos nos sentamos en la mesa y entre risas y pláticas triviales comenzamos a comer hamburguesas. Era tan extraño, pero a la vez reconfortante, el hecho de que en cualquier momento podría suceder lo que todos esperábamos, tal vez un ataque, tal vez alguien que quisiera venganza. Sin embargo ahí estábamos, un grupo de ocho asesinos, riéndonos de los chistes que los demás decían, comiendo alimentos para niños, siendo felices.
Me sentía cómoda.
Querida.
—¿Recuerdan nuestros días de preparatoria? —preguntó Peter de repente.
Sonreímos todos al mismo tiempo.
—Solían hacerme la vida imposible —recordé.
—Oh, cuñada —dijo Bruno con voz melosa—. Pero ahora te queremos mucho. Y, en lo personal, yo te admiro. En tu lugar hubiera tomado un cuchillo y le hubiera cortado la garganta a cualquiera que intentara decir estupideces en mi contra. Eres más fuerte de lo que creíamos. Te admiro, en serio.
Le sonreí. Bruno se había convertido en una de las personas más importantes de mi vida en los últimos años.
De hecho, todos en aquella mesa.
—Mi chica es una guerrera —dijo Mauro, tomando mi mano con firmeza.
—Lo es —apoyó Diana.
—Oh, basta —gemí—. Me harán llorar.
Platicamos a cerca de la preparatoria, de nuestros planes a futuro, de nuestra vida en general.
Y fue entonces cuando me di cuenta de la gran verdad.
Durante veintitrés años busqué a una familia. Alguien que me amara.
Y entonces ahí estaban ellos. Sonriéndome. Apoyándome.
Queriéndome.
Charlie y Erica eran felices y vivían juntos.
Bruno y Ailine estaban casados y muy enamorados. Y tenían una hermosa bebé.
Peter y Diana iban a ser padres y estaban recién casados. Se amaban de la forma más bella.
Chuck iba a visitarme de vez en cuando, y nuestra amistad tomó un rumbo maravilloso. Fui la madrina de su primer hijo, Tom.
Miré a Mauro durante un momento, feliz y agradecida.
Por segundos no dijo nada, pero luego giro su cabeza y dejó que los demás siguieran hablando.
—¿Pasa algo? —me preguntó frunciendo el ceño cuando captó mi mirada.
—Te amo —contesté.
Sonrió.
—Yo te amo más.
—No, yo te amo más —aseguré.
—¿De aquí a dónde? —besó mis labios.
Toqué el dije que colgaba de mi cuello, el que él me había regalado cuando éramos más jóvenes.
—De aquí a la Luna —dije. El frunció el ceño, incrédulo—. Bueno... cerca de la Luna.
Ahí, donde no pueden hacernos daño, mi amor.
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Cerca de la Luna
AcciónPara ella, él huele a peligro, a riesgo, a locura. Es el chico al que no quisiera acercarse. El chico que le ha hecho la vida imposible desde hacia años. Y ni loca podría sentir ninguna clase de simpatía por él. Para él, ella es todo lo contrario a...