Capítulo 15: Sin culpabilidad.

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Vica:

En algún punto de la mañana siguiente pude sentir la luz traspasar mis párpados instándome a despertar. Con premura tenté por el colchón al sentir el frío de las sábanas a mi lado, indicándome que estaba sola en la cama. El pánico entró por mis venas cuando una pequeña mancha de sangre se dejó ver entre las sábanas.

—Mauro —jadeé poniéndome inmediatamente de pie en busca de mi novio. La Choza estaba en completo silencio haciendo que mi miedo se acrecentara aún más. No había rastros de Mauro por ningún lugar—. Mauro, ¿en dónde estás?

De pronto escuché un golpe seco del otro lado de la puerta de la habitación y un gruñido de esfuerzo, sin perder más tiempo tomé una de las pistolas que Mauro había dejado en el buró a lado de mi cama, sin tener idea de si estaba cargada o no. Pero a esas alturas, y después de lo que habíamos presenciado la noche anterior, nada parecía suficiente. Si tenía que defenderme y matar a alguien para llegar a Mauro lo haría.

Salí de la habitación con rapidez y puse el arma delante de mí apuntando a la persona que estaba entrando por la puerta cargando un montón de troncos. Mi corazón latía desbocadamente dentro de mis costillas y la adrenalina parecía hacer mis movimientos aún más precisos.

Entonces Mauro alzó la vista y sonrió a medias dejando los leños cerca de la chimenea.

—Si yo hubiera sido uno de los hombres de anoche ahora estarías muerta —su voz cayó en lo burlesco.

Sentí ganas de correr hacia él y abrazarlo con todas mis fuerzas, celebrar que estaba vivo y que estaba conmigo. El susto que acababa de pasar había sido algo demasiado cruel para soportar. Pero el orgullo me obligó a mantenerme en mi lugar y bajar la pistola.

—¿Por qué estaría muerta? —pregunté—. Tengo un arma entre mis manos.

Se acercó a mí a paso lento y tomó mi rostro entre sus manos para depositar un casto beso en mis labios.

—Tal vez si el arma no tuviera el seguro puesto habrías obtenido dos segundos más de vida —contestó—. Pero ni siquiera sabes apuntar.

No toleraba que me hablara de esa forma, como si no supiera defenderme sola. Pero, ¿acaso sabía? ¡Por supuesto que no! Ni siquiera me había dado cuenta de que el arma que tenía en mi mano llevaba el seguro puesto. Mauro tenía razón; en esas circunstancias no podíamos andarnos con medias tintas, debíamos sacar todo lo que sabíamos de nuestras habilidades para mantenernos con vida. Y yo no sabía absolutamente nada.

—Entonces enséñame a usar una pistola —dije entregándosela en la mano—. Y muéstrame como pelear. No quiero ser una damisela en apuros esperando que llegues para rescatarme.

Él negó con la cabeza antes de alejarse, tomó un leño lanzándolo a la chimenea y comenzó a armar una pequeña cueva con palos delgados y papeles. De inmediato el fuego crepitó en toda la sala de estar.

—Me niego rotundamente a que uses una pistola —respondió después de un minuto.

Lo miré a ceño fruncido.

—¿Por qué? ¿No me querías mantener con vida?

—Enseñarte a usar una pistola significa que las cosas no andan nada bien, y no puedo aceptar el hecho de que esto se me está yendo de las manos cuando aún ni siquiera ha comenzado del todo —agachó la cabeza y se rascó la nuca—. Me aterra ponerte en peligro. Me aterra perderte.

—No vas a perderme —le aseguré acercándome a él—. Y sí, estoy en peligro, pero si no aprendo a defenderme entonces será peor.

Me miró con algo en sus ojos que no pude descifrar, como un destelló que se esfumó tan rápido que no podría asegurar que hubiera estado ahí. Tomó mi mentón y beso mis labios de nuevo, después suspiró pesadamente.

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