Capítulo 35: Alejarse.

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Vica:

—No quiero ir a casa —murmuré contra el pecho de Mauro, mientras viajábamos en el auto de Charlie.

Mi cuerpo había dejado de temblar, pero el pinchazo de remordimiento seguía ahí, intentando hundirme en la mierda.

—Lo sé —contestó él, besando mi cabeza—. Iremos a la mía, si te parece.

Asentí lentamente, anhelando el alivio para mi alma, un poco de confort después de la tormenta que acababa de pasar. Pero no podía. El rostro de Susana no podía salir de mi cabeza, por más que lo quisiera. Tampoco la frente perforada de Roberto, el hombre a quien le di mi confianza, asesinado por mi propia mano.

Al llegar a la casa de Mauro, sentí como la familiaridad del aire californiano acariciaba mi rostro, pero no era suficiente como para dejarme un buen sabor de boca. No tenía buenos recuerdos en ningún lado. Aun así, me obligué a caminar hacia Charlie, y envolverlo en un pobre abrazo, que él aceptó con gusto y lo devolvió con cariño. Gracias a él estaba viva.

Se había convertido en mi amigo, justo cuando creí no tener a nadie.

—Siempre estaré para ti, pequeña Vica —susurró cerca de mi oído.

Se me formó un nudo en la garganta, pero lo tragué, mordiéndome el labio inferior.

—Gracias.

Sentí la mano de Mauro tomando la mía, sin entrelazar nuestros dedos, solo sosteniéndome como si pensara que en cualquier momento me fuera a desmoronar. A decir verdad yo también lo pensaba.

—Si necesitas descansar tan solo dímelo —me dijo Mauro—, mi casa es tu casa, y siempre lo será.

—Está bien —atiné a decir.

Entramos a casa de los Mancini, y lo primero que vi fue a una mujer hermosa, con el cabello negro, ojos verdes y gruesos labios rosas. Muy parecida a los gemelos.

—Hijos míos —se lanzó a los brazos de Mauro y Bruno, poco después, Anthony se les unía al abrazo con tanto regocijo que mi pecho dolió.

Dolió por ver a una familia uniéndose, queriéndose, siendo feliz. Dolió porque supe que yo jamás tendría una familia como la de ellos. Que siempre estaría sola, porque mi familia estaba muerta.

Luego de su abrazo, observé como la matriarca de la familia corría hacia mí y me envolvía en un fuerte abrazo. Abrí los ojos como platos y ni siquiera fui capaz de imitar su gesto. Estaba demasiado anonadada como para hacer cualquier movimiento.

—Es un alivio que te encuentres bien —dijo, plantando un maternal beso en mi frente que me estremeció.

—Gracias, señora Maxwell.

Durante varios segundos nadie dijo nada, era como si pudiéramos saborear la victoria de la forma más exquisita que existía. Habíamos ganado, y aunque Matthew Hudson seguía vivo, era lo último que me importaba en ese momento.

—Bueno, creo que es momento de que nos preparemos para la cena —canturreó la madre de Mauro, y agradecí infinitamente que eligiera un tema tan trivial como aquel, en vez de bombardearnos con preguntas.

Seguramente me comprendía, después de haber perdido a su primer esposo.

—Madre —habló Mauro, acercándose a nosotros, mientras Bruno, Charlie y Anthony subían por las escaleras—, Vica se quedará aquí, no es bueno que regrese a casa...

—No —interrumpí sintiéndome avergonzada—, no quiero causar molestias. Creo que lo mejor será que vaya...

—Tonterías, querida —dijo la señora Maxwell con voz amable—. He pensado en todo, tengo una habitación para ti, y no pienso tener un "no" por respuesta. Sígueme.

Cerca de la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora