Capítulo 31: Libres.

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Mauro:

Rabia. No podía pensar en otra palabra. Rabia en su más pura y cruda esencia. Todo lo que mantenía mi sistema de pie y funcionando era rabia.

Vica se había ido por su propio pie, pero la mirada que me envió antes de cruzar el umbral de la puerta había sido de amor, de esa clase de amor que me había confesado aquella noche, cuando por primera vez había asesinado a un hombre.

Cuando ella se fue, Roberto se alejó de mí y la siguió con una sonrisa triunfante en su rostro. Sus hombres seguían en el despacho, apuntándonos con sus armas, pero poco me importaba porque en lo único que podía pensar era en la rabia que sentía, por no ser capaz de mantener a salvo a la chica que amaba.

—Así que... ¿quién disparará primero? —habló Bruno con diversión.

Todos le miramos con confusión, pero él solo sonrió.

—Creo que no es muy buen momento para bromas —respondió Charlie.

Pude sentir la mirada de la chica a quien Vica había llamado "Susana" sobre mí, así que también la miré. Ella estaba sonriendo, como queriendo decir: "Así que tú eres el famoso Mauro", lo que me dio a entender que Vica le había hablado de mí.

—Terminemos con esto —dijo uno de los hombres de Roberto, alzándome del cuello de la camisa.

Nos guiaron a todos fuera del despacho y nos sacaron al bar, donde las luces estroboscópicas seguían brillando al ritmo de una música inexistente y un número alrededor de treinta personas, incluyendo unas pocas mujeres, flanqueaban las paredes, todos vestidos de trajes elegantes y negros. Luego nos hicieron hincarnos, lado a lado, y supe a dónde iba a todo aquello.

Me odié mil veces por no poder hacer nada, por haber hecho aquello solo, porque éramos cuatro, contra un ejército de treinta. Y no teníamos armas, ni una sola remota oportunidad de vivir. Estudié todas mis posibilidades: girarme y golpear al hombre detrás de mí para quitarle su arma, taclear al tipo que me miraba desde en frente, y salir corriendo por la puerta en busca de Vica, arrancarle la pistola la chica que caminaba de un lado a otro delante de nosotros. Pero todas terminaban en un resultado negativo; en el tiempo que me tomara hacer algo como aquello, podían dispararme entre todos.

—¿Qué van a hacernos? —preguntó Susana, sonando nerviosa—. ¡A ver, Rony, exijo una respuesta!

—Solo seguimos órdenes, Susana —contestó el tal Rony.

De pronto advertí que nos apuntaron a todos al mismo tiempo, justo en la nuca. Me tensé por completo.

Sería un fusilamiento.

Ese era el final.

Esperé a que jalaran del gatillo, entonces todo estaría perdido, nada habría servido. No había salvado a Vica y solo la había dejado más sola de lo que estaba. No merecía más que la muerte, pero aún más, el hecho de no poder luchar por rescatarla, ardía en mi pecho, imparable y tan doloroso que lo creí físico.

El chico que me apuntaba a mí tensó su mano, listo para disparar.

Y yo comencé a contar los segundos.

Cinco... cuatro... tres... dos...

Un disparo resonó por todo el lugar y entonces el cuerpo inerte del chico cayó a mi lado, con un agujero en la cabeza. Después los otros tres cayeron de la misma forma. Los demás esbirros de Roberto sacaron sus armas y apuntaron a todas partes, pero no lograban encontrar de dónde habían salido esos disparos.

Yo tampoco lo sabía.

Fruncí el ceño cuando escuché un par de golpes secos en el piso del bar y de inmediato un montón de humo comenzaba a salir fluidamente de dos placas de metal estratégicamente lanzadas en el lugar, impidiendo que ninguna persona dentro mirara absolutamente nada.

Cerca de la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora