Capítulo 23: Sin remordimientos.

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Vica:

La primera vez que maté a un hombre, recuerdo que Mauro me miró con admiración, con respeto. Esa noche parecía un sueño, jamás en la vida me habría atrevido a matar a una persona. Si bien era cierto, Mauro se sentía culpable por tenerme que enseñar a pelear cuerpo a cuerpo y a disparar; pero no fue así.

La culpa siempre la tuvo mi padre.

Recuerdo que esa noche le dije a Mauro que lo amaba. Y él me lo dijo a mí también.

En ese momento me sentí tan plena y segura que tenía la sensación de quererme comer el mundo de una sola mordida.

Sin embargo aquella noche también fue la última vez que vi a Mauro con ojos de amor.

Me obligué a mí misma a despejar mi mente de los recuerdos de Mauro y poner mis ojos sobre el cuerpo inerte de Ricardo frente a mí. A pesar de que ya estaba muerto, tenía ganas de revivirlo para hacer de sus últimos segundos más terribles de lo que habían sido.

Ese sentimiento me asustaba. Y aún más, el hecho de que no me temblaran las manos, que no sintiera remordimiento alguno o que el arma en mi mano siguiera siendo empuñada con fuerza, me hacía saber que no era la misma persona que era dos meses atrás. Sin embargo, aquello no era una novedad. Me había convertido en una perra sin sentimientos y ni siquiera me importaba.

De pronto escuché una puerta abrirse detrás de mí, y el grito desgarrador de una chica. Luego sentí un par de brazos empujarme hasta que caí a la cama y el arma salió volando de mis manos.

—¿Qué acabas de hacer, perra estúpida? —preguntó Chávez, instalándose rápidamente sobre mí. Sus ojos parecían querer salirse de sus orbitas y las venas de su cuello estallaban con cada respiración.

Mi menté maquinó un plan maestro, la cuartada perfecta para sacar el plan de Roberto intacto sin tener que adelantarnos en nada.

—Chávez, tienes que creerme —murmuré, esforzándome porque mi rostro mostrara temor y sorpresa a la vez—. Por favor escúchame...

Su mano salió volando hasta mi rostro con un golpe seco que me dejó aturdida por un par de segundos. Cuando mi cuello giró, alcancé a ver a la chica que había gritado segundos antes. Era Susana, que me miraba con horror.

—¡Cierra el maldito hocico!

Chávez tiró de mí para ponerme de pie y tomó mi cabello en un puño, jalando hacia atrás. El dolor fue insoportable, haciéndome proferir un grito. Mi corazón latía esta vez con más fuerza.

—Por favor, déjame explicarte —rogué.

Odiaba rogar, odiaba volver a rebajarme a su nivel, pero necesitaba algo creíble. La mujer poderosa podía esperar. La mujer en apuros debía tener un poco de valor para cumplir con su misión. Las lágrimas no tardaron en llegar, y sinceramente no sabía si eran lágrimas de dolor, de rabia o solo eran ficticias.

Chávez me sacó de la habitación tomada por el cabello, con la espalda arqueada bajo su brazo, mis manos sobre su puño, tratando de liberar un poco de mi cuero cabelludo. Al ver mi intención, golpeó con su puño libre mis costillas con fuerza, haciéndome perder el aire en un segundo. Nos encaminó por el pasillo hasta la puerta del fondo que daba al almacén vacío del bar. La silla en la que había estado sentada un par de semanas antes seguía ahí. Me sentó con fuerza y rápidamente ató mis manos tras mi espalda.

Después lanzó un golpe a mi rostro, seguido de otro y un par más. Mi piel ardía y parecía que mi cabeza iba a explotar. Quería matarlo por eso.

—¡Asesinaste a Ricardo, perra de mierda! —exclamó fuera de sí, golpeando mis costillas con brutalidad.

El dolor que sus puños producían sobre mi cuerpo me hacía retorcerme en mi lugar, sin más opción que gemir y rogar que se detuviera. Y cuando por fin llegó el glorioso momento de paz, mis huesos estaban suficientemente magullados y mi piel bastante rasgada como para permitirme siquiera jadear. Podía sentir la sangre surcando mi rostro.

—Lo hice para... —comencé, con la voz débil y el dolor atravesándome con cada palabra— para ayudarte.

La risa cínica de Chávez no se hizo esperar y por un segundo creí que iba a arremeter en mi contra de nuevo. Pero se quedó quieto durante unos segundos. Luego, salió de la habitación, dejándose a solas en la oscuridad. Temblando de frío. Con el dolor ardiendo en todo mi cuerpo.




Lo sé, fue demasiado corto. Ya verán por qué x3

Espero que les haya gustado. Si me dejan un muchísimo comentario las amaría más :3 

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