Capítulo 33: Rabia.

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Vica:

Esperé dolor, esperé por lo menos sentir una presión donde la bala fuera a impactar.

Pero no sentí nada.

Así que abrí los ojos, y observé a un Roberto confundido, mirando para todos lados, sin el arma en la mano y una mueca de miedo.

No lo pensé demasiado cuando moví mis piernas golpeando sus tobillos y haciendo que cayera al suelo. Me puse de pie justo en el momento en que más disparos comenzaban a tronar fuera del departamento, entonces fue que mi mente se aclaró. Alguien estaba intentando salvarme, tal vez Mauro había avisado a alguien antes de morir, y como fuera no lo esperaba.

La rapidez de la situación me provocó un mareo, enviándome de lado hasta chocar contra el sillón, completamente aturdida y sintiéndome devastadoramente débil, pero antes de volver a caer al suelo, sentí un par de brazos tomándome por el torso, manteniéndome de pie.

Giré abruptamente, aterrada, para encontrarme con la mirada preocupada de Anthony Maxwell.

Tenía sentido que estuviera ahí, pero no entendía por qué lo hacía. ¿Solo para salvar a la estúpida novia de su hijastro? Resultaba improbable, pero llegados a ese punto yo no tenía la suficiente coherencia para formar mis propias conclusiones.

—Mantente detrás de mí —ordenó con amabilidad.

Obedecí, obligando a mis piernas a mantenerse erguidas el tiempo suficiente para que Anthony hiciera lo que tuviera que hacer. Pero de pronto percibí su aroma. Lo percibiría a kilómetros de distancia, aún con los olores de pólvora y caucho quemado que entraban por la puerta. Sabía que era él. Y sabía que no estaba muerto.

Volteé hacia atrás, lista para verlo, y ahí estaba, corriendo hacia mí, mirándome de la forma más apasionante que jamás había visto. Quise lanzarme hacia él, besarlo, abrazarlo, pero de inmediato la comprensión golpeó mi mente un poco menos nublada. Estábamos rodeados por sus hombres.

Y aunque entre el tumulto de gente advertí a Chuck y a su pandilla, a los hombres de Anthony y a Peter, Erica, Diana y Ailine, sabía que éramos minoría. No obstante, me impedí volver a caer y estiré mi mano para tomar el arma que Susana me extendía.

Todos los momentos de maltrato y burlas en la escuela estaban a punto de caer en un segundo plano, porque entonces éramos un equipo, y peleábamos por la misma causa. Y yo ya no era la misma estúpida que se dejaba intimidar.

Apunté a uno de los hombres y disparé con decisión, justo en la cabeza.

En ese momento, todos comprendieron lo que debían hacer. Fue cuando las balas comenzaron a llover por segunda vez en la noche.

Logré escabullirme por un segundo, detrás de la barra de la cocina, y decidí que era un buen lugar para disparar desde ahí. Luego observé como Ailine y Diana corrían hacia mí, con pistolas en mano.

—Te has vuelto buena en esto, Vica —dijo Ailine, con algo que solo pude identificar como sorna en su voz.

—Es bueno que lo notes —respondí con brusquedad, disparando al tipo que le apuntaba a ella.

En realidad no sabía cómo me había hecho tan buena con la puntería. Tal vez solo se trataba de talento genético, algo que había heredado de mi padre, aunque no supiera quien era.

—Espero que con esto todo quede redimido —habló Diana.

Quise reí con ironía y golpearla en la cara, pero solo me limité a rodar los ojos.

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