Epílogo.

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La Luna llena se alzaba gloriosa sobre todos ellos, mientras bailaban al sonido de "Instant Crush" de Daft Punk y Julian Casablancas. El jardín de la mansión Maxwell estaba lleno de mesas elegantemente acomodadas en toda la extensión, los ornamentos dorados cubrían el lugar de la forma más bella, las parejas se contoneaban de un lado a otro.

La mesa de regalos estaba a rebosar de cajas, bolsas e incluso un hermoso y enorme ramo de rosas que Chuck había llevado para la recién graduada y festejada de la noche.

Ella enterraba su rostro en el cuello de él. Él amaba el aroma de su cabello y la forma en que se escondía de sus miradas.

Pero a Mauro le sudaban un poco las manos. Estaba nervioso.

Sí, el asesino a sangre fría estaba nervioso por lo que estaba a punto de pasar. Su estómago se retorcía y no podía dejar de ver en todas las direcciones.

—Oye, ¿estás bien? —le preguntó Vica, alzando la mirada.

Ella había notado el nerviosismo en su novio desde hacía un buen rato, pero había decidido no decir nada. Ahora estaba segura de que algo estaba sucediendo.

—Vamos a un lugar apartado, ¿sí?

Entrelazaron sus dedos y salieron del jardín. Pero Mauro decidió ir más allá, así que la llevó a la cochera y abrió la puerta de su auto deportivo.

—¿A dónde...?

—No hagas preguntas aún —dijo Mauro, besando sus labios.

Sin poner más resistencia, subieron al auto y el chico comenzó a conducir por las calles de California. El trayecto fue silencioso. Pero no de la clase de silencio incomodo, entre ellos no había silencios malos.

Vica sentía sus piernas temblar cuando Mauro estacionó el auto frente al mirador de Los Ángeles, sobre las montañas. La vista era impresionante. El mirador estaba perfectamente decorado con luces blancas y había un pequeño camino de velas del mismo color que los llevaba al punto más alto.

Le costó caminar con las zapatillas y el vestido entallado, pero no importó. En su vientre sentía las ansias de saber qué era todo aquello.

Por otro lado, Mauro se sentía a punto de desmayar por el nerviosismo.

—¿Qué es todo esto? —pidió saber Vica, llevándose un mechón de cabello tras la oreja.

Mauro se aclaró la garganta y entonces se armó de valor.

—Hace ya seis años que estamos juntos —comenzó—. Hemos pasado por muchas cosas malas, pero también hemos tenido momentos buenos. Te lastimé, te hice daño, pero luego me arrepentí, y me sigo arrepintiendo aun ahora. Tú no mereces ser lastimada. Mereces que te amen, que te valoren. Y aquí estoy yo, valorándote como a nadie en este mundo, y amándote como un loco. Y no pienso dejar de hacerlo... nunca. Porque me haces feliz. Tú eres todo lo que quiero en mi vida, eres mi sueño más grande. Y sé que habrá momentos difíciles en el futuro, pero estaremos juntos, y todo estará bien —sacó la pequeña caja del bolsillo de su chaqueta y se hincó en una sola rodilla—. Te amo, Victoria. Por favor, cásate conmigo.

Vica miró el anillo frente a ella, y ni siquiera se percató de que había comenzado a llorar sino hasta que las lágrimas borraron el brillo de aquella joya preciosa.

Ella estaba segura de su respuesta. Porque amaba Mauro más que a nada o a nadie en el mundo. Con todas su fuerzas. Hasta la locura.

No podía siquiera imaginar una vida sin él.

Y si el destino traía más peligro, y más mafia, y más muerte, ya no importaba.

Juntos eran implacables.

—Sí —contestó ella—, nada me haría más feliz.

Y a partir de esa noche, bajo la Luna llena, comenzaron una nueva historia.

Cerca de la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora