Capítulo 34: Para siempre.

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Mauro:

La vi caer al suelo frente a todos, con el rostro surcado entre lágrimas y los puños llenos de sangre. Un llanto amargo inundando mis sentidos auditivos y rompiendo cada parte de mi alma. Temblé mientras me acercaba a ella, ignorando el hecho de que pareciera salvaje y a punto de asesinar a cualquier otra persona.

Tomé su cuerpo entre mis brazos y la alcé sin complicación.

Milagrosamente ella se dejó hacer, por lo que pude sentir como envolvía mi cuello con sus brazos y escondía su cara en mi pecho. Sabía que estaba mal, completamente trastornada. Pero la amaba, y no había fuerza natural o sobrenatural que fuera capaz de terminar con ese amor.

En silencio, escuché como todos comenzaban a salir del departamento, dejando tras de sí decenas de cuerpos inertes, enemigos y aliados.

Agradecí al cielo que mi equipo estuviera intacto.

—Vámonos de aquí —dijo Charlie, apareciendo de pronto frente a mí. Se quitó la chaqueta y la puso sobre el cuerpo tembloroso de Vica.

Ella no opuso resistencia y me replanteé el hecho de que tal vez estaba tan trastocada que jamás volvería en sí. Aquello me aterró, pero no me impidió seguir avanzando, con la enorme satisfacción de sentirla viva entre mis brazos. Respirando.

—Sí —dijo de repente ella, con la voz débil—. Sácame de aquí.

Sonreí, sin poder evitarlo. Es que era un sueño para mí, después de un mes de estar sin ella, por fin la tenía conmigo, abrazando mi cuello, sollozando de vez en cuando. La saqué de ese lugar, anhelando borrar toda esa pesadilla de su mente, de sus recuerdos, ponerla a salvo, que nada nunca le volviera a hacer daño a esa chica tan valiente, fuerte, poderosa, pero frágil y hermosa al mismo tiempo; no porque creyera que no podría salir adelante si algo así volviera a sucederle, sino porque no lo merecía.

—He venido en mi avión privado —dijo mi padre, caminando a mi lado—. Llevémosla ahí y salgamos de México antes de que la policía comience a buscar culpables.

Ella se quedó dormida, y me negué a alejarla de mi regazo en todo el vuelo.

Arreglamos rápidamente que sacaran el cuerpo de Susana de aquel departamento y que le avisaran a la familia, donde quiera que estuviera, para que le dieran cristiano velorio, como ella lo habría querido. Su muerte fue un golpe duro para mí, y jamás dejaría de agradecerle por salvar la vida de Vica.

Mujeres como ella eran las que merecían ser eternas. Sin embargo eran las que más estaban cerca de la muerte.

Cuando llegamos a California fue cuando Vica despertó de su profundo sueño. Me miró a los ojos y suspiró. Su mirada era claro ejemplo de dolor. Y quise arrancarlo por completo de ella.

—Está todo bien, hermosa —le aseguré—. Aquí estoy.

Y ahí estaría. Para siempre.  

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