Capítulo 13: Peligrosa.

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Vica:

Eran las seis y media de la tarde cuando me metí a la bañera en el baño de mi cuarto y me dejé derrumbar por completo. Arrastré mi espalda por la pared hasta llegar al piso de la regadera. Percibí la depresión colándose por cada hueso de mi cuerpo y haciéndome añicos. El dolor traspasaba los límites de la verdad cuando comenzó a hacer mella en mi cuerpo. Me dolía el pecho y la cabeza. Mis manos no habían disminuido su temblor. Necesitaba con urgencia algo que calmara un poco lo que se arremolinaba en mi interior.

Pero la desesperanza me estaba ganando.

Piensa en Mauro. Me repetía a mí misma una y otra vez.

Y juro que lo intentaba, pero el recuerdo de mi condición siempre se plantaba frente a mí como un espejo cuyo reflejo parecía una broma de mal gusto. Me topé con la realidad una vez más ahogándome en un mar de lágrimas. Estaba completamente sola.

Piensa en Mauro.

Con la rapidez en la que habían transcurrido los últimos acontecimientos no me había parado a pensar que solo en cuatro días había caído rendida a los pies de Mauro. No como lo solía hacer Diana. Más bien Mauro había traído un poco de color a mi vida haciendo un lado la monotonía de la que era presa. Era extraño ese sentimiento dentro de mí que no me dejaba pensar con claridad. Cada beso que Mauro que me dio se había quedado impregnado en mi ser sin poder arrancarlo de mí. Él estaba convirtiéndome en un desastre. Pero me gustaba. Estaba poniendo mi confianza ciegamente en un hombre misterioso y cruel.

Tenía tantas preguntas sin contestación: ¿Quién era en realidad Anthony? ¿Cómo murió su padre? ¿Por qué él no parecía en realidad un mafioso? Pero mientras encontraba una respuesta lógica a todos mis interrogantes me decanté por disfrutar de lo ajeno que se sentía aquella situación.

Por fin después de tanto tiempo él llegó a romper mis esquemas y sacarme del plástico de protección anti-sentimientos en que vivía.

—Señorita Victoria —habló Josephine del otro lado de la puerta de mi habitación.

Fue entonces que me di cuenta que pensar en Mauro me había tranquilizado. Había dejado de llorar.

—¿Qué pasa, Jos?

—¿Se encuentra bien, señorita? —sonaba un tanto apenada—. Ha estado en la bañera por casi dos horas.

Negué con la cabeza lentamente sin poder creer que había pasado tanto tiempo dentro del baño. Miré las yemas de mis dedos y las arrugas en ellas me lo corroboraron. Atusé mi cabello antes de ponerme de pie.

—Estoy bien, Jos —le contesté al ama de llaves—. ¿Podrías prepararme un té de menta, por favor?

—Enseguida, señorita —respondió antes de irse.

Salí a mi habitación anudando el cinturón de mi bata de baño, me senté en la cama y observé el reloj que marcaba las ocho de la noche. Me paré con pereza para asomarme por la ventana. El auto de Charlie seguía estacionado afuera de mi patio trasero, no podía verlo gracias a los vidrios polarizados, pero el simple hecho de saber que estaba ahí me tranquilizaba.

En los últimos días la ansiedad se había convertido en un estilo de vida para mí.

Luego de esperar unos quince minutos me vestí con un pantalón de mezclilla, botas de nieve y pasé un sweater grueso por mi cabeza antes de bajar a la cocina en busca de mi té de menta. Al entrar me percaté de la tetera sobre la barra y la ausencia de Josephine.

—Le pedí que lo dejara aquí —la voz de mi padre me sorprendió—. Tenía que hacer que bajaras.

—Oh, papá —me giré hacia él—, ¿tienes algo de qué hablar?

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