Capítulo 21: Tratos y mentiras.

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Vica:

El miedo se instaló en mis pestañas en el momento en que abrí mis ojos y la luz del nuevo día me cercioró que seguía en ese maldito lugar. Mentalmente comencé a repetirme "Mauro vendrá por mí. Sé que lo hará. Porque me ama". Sin embargo, ese primer día solo fue el comienzo.

Todo el día lo pasé encerrada en la habitación. Solo había comido un pedazo de pan blanco y medio vaso de agua. Mi estómago no puso resistencia. Siempre estuvo acostumbrado a comer poco.

Chávez fue a visitarme a aquella pocilga. Me explicó todo lo que tenía que saber sobre lo que me esperaba en ese lugar.

—Tu padre nos aseguró que eras una chica muy apretada y que jamás has tenido novio. Por lo tanto eres lo doble de valiosa —dijo él, sentándose frente a mí en la cama de Rosa—. Comenzarás a trabajar mañana.

Apreté mis puños con fuerza y me puse de pie.

—No lo haré.

La sonrisa del hombre me hizo querer moler su rostro a golpes.

—Claro que lo harás. No intentes negociar conmigo, Victoria —se levantó y caminó hasta la puerta—. Un trato es un trato.

Al día siguiente, un tipo repleto de tatuajes entró en la habitación y lanzó en mi dirección una vestimenta que no dejaba mucho a la habitación. Una corta falda de piel, un top rojo que dejaba al descubierto el vientre, y unas botas de tacón alto.

No sabía qué hacer, el temor y la incertidumbre se habían estampado en mi pecho y rostros como un perpetuo recordatorio de que mi vida jamás volvería a ser la misma.

Rosa y Susana me ayudaron a maquillarme y arreglaron mi cabello.

—No te ves tan mal —dijo Susana.

—No es mi intención verme bien —repliqué, aguantando las ganas de romper a llorar.

—Todo estará bien —dijo Susana, una vez que Rosa había salido de la habitación acompañada de Antonieta. Su turno había comenzado—. Al principio es complicado. Pero te acostumbrarás después de un tiempo. Aquí no te puedes rajar, y menos conociendo a Don Chávez.

Giré para verla a los ojos. Susana había sido quien limpio mis lágrimas la noche anterior a esa, cuando la impotencia y el miedo me habían vencido.

—¿Cuántos años tienes? ¿Desde cuándo estás aquí?

—Tengo dieciséis —contestó casi con orgullo—. Me trajeron a este lugar desde hace dos años.

Me resultó casi imposible imaginar a una pequeña Susana de catorce años, vestida de una forma vulgar y siendo obligada a vender su cuerpo. Una lágrima corrió por mi mejilla.

—Quiero salir de aquí —susurré.

Susana puso su mano sobre mi hombro.

—Ya lo hemos intentado —me aseguró—. Es más fácil suicidarse.

Más tarde, esa misma noche, sí que quería suicidarme. Enfundada en aquel patético vestuario, maquillada y peinada de una forma extravagante, oliendo a perfume barato y muriendo de frío, aguardaba a quien Susana había llamado "un cliente especial". Chávez había venido hasta donde yo estaba para hablar sobre eso.

—El cliente que te asigné esta noche es uno de los mejores compradores —dijo sin ningún rastro de vergüenza—. Agradece que estoy siendo buena contigo, según todas las prostitutas que trabajan aquí, él es un total caballero.

Cerca de la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora