Capítulo 9: Arrebatos.

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Vica:

Ir en el auto de uno de los cuatro chicos más sexis de la escuela jamás me había llamado la atención. Incluso cuando Mauro se ofreció a llevarme a casa cuando el tarado de su hermano hizo que mi tobillo se lesionara, nunca lo acepté. Si alguna otra chica hubiera tenido esa oportunidad, la habría aceptado al instante.

¿Cuándo comenzó todo esto? ¿En qué momento se convirtió en lo más normal del mundo venir sentada en el asiento copiloto de Mauro Mancini, el chico mitad americano mitad italiano más sexi de California y sus alrededores?

-¿Cuál es tu casa? -su voz me sacó de mis pensamientos.

-Sólo conduce hasta la esquina de la segunda calle -señalé-. Es una casa blanca con portales negros.

¿Por qué piensas de esa manera sobre él? Te ha hecho la vida imposible durante los últimos años. Es guapo, pero también es un imbécil.

La batalla en mi interior se liberaba otra vez. Mi cabeza contra mi corazón. Él era un patán, mujeriego, peligroso, ¡asesino! No tenía escrúpulos, no comprendía el daño que le hacía a la gente, era irritante, molesto. Sin embargo confiaba en él, mi vida dependía de él. Ese hombre sentado junto a mí me estaba volviendo loca, con su cercanía, su aroma, su forma de ser tan arrogante, pero sobreprotectora. Él me estaba salvando.

Mi cabeza gritaba "¡Aléjate de él!". Pero mi corazón gritaba "¡Sabes que si lo haces, lo único que le está regresando un poco de color a tu vida se irá junto con él!".

Mi corazón estaba ganando.

-¿Es esta? -me preguntó estacionando frente a mi casa.

-Sí, llegamos -contesté.

-Quédate dónde estás -ordenó.

Bajó del auto, lo rodeó y abrió mi puerta. Me extendió su mano para ayudarme a bajar. Y cuando la toqué... oh, cuando toqué su mano, la corriente eléctrica que había sentido el día anterior cuando me tocó para tranquilizar mi ataque de pánico me asaltó. Lo sentí hasta lo más recóndito de mi cuerpo. Un escalofrío recorriendo cada parte de mí, arrasando con todo pensamiento negativo.

Miré su mano. Los vellos de su brazo se habían levantado, su piel erizada me indicó que él había sentido lo mismo.

Pero ninguno de los dos diría nada.

-Esta es mi casa -dije abriendo el portal.

-¿Casa? -preguntó con asombro-. ¡Esta es una maldita mansión!

-Bueno -vacilé-, es grande.

Atravesamos el jardín delantero hasta llegar a la puerta principal. Josephine la abrió haciendo la leve reverencia a la que ya estábamos acostumbrados mi padre y yo.

-Buenas tardes, señorita -asintió hacia mí y después hacia Mauro-, joven.

-Buenas tardes -dijo Mauro.

-Buenas tardes, Jos -saludé- ¿está mi padre en casa?

-El señor Matthew salió hace unos minutos, señorita -informó-. Dijo que no volvería sino hasta la noche.

Suspiré con alivio. Era maravilloso que mi padre no estuviera en casa. Con Mauro tenía suficiente tensión.

-Perfecto -dije-. Mi compañero y yo haremos una tarea de la escuela en mi habitación, Jos.

Miré a Mauro. Sus ojos recorriendo toda la casa con maravilla dibujada en sus ojos, contemplando cada guía en las paredes, cada mueble en el recibidor, las escaleras de piedra a lado de la sala de estar.

Cerca de la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora