Capítulo 22: La nueva Vica.

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Atención: El siguiente contenido muestra varias escenas que podrían ser no aptas para todo público. No leas en caso de ser sensible a temas de violencia o de sexualidad. Se recomienda discreción.

Vica:

Habían pasado ya dos semanas. Dos malditas semanas en la miseria y el dolor, que solo la verdad absoluta y sincera podía ofrecerme.

Dos semanas sin esperanza.

Dos semanas sin Mauro.

Pero no. Ya no quería a Mauro. O por lo menos era lo que me había estado repitiendo día tras día desde aquella noche, cuando Roberto me contó todo a cerca de mi vida oculta entre las sombras. No quería ver a Mauro, mucho menos a Bruno. Así que no, no tenía esperanzas de que alguien me rescatara de ese maldito lugar.

Estaba sola.

Adaptarse a ese lugar había sido más fácil de lo que creí. Sabía que a las seis de la mañana con treinta minutos teníamos que estar de pie. A las siete saldríamos a desayunar al comedor, nada salubre, por cierto, de La Casa Púrpura. De ocho a once de la mañana teníamos que limpiar el prostíbulo y el bar hasta que todo quedara reluciente, y de once a seis sería nuestro tiempo libre, para preparar nuestros atuendos y tratar de asimilar el hecho de que éramos mercancía en una sucia red de trata de blancas.

¿Y a quién le importaba? La policía no hacía nada, y, aunque las familias de las chicas protestaran para que se les diera una maldita respuesta, los altos funcionarios de gobierno mantenían bajo su brazo a los descarados idiotas de Chávez, Matthew, a quien tenía que dejar de llamar "padre", y, por más que me doliera aceptarlo, Mauro también era uno de ellos.

—Buenas noches, princesita —saludó Susana entrando en la habitación, contoneándose con un traje de baño con lentejuelas rojas—. ¿O debería decir "Buenas días"?

Su sonrisa siempre lograba calmar mis ansias y mi odio. Pero jamás del todo.

Me acababa de despertar de una pequeña siesta que decidí tomar antes de que comenzara mi turno.

—Lo siento —le contesté—. Tuve una noche... agitada.

—¿Otra cita con el señor Roberto Grijalva? —preguntó haciendo una mueca de complicidad.

—Y hoy será más de lo mismo —le aseguré poniéndome de pie.

En mi cama, la cual acababa de obtener, descansaba un lujoso vestido de seda color verde oscuro, que Roberto había pedido para mí. Por su parte, Chávez estaba demasiado feliz de que Roberto estuviera tan interesado en mí, que incluso esa misma mañana mantuvo una conversación conmigo sin faltarme el respeto de ninguna manera.

El plan marchaba sobre ruedas.

—Lo traes loco, Vica —dijo Susana.

Puse los ojos en blanco y me senté junto a ella de nuevo. En las últimas dos semanas, entablamos una amistad que cada vez me hacía sentir mentalmente estable. Y es que no había tenido una amiga desde hacía unos tres o cuatro años. Susana y Rosa me abrieron las puertas a su mundo y entonces supe lo que era tener una amiga de verdad, porque, en la noches cuando Rosa tenía pesadillas, Susana la tranquilizaba como a una hermana menor. Aprendí que nuestras condiciones, lo mejor que podíamos hacer era fortalecer nuestros lazos y protegernos una a la otra.

Cuando regresé en mi primera noche de trabajo, ellas dos me esperaban con los ojos bien abiertos, mientras Antonieta dormía y le restaba importancia a cualquier cosa que me sucediera. Querían saber cómo me había ido con Roberto. Cómo había sido mi "primera vez". Claro que tuve que inventar una historia. Que me había dolido, que había sido terrible. Incluso me obligué a llorar, aunque eso fue muy fácil. Acababa de ser bombardeada con verdades demasiado dolorosas sobre mi vida. El llanto había llegado solo. Ellas me abrazaron y me consolaron por algo que jamás había pasado. Fue ahí cuando había comenzado a quererlas.

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