Capítulo 7: Secretos.

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Vica:

Hace un momento que estaba llena de fortaleza, vigor, energía. Odio. Todo canalizado en una mirada furtiva. No puedo más, y una lágrima se desborda por el rabillo de mi ojo. ¿Hasta dónde puede llegar la debilidad mental del ser humano, para llegar a sentirte inexistente? Como si el miedo se convirtiera en indiferencia.

Probablemente en unas semanas llevaría flores a la tumba de mi abuela.

¿Quién llevaría flores a mi tumba si yo muriera?

-Vica -la voz de Charlie me sacó de mis pensamientos. Estacionó su Audi negro a lado de mí.

Instintivamente llevé una mano a mi mejilla para limpiar la lágrima.

-Hola -murmuré.

¿Él me había seguido desdé que salí de la escuela?

-¿Puedo llevarte a casa? -dijo, con urgencia en su voz.

Fruncí el ceño al analizar la situación. Charlie Tate se estaba ofreciendo a acompañarme a casa, como si el pasado se hubiera borrado en los últimos cinco minutos. Sin embargo nunca escuché un insulto de su parte. Siempre se limitaba a reírse de los insultos que me enviaban sus amigos.

-¿Por qué lo harías? -pregunté. Él miró a ambos lados de la calle y detrás de él, con un toque de nerviosismo que logró tensarme. Después miró directamente a mis ojos y pude notar el frío tacto de protección en ellos. Suspiré pesadamente sin entender exactamente qué sucedía-. Está bien.

Quitó el seguro de la puerta y la abrió para mí.

Durante un minuto nos quedamos en silencio, pero la duda seguía taladrándome en la cabeza. No pude soportarlo más tiempo.

-¿Ocurre algo? -pregunté.

Apretó el volante del auto con ambas manos, después sacó su teléfono celular del bolso trasero de su pantalón y me lo pasó.

-¿Podrías hacerme el favor de llamar a Mauro? La contraseña del teléfono es cuatro, dos, cinco, nueve. Su teléfono está en los contactos -sonaba aún más nervioso.

Miré por el retrovisor y alcancé a divisar un auto rojo que nos venía siguiendo desde la escuela. Rápidamente desbloqueé su teléfono y busqué en los contactos a Mauro. Presioné la tecla de marcar y lo puse en mi oído.

Timbró tres veces.

-¿Qué pasa, hermano? -contestó la voz de Mauro.

-Mauro... -dije.

-Vica -si voz sonó alterada-, ¿ocurre algo? ¿Dónde está Charlie?

-Ponlo en altavoz -me pidió Charlie-. Eres el pedazo de imbécil más grande de la historia, Mauro Mancini. Debemos vernos en La Choza en cinco minutos.

-¿Qué está pasando? ¿Por qué está Vica contigo? -preguntó Mauro. De fondo se escuchaba el tintineo de unas llaves, una puerta cerrándose y el motor de un auto arrancando.

-Por tu maldita culpa -escupió Charlie-. Y juro que si no te matan ellos, te mataré yo.

Dejé escapar un jadeo de incredulidad. ¿Había escuchado bien? ¿Me había metido en problemas? ¿Pero cómo carajo podía haberme metido en problemas?

-Estaré ahí en cinco minutos -respondió Mauro y cortó la llamada.

Bloqueé el teléfono de Charlie y se lo entregué con las manos temblorosas y heladas. Él las tomó con una de sus manos obligándolas a que dejaran de temblar, después me dedicó una sonrisa confortante.

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