Capítulo 7

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A causa de la lluvia, esa noche hacía más frío del normal. Yo miraba de reojo a Taeil, que caminaba tranquilo y alegre, como si no tuviera ninguna preocupación ni estuviera cansado después de horas de ensayo.

-¿Y cómo es el lugar al que me llevarás?

Él se quedó pensativo y me sonrió.

-Dulce.

Ya había llegado a esa conclusión, gracias.

Caminamos un rato y se paró delante de una pastelería. Me acerqué al cristal para verla por dentro, y para descubrirlo con una sola palabra, diría... color. 

Entramos y un aire dulce y caliente nos envolvió. Nos acercamos al mostrador y me dio a elegir entre una gran cantidad de pasteles, bollos, y demás postres. Y ahí estaba el que llamó mi atención: La única porción de tarta de chocolate y fresa que quedaba, con mermelada de arándanos por encima.

Taeil me miró y soltó una carcajada.

-La he probado, está muy buena -me dijo, y le señaló a la muchacha que nos atendió lo que quería. Él se pidió pequeñas porciones de distintas tartas, me decía que siempre que iba ahí le costaba elegir. 

-¿Por qué elegir cuando puedo comerlas todas? -me preguntó feliz y satisfecho por su decisión.

Creo que el primer bocado a mi tarta me cambió profundamente la vida. No quería parecer que me había enamorado de esa porción, pero era posiblemente lo mejor que había comido en mis veinte años.

-¿Ves? Te lo dije, este lugar es fantástico si te gusta lo dulce.

-No es que me guste -le contesté-, yo lo amo.

Enarcó una ceja y se empezó a reír.

-¡No te rías! -le dije haciéndome la ofendida.- Hay personas que aman a otros, y yo... bueno, yo amo lo dulce.

A día de hoy no sé si tuve o no que decir eso. La verdad es que el chico me empezaba a gustar, y yo básicamente solté que si tenía dulce, no necesitaba nada más.

Esperé a que dijera algo, pero tardó en hacerlo, así que se puso a comer. Me pareció notar, durante el tiempo que estuvimos en la pastelería, que él estaba nervioso. En ese momento no podía estar segura, ya que durante unos minutos solo me importaba mi tarta. 

El tiempo pasó y nosotros estábamos hablando de todo lo que se nos ocurría. Me contó qué se siente al vivir con seis hombres en una misma casa, quién era más desastre y quién solía ir desnudo sin problema alguno.

-¿Y tú qué haces? -le pregunté- No me creo que seas perfecto.

-¿Yo? Yo... huum... ¡Oh, yo cuido a mis peces!

-O sea, que les das de comer y les cambias el agua.

-Y les doy la medicina si es necesario.

Entrecerré los ojos.

-¿Medicina? ¿Cómo... se les da la medicina a los peces?

Estuvo casi cinco minutos contándome con todo lujo de detalles cómo cuidaba a sus peces. Cada palabra que decía me sonaba más adorable que la anterior. No quería pensar que podía empezar a sentir algo por él. Me negaba a hacerlo.

Salimos de la pastelería y el frío volvió a nosotros. 

-¿Te acuerdas de lo que te dije de las luces? -me preguntó mientras caminábamos debajo de filas y filas de luces azules.

-Claro; que las cosas cambian según con quién estés -le respondí.

-Yo a veces voy con los chicos a la pastelería, pero ellos no se detienen a escucharme como la haces tú.

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