Capítulo 31

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Su mano cogió la mía y tiró de mí. No veía más allá de su brazo, y observé que de pronto aparecieron tatuajes en él. Pero... pero no los reconocía. No sabía de quién eran. Intentaba soltarme, pero me cogía con fuerza. El pánico se iba apoderando de mí. Alguien me llevaba con él, y yo ni siquiera era capaz de saber quién era.

-¡Suéltame! -Le grité, pero no recibí respuesta.- ¡Eh! ¡Eh! ¿Es que no puedes oírme? -Con la mano que tenía libre intentaba que me soltara, pero no había cambio alguno.- ¡He dicho que me sueltes! -De pronto la otra persona se detuvo, pero seguía sin poder ver quién era.- ¡Suéltame, no puedo ir contigo! -La fuerza que estaba haciendo en mi mano iba bajando, hasta que finalmente solo me sujetaba por los dedos.

-¿Por qué? -Preguntó la otra persona, y no pude reconocer su voz. No parecía ninguna voz que hubiera oído en mi vida. Lo único que pude notar era que tenía un tono triste. Fue ese tono el que hizo que intentara contestar de forma que no le doliera.

-¿Por qué iba a ir contigo? Por favor, suéltame. -Hubo un momento de silencio.

-No, porque sé que si te suelto, te perderé. -El corazón se me aceleró y mi respiración empezó a fallar. Volví a mirar su brazo. Lo reconocía. Reconocía esos dibujos. Aunque sólo podía ver esa parte de su cuerpo, sabía quién era el que tiraba de mí. Reconocí esa frase, porque no era la primera vez que me la decía. Quería decirle tantas cosas... pero no salían palabras de mi boca. Quería decirle que le odiaba más que a nadie, que era una persona horrible y despreciable, quería... quería pegarle. Pegarle lo más fuerte que podría alguien pegar a otra persona. Pero, sobre todas las cosas, quería decirle que jamás le perdonaría. 

Notaba que las rodillas me temblaban, que podía caer en cualquier momento, y que él no podría sujetarme. Y al final sucedió; una pierna me falló, y nuestras manos se separaron para no volver a cogerse jamás.

Abrí los ojos de golpe. Me senté y toqué mi pecho. Mi corazón estaba muy acelerado. Estaba empapada en sudor, y el asco que eso me producía hizo que me levantara de la cama, cogiera las sábanas, y tirara de ellas para dejarlas en el suelo. Aún estaba la habitación oscura, así que cogí el móvil para ver la hora. Cinco de la mañana. Sabía que estaba demasiado nerviosa como para poder volver a dormir. Además, tenía que coger sábanas limpias y darme una ducha. Por suerte para mí, cuando Keiko dormía, no se enteraba de nada. Cogí otro pijama del armario, ropa interior, y fui al baño para ducharme. 

El agua prácticamente hervía, pero estaba tan metida en mi mente, repitiendo el sueño una y otra vez, que no me di cuenta. Me repetía tantas veces que todo eso no me dolía, que hasta podía engañarme en ocasiones. Por estar distraída, se me metió champú en un ojo, y empezó a arder. Ardía mucho... pero no era el ojo lo que me dolía. Empecé a deslizarme hacia abajo, hasta finalmente sentarme. 

<<Si alguna vez alguien te hace daño, iré yo a darle una lección.>>

¿Y dónde estás ahora?  Han pasado ya trece años, y por primera vez, alguien me ha hecho daño de verdad. Dime ¿cuándo le darás una lección?  ¿Por qué no me dijiste que enamorarse era algo tan horrible? ¿Por qué no estás aquí cuando te necesito?  ¿Por qué tuve que enamorarme, papá?



Habla Taeil.

Estaba cansado de todos. Cansado de que me dijeran siempre si estaba bien, si necesitaba algo, si quería hablar. Cansado de sus caras de pena cuando me veían. Jamás creí que lo diría, o que sentiría algo así, pero estaba harto de mis amigos. La necesidad de irme era cada vez más grande, pero sabía que no podía. Decepcionaría a demasiadas personas, y no quería seguir haciendo algo así. Pero, sobre todas las cosas, estaba harto de mí. De no poder borrar nuestras fotos, su número, sus mensajes. Me hacía daño a mí mismo viéndolo todo una y otra vez, pero no era capaz de borrarlo todo.

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