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El pitido del teléfono no se detiene por nada del mundo, logrando sobrepasar mi estrés de toda la semana. Al fin era viernes, pero aun tenía una hora más de trabajo, aun tenia perros que ingresar, gatos que llevar a vacunar, pericos que necesitaban limpieza de jaula, pero ese ya no era mi trabajo.

—Buenas tardes, Refugio de bando, ¿En qué podemos ayudar? —El saludo habitual del refugio sale en medio de una cantarina voz, y soy feliz de anotar el problema en una libreta frente a mí.

Un suspiro es eliminado de mi cuerpo en cuanto termino con la llamada, algo cansada de la chillona voz que me exigía ir a por el perro que había invadido su jardín.

Carlos entra en mi campo de visión en cuanto pasa frente a mi lugar de trabajo, tomando lo que parecía algo de café de la pequeña cafetera de la oficina.

—Carlos —Lo llamo. El castaño gira en mi dirección con rapidez. Su mata de cabello siempre me recordaba a aquellos cantantes famosos que se pavoneaban frente a su público, luciendo estúpidamente perfectos—. Tenemos un problema con un pitbull y un jardín.

—Es viernes, y la tormenta parece empeorar. —Su ceño se frunce por un momento, y sé que está pensando en el pobre animal. Todos los que estábamos en la oficina, tenia distintos apego a los animales.

Yo, por ejemplo, amaba a los gatos. Había tenido la suerte de haber tenido dos gatos en mis 22 años, el primero había muerto luego de una muy buena servida vida, llegando a una vejez complaciente.

Aun extrañaba a señor bigotes.

—Debe tener frio, y creo que esta aburrido de escuchar la voz de esa mujer, tiene voz de pito —Me quejo, haciendo reír a mi amigo—. ¿Lo tomas o llamo a Jesús?

—Iré por él. —Responde, sin siquiera dejarme terminar. El vaso desechable en su mano termina sobre la barra que dividía el recibidor, de mi lugar de trabajo antes de que Carlos abandone la oficina.

Una risa se libera de mis labios. Él enserio amaba a los perros.

—Drea, termine de colocar la comida a los perros —La mata de cabello rubio algo desarreglado entra en mi campo de visión y una risa se libera de mi parte cuando veo a Ariana. Las grandes marcas de pisadas en su ropa me hacen saber que su trabajo no fue nada fácil pero, aun así, la sonrisa emocionada no se eliminaba de su rostro—. Son juguetones...

—Comparto eso —La secundo, no pudiendo evitar reír ante el suspiro cansado que ella libera. Los ojos de la rubia se dirigen al café sobre la barra, e indico con la mirada que lo tome. Ciertamente, el frio de Santiago, solo empeoraba con el paso del tiempo—. ¿Qué tal tu primera semana?

—Estuvo algo ajetreada —musita, apoyándose contra la barra—. Es decir, amo los animales, pero el clima está algo loco y me cuesta salir de casa a veces.

—Anunciaron que podría empezar a nevar en cualquier momento, espero que no ocurra —Una mueca se instala de mis labios ante el recuerdo de las noticias, pero trato de mantenerme completamente positiva.

No necesitaba nieve ahora, y no la necesitaría en mucho tiempo.

El resto de la hora pasa con rapidez entre una corta charla con Ariana, y una vista divertida del pitbull que Carlos se había encargado de traer al refugio.

Entre ambos logramos meterla en una de las jaulas junto a una manta, comida y agua. La encargada de los fines de semana se encargaría de él.

—Que tengas un buen fin de semana, Drea —Ariana me sonríe en cuanto termino de cerrar con llave la puerta principal—. Nos vemos el lunes.

—Cuídate, Ariana. —Murmuro, antes de que ella se marche en la oscuridad de la noche.

Podría ofrecerme a llevarla a casa, pero lastimosamente ella vivía demasiado lejos, haciendo mi corto viaje de 20 minutos, en uno de más de una hora.

WildFire ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora