—Adiós, Drea. —Ariana se despide de mí, y para darle a conocer que aun sigo enojado, asiento en silencio. Cierro la puerta detrás de mí, y me percato de que la luz trasera esté encendida. Marcos debía seguir ahí, esperando a su hermano.
Ariana camina lejos de mí, abrazándose a sí misma mientras el viento azota contra su cuerpo.
Luego de que Tobías se haya marchado, dejándome con ganas de una buena ronda de sexo, había hecho mi trabajo totalmente malhumorada. El moreno se había enfocado en hablar con Marcos para facilitar el papeleo de la adopción. Luego de veinte minutos; su sobrina, tigre y él, ya se habían marchado.
Y estaba enojada porque él no se giro a verme luego de haber metido sus manos en mi ropa interior.
Era un idiota.
Suelto un gruñido. El taxi aun no daba señales de aparecer, y mi mal humor aumenta. ¿Que había hecho yo mal?, ¿Dios me estaría castigando por la vez que incendie las cortinas de mamá?, ¿O por la vez que lance a tía Elizabeth a la piscina?
¡Ya lo entendí, Dios!
Me suelto el cabello, negándome a congelarme bajo la fría noche de Santiago.
¿Por qué se tardaba tanto? ¡Lo había pedido hace más de media hora!
Cuando estoy a punto de soltar la sarta de insultos hacia la oscura noche, las luces brillantes de un auto me ciegan por un momento. Cubro mis ojos con una de mis manos, y espero a que el destello desaparezca de mis ojos.
Una vez que soy capaz de abrirlos, la pintura negra y completamente brillosa del auto de Tobías se detiene frente a mí. Lleva el capó cubierto con una leve capa de nieve, pero no parece importarle en lo más mínimo.
La ventanilla baja con rapidez, y veo su rostro frente a mí un segundo después.
—Te llevaré —Su tono no ofrece discusión alguna, pero aun estoy enojada, así que simplemente paso de él, fijando mi vista en el camino que él ha hecho para llegar al refugio. ¿A qué hora llegaría el taxi?—. Drea.
—¿Qué?—Escupo con sequedad. No miro a Tobías, sé que si lo hago, recordaré lo ocurrido en la mañana, y no estaba de humor.
¿Él simplemente se estrella contra mi auto y piensa que tiene derecho alguno para hacer lo que hizo? Aunque me haya gustado, no era así.
Tenía que ponerlo en su puesto.
—Sube al maldito auto, vas a congelarte.
Con pesadez, lo miro a los ojos. Los mismos que me observaron mientras me tocaba en la mañana. Los mismos que me habían gustado desde que lo vi.
Pero no podía seguir así.
A penas lo conocía. Él no podía mandarme. Esa parte de mi vida había quedado atrás cuando puse un pie en Santiago. La bocina del auto retumba con fuerza, sobresaltándome, pero lo ignoro, soltando un suspiro de alivio cuando las luces del taxi brillan unos cuantos metros lejos de mí.
El taxi se detiene detrás del auto de Tobías, y no pierdo el tiempo en apresurarme hacia él. Escucho al moreno lanzar una maldición, y la puerta de su lado se abre.
Subo al taxi con rapidez, y le doy al hombre la dirección, este parece confundido, pero asiente.
—¡Arranque!—Le apresuro, golpeando la parte trasera de su asiento. El motor ruge con visa, y lo último que logro ver y escuchar, es a Tobías gritando que conocía como llegar a mi casa.
—¿Su esposo? —Él taxista pregunta, una vez que dejamos atrás a Tobías y su humor de perros. Mi ceño se frunce. ¿Qué?
—No—Respondo, con la confusión reinando mi expresión. Sólo es él tipo con el cual choque, y él que metió sus dedos en mi vagina mientras me encontraba haciendo mi trabajo—. Un conocido. —Suelto, sabiendo que era lo único capaz de decir.

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WildFire ©
Chick-Lit"Tocame como a tu primera guitarra, donde cada simple nota es demasiado fuerte." -WildFire, De...