22.

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Soy consciente de las personas que me ayudan a regresar al hospital, pero mis sollozos son lo suficientemente altos como para prestar atención a ello.

La imagen de Tobías Vidal observándome como a un enemigo era lo único que tenía marcado en mi mente. Él se había marchado sin siquiera dar una explicación. Luego de haberle dado una oportunidad a lo nuestro, él solo se marchaba.

Dejándome completamente destrozada.

—Fosforito... —El frío y la humedad se filtra en mis huesos, haciendo que me sienta más fría que un tempano de hielo. La voz de papá es la única me que obliga a levantar la cabeza, y noto la preocupación apoderándose de sus rasgos.

No dudo en liberarme de las manos que me sujetan y prácticamente me lanzo sobre el hombre pelirrojo que me ha cuidado desde hace veintidós años.

Héctor Castille, el hombre que siempre veló por la felicidad de su familia, un hombre que a pesar de sus equivocaciones, hacia lo mejor para mejorar y recibir el perdón de su familia.

—Se marchó —Lloro, aferrándome al cuerpo de mi padre—. Él solo se marchó y no le importó dejarme.

—Los que no luchan por la personan a la que aman solo son cobardes, Drea —dice, su barbilla está apoyada en mi cabeza y parece no importarle el hecho de que estoy completamente empapada y desnuda bajo la delgada bata de hospital—. Un hombre como él no merece a mi Fosforito.

No respondo.

Sé que si lo hago me echaré a llorar y no era la que quería. No después de ver como el hombre que me había pedido matrimonio hace menos de doce horas se había marchado, dejándome completamente sola.

Pasa al menos media hora cuando estoy de regreso en la habitación del hospital. Andrea es la encargada de pasarme una bata limpia y seca, la cual acepto a regañadientes.

Estoy encerrada en el estrecho baño, observando a la castaña que me mirada de vuelta a través de aquel espejo lleno de manchas. Quería limpiarlas, para así centrarme en una sola cosa que no sean los azules ojos de Tobías Vidal mirándome con desprecio.

—Tú lo sabías —musito, hacia mi reflejo en el espejo—. No iba a durar para siempre. Nada dura para siempre.

Limpio la traicionera lágrima que se escapa de mis ojos. No tenía que llorar, no necesitaba llorar. Tobías Vidal no era un hombre para mí, no era lo que necesitaba en mi vida. Él podía hacer una vida con una mujer a su nivel, y yo podía conseguirme a alguien mucho mejor.

Podía dejar toda mi mala suerte en el amor atrás, enterrada junto con el recuerdo del hombre al cual choqué.

Encontrar al hombre con el cual compartir el resto de mi vida no tendría que ser demasiado difícil. Santiago era un buen chico, a más de ser apuesto, parecía ser un chico tranquilo.

Niego con la cabeza.

No iba a hacer eso. No podía jugar con Santiago sabiendo perfectamente que mis sentimientos por Tobías eran mucho más fuertes de lo que podía aceptar.

—¿Drea? —La voz de Andrea llama mi atención, por lo que me apresuro y ato mi cabello en una cola desordenada y me apresuro a abandonar la estrecha habitación. La castaña está junto a la puerta, pero mantiene su espacio cuando me entrega lo que parece ser un vaso de agua—. Mamá puso algo de valeriana, te ayudará a dormir.

—Quiero ir a casa —Estoy a punto de pescar un resfriado, lo sé por la manera en que mi frente se llena se sudor, y siento mi cuerpo arde. Quería estar en casa junto al señor Midas. El podría ser la mejor medicina que podría existir.

WildFire ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora