Gran escape

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Me encontraba en mi cuarto sobre la fría cama, entre lágrimas y sollozos.

Me limpié mis lágrimas decidida a resignarme, cuando ví la ventana de mi cuarto, y la detallé bien para asegurarme de que no eran imaginaciones mías.

Me acerqué a la ventana levantándome de un salto de la cama en donde me recostada, y después de ver que solo estaba a un piso, me decidí a hacerlo, está sería mi única forma de salir, por la ventana.

Rápidamente me quite la ropa que tenía, me puse un pantalón negro ajustado, una camisa blanca diseñada por Carolina Herrera y unos zapatos con un pequeño tacón, se me veía muy bien a mi parecer, pero decí ponerme los zapatos luego, si saltaba, estaba segura, que me mataría.

Me asomé por la venta, dispuesta a saltar. Ví la altura a la que me encontraba y me heche hacia atrás tratando de controlarme.

-Solo es un piso- me repetía una y otra vez.

Ya, a la una, a las dos y a las...tres- dije sacan mi pecho hacia delante todavía agarrándome del marco de la ventana-.

¡¿Y si terminaba matándome?! No podía morir de esa manera.

A pesar de todas la locura que hacía jamás me había atravido a hacer algo en lo que pudiera salir herida.

Entonces, me senté en la cama dispuesta a quitarme la ropa.

Pero mi mente me jugó una mala pasada, me lo imaginé ahí, con su gran sonrisa y aquella camisa azul con cuello que le regalé en su cumpleaños pasado que lo hacía ver muy atractivo, sus manos alrededor de mi cuerpo brindándome calor y haciéndome sentir a salvo.

No podía no asistir, ¿cuando podría volver a verlo? ¿Cuándo volvería a abrazarlo, a besarlo? No lo sabía, y menos a hora con las estupéndidas ideas que le daban a mi padre (nótese el sarcasmo).

Ya, listo, ahora. Soy fuerte- me decía, aunque solo estaba alargando la caída.

Escuché a alguien subiendo por la escaleras. ¡Es ahora o nunca!

Me asome y....¡salte!

-¡Lo hice!- me dije -¡Pero joder!, me lastime mi muñeca, si duele...-

Desde donde estaba vi movimiento en mí habitación y supe que había en ella una persona husmeando entre mis cosas.

Se asomó entonces por la ventana, una mujer de cabellos negros y ojos del mismo color, que parecía buscar algo entre la oscuridad de la noche. Era la gran chismosa.

Venía de seguro a hacer "sus inspecciones del día", aunque bien lo sabía mi padre, y hasta el personal, que solo estaba buscando que yo hiciera algo malo para acusarme.

Me fui adentrándome cada vez más en la oscuridad con la esperanza de que se volviera mi mejor aliada y pudiera pasar desapercibida.

La señorita dió una última mirada percatandose de que no estuviera por ahí y se adentró de nuevo en el Castillo.

-Uff- dije sacando todo el aire que retenía -Por poco-

Luego baje por las escaleras hasta el primer piso, nadie me vio, aunque hice mucho ruido. Soy un poco muy torpe, ninguna clase con la señorita Flor me ha ayudado a corregir eso, como ella dice, "no tengo remedio", lo que es cierto, cuando se trata de mi torpeza.

Por fin salí del Castillo. «Que poca seguridad hay» pensé «Cualquier pudiera entrar y salir».

Después de mucho caminar llegue a la casa de mi primo César, todo mundo estaba allí, estaba muy ansiosa. Al fin después de tanto tiempo lo vería, lo vería a él, a el chico de ojos achinados, piel amarillenta, de pelo negro, de dulce sonrisa y gran inteligencia, el que me quería por como era, no por quien soy, el que era dulce conmigo y, conocía de toda la vida.

Si alguien mencinara lo efectos colaterales de enamorarse, uno tendría que pensar dos veces antes de saltar ante este sentimiento, aunque él lograra arrastrarnos contra nuestra voluntad.

Me fui acercando hacia la puerta, se veían luces por doquier, gente bebiendo y divirtiéndose en grande, y un humo raro haciendo de neblina, mi primo hacía fiestas increíbles, y yo, como buena fiestera, ama esto, llevaba tiempo sin ir a una.

Ya en la puerta me aproximé a tocar el timbre, sí, el timbre, mi primo no era ningún pobre, pero no tenía tanto dinero como yo. Vive en una casa grande pero no en un castillo, aunque a mí eso no me importa en lo absoluto, más bien me gustaba que fuera así, él, su vida, una vida sencilla, una vida más normal, sin tantas perfecciones. Siento que en su casa puedo hacer lo que quiera sin que me juzguen, en su casa me siento libre.

La puerta se abre dejando ver a mi primo.

-¡Hola!- sonrío a lo que él me responde de la misma forma- ¿Está él aquí?-pregunto a penas César se hace a un lado para dejarme entrar. La sonrisa desaparece de su rostro. No me responde, empieza a tartamudear.

Inquieta lo aparto de mi camino bruscamente y me adentro en su casa...

Ser una princesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora