37. Vida ¿Normal?

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Los días iban normales, o eso creía Samuel, quien a pesar de extrañar a su familia, vivir con el miedo de ser apresado y que la policía los encontraran, aunque Sam fuera una victima, aprendió a convivir con Li, quien vivía bajo la promesa inconsciente del rubio, lo veía con una sonrisa y las coherencias que decía parecían avanzar a la lógica, Sam dormía con él nada más por acompañarlo en las madrugadas, todas las mañanas despertaba con el platinado aferrado a su torso y sus piernas enredadas a las propias, porque después de todo le había rogado casi a llanto al rubio que por favor lo acompañara las noches en que esas voces agudizaban sus sentidos en convulsiones de llantos constantes, donde las ganas de golpearse y morir para que todo eso se detuviera destrozaban el cerebro sucio de Linek.

Li le había entregado una mochila vieja que había robado del hospital, este la recibió con duda, recordando entonces la realidad que vivía, adentro encontró medicamentos, raciones de comida aún selladas que por su suerte, aún no vencían.

En el huerto que Sam se dedicó a cuidar en su tiempo libre, cuando Linek se dormía en el suelo al estar tanto tiempo pensando, cosechaba las verduras, zapallos, tomates, choclos y caminando por la tierra fértil, encontró un limonero y un manzanero. Pero más allá caminando por la tierra húmeda, el desierto reinaba la poca naturaleza en que se encontraba.

Li despertaba sintiendo que la soledad abrazaba su cuerpo helado, indagaba por todo el lugar a duros pasos sintiendo la ausencia del rubio al no oler su perfecto aroma que solo él emanaba. Su corazón se contraía al igual que su pecho causando dolor y le obligaba a sentarse donde fuera para apretar con fuerza sus oídos empuñando las manos contra sus orejas, sí, el ataque de ansiedad calentaba su cuerpo paranoico haciéndolo sudar, alucinaba voces oscuras y distorsionadas solo por el miedo de encontrarse solo se aprovechaban de él cuando su ángel no estaba, el hormigueo en sus brazos le obligaban a rasguñarse de estos con una fuerza desgarradora donde la dermis salía dañada por sus propias uñas dejando una línea rojiza e hinchada de sangre en sus brazos en forma de rasguños felinos, la tela de la camisa que robó del armario del viejo se pegaba húmeda contra su espalda sudorosa y fría.

La fuerza de voluntad se creaba con dificultad para tranquilizarse solo, lo lograba, pero para eso debía pasar una bizarra actuación propia que marcaba las venas de sus brazos y cuello ante la presión de sus musculos reteniendo impulsos repentinos, él iba a volver, no lo iba a dejar, no lo iba dejar, iba a volver como todos los días, lo iba a alimentar, le diría que todo iba a estar bien, dormiría con él y lo alejaría de esos seres propios de su mente que aprovechaban de su soledad al no tener nada con que defenderse.

No entendía porqué sentía tanto miedo de perderle si quería irse con él.

Después de tranquilizarse, quedaba agotado, sobre el suelo, con los brazos adoloridos y rojizos, sudoroso, como si hubiera hecho una sesión de ejercicio que marcara su vida en el cansancio, los ojos cansados y asustado, no era como si no hubiera pasado antes, pero ahora al tener un ángel como lo llamaba, cuando este se alejaba atraía a todos los demonios que el mismo alucinaba.

Se levantó con levedad, apoyando su mano en la pared para impulsar su cuerpo jorobado y erguirlo en el camino.

Había una habitación en esa casa que Sam no conocía al estar oculta, en el pomo de la puerta la llave estaba aún introducida y no dudó en quitarla y esconderla para sí mismo dentro de su calcetín, dentro había ropa, utensilios constructores como escobas, maderas, una caja de herramientas, en el techo lo atravesaba un fierro donde habían unas perchas.

Li se encerró todo el día allí, haciendo algo que tenía planeado desde que secuestró al rubio. Escapaba del lugar cuando escuchaba la puerta abrirse y volvía a la habitación ahora de ambos.

Sam al encontrarlo de espaldas mirando a la pared, sonreía al ver que no había hecho nada raro, pero cuando ambos cruzaban miradas, el rubio podía ver que algo ocultaba el platinado, pero lo ignoraba al pensar que era su propia mente aún asustada de la realidad.


Fuera de la vida de ambos, la policía comenzaba a reunirse para empezar las estrategias, los detectives ya estaban en busca de ambos chicos, el cuerpo del viejo aún no lo encontraba, ni el auto.

Aunque los días pasaban eran pocos, pero los guardias y policías de todas las localidades indagaban por sus ciudades y estados, desde los lugares más urbanos al menos urbanos, los rurales iban a ser la última oportunidad, pero algunos pasaban por alto aquella estrategia y viajaban por los lugares rurales más famosos sin saber que también existían casas en medio de la nada. Tenían un horario de investigación, este acababa en la tarde y comenzaba en la mañana, donde ponían marcha y mantenían al publico tranquilo sobre el asesino serial que tanto rumoreaban. Evin y la familia de Sam eran los más afectados, aún recibiendo constante información del secuestrado no era más que la falsa ilusión de que lo encontraron.

Era de noche, madrugada, Sam estaba dormido sobre la cama que compartían ambos hombres, soñando cualquier cosa típica y normal que resumía su día, la respiración del chico con cabello rubio era tranquila, era notorio que no despertaba con nada pues Linek se había separado de su cuerpo para irse a una esquina y mirar por horas la ventana, de vez en cuando volteaba para ver al dormido del cual ya amaba incondicionalmente.

Samuel lo sabía, pero no lo tomaba en serio por su condición, Li no era tonto y se daba cuenta de eso, lo que enojaba mucho al de cabello plateado.

Antes de irse a dormir, gateaba sobre la cama hasta el cuerpo del menor y pasaba sus piernas junto a los brazos a los costados de su cuerpo, quedando encima de él, era inevitable que su apetito sexual como humano consumiera una pequeña parte de él, pero se resistía, el chico era demasiado hermoso para su gusto y el de cualquiera.

La única oportunidad de demostrarle afecto físico a su platónico era cuando este dormía y no estaba consciente de lo que hacía. Aunque le doliera porque lo hacía sin su consentimiento, era lo único que no podía aguantar, lo que le obligaba varias veces a rozar sus rotos labios por los suaves del dormido, pasaba la punta de su lengua delineando la boca entreabierta del ángel con quien escaparía y finalmente dejaba silenciosos besos encima de estos, olía su cabello, su cuello, detallaba la forma de sus pestañas y cejas rubias un tono más oscuro a su cabello.

Linek terminaba por tirarse a un lado de él sin cuidado, cayendo dormido y tranquilo por saciar sus ganas de cariño, aunque con el dolor de su alma al saber que Sam jamás se daría cuenta que él sentía una gran posesión y obsesión con el chico.

Pero Sam muchas veces despertaba adormilado, no abría los ojos, pero sentía los besos y lamidas contra su rostro, solo por el miedo no lo alejaba, por el susto de que lo acorralara y terminara en quizá que cosas. 



Carta de un Enfermo mental enamorado.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora