38[1/2]. Impulso a lo habitual.

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El dulce néctar prohibido inundaba de sabor delicioso las papilas gustativas contrarias, la sensación de gloria marcaba un ritmo agitado en su pecho y era lo que impulsaba a seguir. Con la ropa teñida de rojo, la sangre aún goteando sobre esta donde las células daban su último trabajo coagulando el líquido, pegajosa y pegada a la tela antes azul.

Sus manos huesudas sujetaban las piernas del inerte animal que por tanto chillido había muerto del dolor al estar siendo devorado de forma tan horrible su abdomen, mordiendo su carne viva y caliente, grumosa dentro de la boca de la bestia desesperada. Donde del mentón humano caían líneas oscuras de sangre tibia y terminaban en filas de gotas a la hierba muerta donde se apoyaban las rodillas del feroz.

Su nariz pegada a la carne húmeda y palpitante del animal, que pronto se pondría tiesa, las fosas nasales del depredador inundadas por el metálico olor impulsante a cometer otro ataque, no sólo estaba succionando su sangre como tal vampiro sediento, si no que devoraba la carne, su grasa, los órganos, desgarrando con sus dientes arterias que explotaban del jugo rojizo sin llegar al rumbo del corazón donde comenzaban y terminaban, desollando con la fuerza de sus dientes la piel muerta, entre mordida y mordida, como si fuera una maldita droga, sin importar que el pelaje del zorro opacara el delicioso sabor de carne cruda, comenzaba a sentir los jugos gástricos del estomago muerto quemar su lengua condimentado la masacre de su presa, su respiración era agitada, lo que le obligaba a separarse tomando una bocanada de aire por la boca, mostrando como sus dientes perdían el color blanco para teñirse de rojo, su boca carmesí, aún con pedazos del pobre animal dentro o sobre su lengua, siendo escupidos por el mismo platinado donde ahora, desde sus comisuras escurría saliva sucia de bestia, todo su mentón manchado, dando un aspecto horroroso de máscara caníbal, no le llamaba así devorar al animal, pero era lo que su mente enferma imaginaba.

Soltando el animal muerto, mejor dicho, lo poco que quedaba de este a la hierba mala, en plena madrugada, con la poca luz de la luna que comenzaba a ocultarse, el escenario grotesco, pasto manchado de rojo y el cadáver allí completamente destrozado.

Linek de pies, erguido, observaba la presa devorada y luego sus manos, pegoteadas de sangre fría y coagulada, dejando su mano tensa al igual que su mandíbula manchada, debía volver, debía volver de la casa que había escapado, no sabia como había llegado ahí incluso.

Las voces lo impulsaron a repetir tales actos inhumanos y monstruosos en medio de un sueño, lo que le obligó, mareado, a levantarse, salir sin siquiera darle señales a su cuerpo, correr por el huerto oscuro en descalzo y atacar al pobre animal que divisó a lo lejos.

Con la saliva colgando de su boca, había vomitado todo lo que había comido antes de irse a dormir, tambaleándose por vaciar su estomago corría sintiendo sus piernas acalambrabas, cayó encima del animal a quien acorralo y apretó con sus brazos, esta se retorcía buscando escapatoria, pero Linek fue más rápido, mordiendo al animal sin compasión imaginando que era la carne viva de un humano.

Cumplía las ordenes de sus alucinaciones o voces y disfrutaba de su plato favorito. Terminando con el estómago lleno y confuso por lo tragado.

Volvió a la casa cansado, yendo directo al baño para limpiar sus manos y cara, tomando agua y enjuagando su boca para escupir los restos de carne y pelo en una cascada rojiza que se iba por el desagüe. Retiró de la camisa manchada y la escondió, volviendo entonces a la habitación que compartía para recostarse donde antes se había dormido y tomar una ultima siesta. Total, eran como las cinco de la mañana.




Carta de un Enfermo mental enamorado.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora