Capítulo 20: El amor nace

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Tempeste se quedó helado al oír la voz de mujer a su espalda. ¿Quién podía ser? Tal vez era Mary, a la que le encantaba gastarle bromas. O cualquier otra maga. Se giró y lo que vio le dejó pasmado: 

- ¿C-Cómo? ¿E-esto n-no puede s-ser? 

 Delante de él se encontraban Pauline y Alba. La primera llevaba una lanza y la segunda su atrapasueños. Sus ropas estaban medio chamuscadas, y no dejaban mucho a la imaginación. Sin embargo, ellas estaban intactas. Alba dio un paso al frente y dijo:

 - No subestimes el poder de las chicas. 

 Fer estaba eufórico y a la vez enfadado. Había sido manipulado por Siren de manera que casi mata a su compañero y amigo Albert. Pero todo había acabado ya. Siren había sido derrotada y la amenaza había terminado. Entonces oyó la voz del mago de hielo que antes casi le había matado: 

- ¡Cuidado! 

Se giró a tiempo para ver a Siren descargando un enorme bloque de hielo en su cabeza. Cerró los ojos esperando el golpe. Pero no llegó. En su lugar oyó un grito de mujer: 

- ¡Ahhhh! ¡Me las pagaréis por esto! 

Fer abrió los ojos y vio como la mujer escamosa tenía una flecha en el ojo. Albert estaba enfrente de ellos, con un arco gélido en las manos. El mago de agua no vaciló y golpeó fuertemente a Siren en la barriga. Esta, medio ciega, salió volando, pero fue detenida por Albert, que había dado un salto y se había posicionado detrás de la maga acuática. Con el puñal de hielo en sus manos, se lo clavó fuertemente en la espalda. Luego le empujó al suelo. Aun así, Siren se levantó a duras penas y Fer advirtió con horror y asco a la vez que su sangre era de color blanco, como agua con mucho cloro. La mujer escamosa cerró los ojos y Fer pensó que todo había acabado. De nuevo, se equivocaba. Toda el agua de la habitación envolvió a su enemiga formando un torbellino. Albert se movió hasta situarse a su lado. Cuando toda el agua desapareció, los dos magos se quedaron boquiabiertos. Todas las heridas de Siren se habían curado. La mujer rió y dijo:


- Jajajajaja. ¿No os había dicho que podía recuperarme gracias al agua? Que estú...

 No pudo acabar la frase, pues bajo ella se formó un géiser invocado por Fer. Luego, cuando ya estaba lo suficientemente arriba, Albert lo congeló dejando atrapada a su enemiga. Ambos magos se miraron. Luego, asintieron. Fer comenzó a escalar creando dos sables acuáticos al instante. Cuando estuvo delante de Siren, hizo dos cortes. La sangre blanquecina comenzó a brotar a chorros del pecho, pero la sirena no hacía más que reírse. Albert deshizo la escultura de hielo y corriendo, le clavó una espada helada a Siren en el pecho. Luego, dejó caer el cuerpo al suelo. La mujer siguió riéndose al mismo tiempo que trataba de reunir agua para curarse, pero sus fuerzas le habían abandonado. Y murió así, con una sonrisa en la cara. Fer se agachó y le cerró los ojos. Luego murmuró unas palabras:


- Sé que esto no es culpa tuya. Tú no elegiste esta vida. Haré pagar a quién lo hizo por ti. 

 Y sin mirar atrás, ambos magos se alejaron. 

 Me agaché a tiempo para esquivar la tormenta de arena. Mi enemigo rió y lanzó otra. Llevábamos así unos diez minutos. Él gritaba que yo era un cobarde que no hacía más que huir. Lo que no sabía era que en realidad estaba reuniendo fuerza suficiente para varios viajes en el tiempo y otras técnicas que había aprendido de Nomus. Me acerqué a un hombre medio muerto que se encontraba tirado en el suelo, respirando con dificultad. Tenía un enorme tajo en el pecho, y otro en la cabeza. Reconocí el aire afilado de Tempeste, o uno de sus aprendices. Oí como el hombre me decía algo:


- Ayuda... Deshaz este dolor. 

 Al principio pensé que no hacía falta. Que el hechizo anti muerte le protegería. Pero entonces advertí con horror que su túnica era violeta y que llevaba el estandarte de Elementarial en su corazón. Murmuré:


- Tranquilo. Todo pronto acabará.

 Entonces ejecuté una técnica que había aprendido hacía poco. Consistía en extraer toda la energía vital de un cuerpo moribundo. Eso significaba llevarlo a la muerte, así que era mejor esperar hasta que estuviera a punto de morir sin remedio. Me concentré y realicé el conjuro. Notaba como la energía salía de él y entraba en mí. Luego, llegó un momento en que dejé de recibir energía y miré al hombre. Había dejado de respirar. Entonces noté una presencia a mi espalda y me maldije por ser tan descuidado. Había olvidado completamente que el mago de la arena estaba persiguiéndome. Algo me lanzó al aire, y mi enemigo me cogió del cuello. Entonces habló con una voz cortante y seca como la tierra:


- Creo que no nos hemos presentado debidamente. Me llamo Pan, y soy el Element 5 de la tierra. Y tú, ¿cómo te llamas? 

Casi no podía respirar, pero pensé en el viejo truco de la cordialidad y cómo ese mago había caído en terreno pantanoso. Luego, dije con un hilillo de voz:

 - Unum minutis prius.

 - ¿Cómo? 

- ¡Unum minutis prius! 

Entonces el tiempo retrocedió como una grabación. Me encontré mirando el cuerpo ya muerto de aquel mago oscuro. Me levanté de un salto y di un puñetazo detrás de mí. Sonreí al encontrar la cara de Pan. No me iba a rendir tan fácilmente. 

 Vincent abrió la puerta, y de nuevo pensó que estaba soñando. Delante de él se encontraba Mary, la Element 5 del fuego, y la chica de sus sueños. Su melena roja centelleaba en la luz y en su mano se encontraba una bola de fuego, perfecta, sin ninguna irregularidad, a una temperatura de 23 Dº. Vincent la contempló durante un largo rato. No había querido admitirlo, pero estaba enamorado de Mary. Se acercó lentamente, listo para cogerla de la mano y pedirle matrimonio. Pero vio algo unos metros para allá, y el hechizo (no literal) se rompió. Era el cuerpo inerte de Michael. Encendió su puño, listo para golpear a su enemiga, pero encontró que no podía. Entonces, la pelirroja hizo un gesto de lanzar la bola de fuego que llevaba en sus manos, pero también se detuvo. En aquel momento, ambos dieron un paso al frente y se besaron con pasión. Sus labios eran calientes, y olían a vainilla y extrañamente, también a frutas del bosque. Pero ella se separó y con una cara casi llorosa, le lanzó la bola de fuego a Vincent. 

 Si sobrevivía, le iba a caer una buena, pensó Tempeste. Se había dejado derrotar por un mago de fuego en la batalla de la Academia. Luego, había utilizado el Viento Infinito y Alba y Pauline había resistido. Atemorizado, pero a la vez curioso, preguntó:


- ¿Cómo habéis sobrevivido a mi viento infinito? 

- Oh, muy fácil. Cuando cuentas con el tercer mejor escudo de energía de la Academia de Magia, todo es muy sencillo. 

Y Pauline empujó a Tempeste. El mago del viento intentó conjurar una brisa que le elevara, pero no pudo. Entonces vio que tenía un artefacto brillante pegado al pecho. Lo reconoció al instante: era un anulamagia. Cuando consiguió quitárselo, ya era demasiado tarde. Una red electrizada procedente de Alba le envolvió, y solo vio oscuridad.




Ammulets Parte I: TomDonde viven las historias. Descúbrelo ahora