Capítulo 40: El espacio que ocupamos

9 1 0
                                    


Miré a Sonia con incredulidad. ¿Cómo había llegado hasta aquí? Al girar la cabeza para observar a los demás, me di cuenta de que ellos también se encontraban boquiabiertos. La repentina aparición de la última miembro de Ammulets. La única que pudo decir algo fue Laya:

- ¿Quién porras eres tú?

Sonia hizo una mueca de enfado y dijo:

- La gran pregunta es qué estás haciendo tú aquí, consejera Sun.

- ¿No ves que he cambiado de bando? Y, además, ¿cómo conoces mi identidad?

- Fácil. Lo sé todo sobre vosotras, las consejeras, y también sobre las generales.

Al ver que saltaban chispas casi literalmente entre las dos, Alba tuvo que separarlas:

- A ver, Laya, esta es Sonia, miembro de Ammulets. Ella era la novia de... ejem... Marcus Chai. -Laya abrió los ojos sorprendida, pero Alba siguió hablando-. Y Sonia, esta es Laya Sun, ex consejera de tu ex novio.

Y Michael dijo:

- Ex, ex, ex. Ojalá tuviera yo tantas ex novias.

Todos reímos. La estupidez extrema que Michael a veces tenía había servido para romper el hielo. Después de eso, llegó el momento de ponerse serios. Nos sentamos en el suelo, ignorando a los soldados que pasaban, ya que estos no nos veían por un hechizo de Laya, y tratamos de tramar un plan. Media hora después estábamos tan agotados mentalmente de pensar un plan perfecto que acabamos recurriendo al más sencillo: el de Albert.

- Bueno, espero que todo haya quedado claro. Sonia, Alba, yo y Tom en un grupo y Laya, Michael y Christine en el otro.

No era el mejor repartimiento del mundo, pero algo era algo. Así pues, nos despedimos y dejamos a Laya hablando telepáticamente con Pauline, dirigiéndolos a la tercera parte del castillo donde ninguno de los dos grupos iba a explorar. Así pues, el único que faltaba era Vincent. Dónde estaría...

Vincent se puso en posición de pelea al ver al General Martha frente a él. La persona que los había retenido durante tanto tiempo en la Academia, aquella que solía mirarle con cara de odio, la representante del Key Impery, estaba frente a él. Rápidamente Vincent encendió su mano en llamas y dijo casi gritando:

- Te voy a dar un minuto para que salgas de aquí ahora mismo y dejes tu puesto como General de este maldito imperio.

Ella solo rio y dijo:

- ¿De verdad crees que puedes hacerme algo de daño? Oh, pobre iluso, no tuviste suficiente con nuestra pequeña batalla hace un año. Vamos, intenta atacarme si puedes.

Vincent encendió su otra mano y lanzó sendas bolas de fuego a Martha. Pero cuando estaban a punto de impactar, su trayectoria cambió drásticamente, describiendo una circunferencia alrededor de la General. Vincent se quedó mirándola totalmente impactado, y ella rio de nuevo y dijo:

- Voy a explicarte cómo funciona mi magia. Todos y cada uno de nosotros ocupamos un espacio. Sin embargo, lo que mucha gente no sabe, es que ocupamos un pequeño espacio inexistente. De hecho, aunque parezca que tocamos cosas, en realidad nos quedamos a una distancia casi inexistente de tocarlos. Esto está causado por nuestro espacio. Mi magia me permite manipular el espacio de tal forma que creo siempre una burbuja de espacio que provoca que cada vez que algo me toca se desvíe trazando un círculo. Vamos, inténtalo.

Vincent trató de darle un puñetazo, pero su mano se desvió como si hubiera algo en el aire. Entonces Martha dijo:

- Mi magia no es solo aplicable a la defensa. También puede usarse para el ataque.

Entonces chasqueó los dedos y Vincent comprendió que estaba haciendo más grande su espacio, hasta que llegó a él. Y como el espacio desviaba su trayectoria, no paraba de dar vueltas y vueltas, hasta que finalmente cayó al suelo, muy mareado. Y Martha se puso frente a él y dijo:

- ¿Y ahora, como piensas combatirme?

Nos encontrábamos en la zona más nueva del castillo cuando llegamos a aquel lugar. El lugar donde la guerra acabaría. Nosotros no lo sabíamos cuando entramos, pero nos hallábamos en la verdadera sala del trono, más grande que la que yo había visto. Y mientras íbamos avanzando por un espacio oscuro, las antorchas fueron encendiéndose hasta que iluminaron la sala entera. Y lo vimos a él. Marcus iba vestido con su atuendo de emperador. Tenía una corona dorada en la cabeza y un cetro en la mano. Esta sentado en el trono, esperándonos. Y, al vernos, dijo:

- Bienvenidos, al final de la guerra.

Y chasqueó los dedos.

Ammulets Parte I: TomDonde viven las historias. Descúbrelo ahora