Capítulo 9

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Connor se sentó a mí lado solo para molestarme con su cercanía. Porque estaba segura de que esa sería la solución de él para cualquier problema que tuviéramos. Tampoco es como si me molestara, olía tan bien que incluso podría considerarse un halago que lo hiciera.

Me permití aspirar discretamente todo aquel olor masculino, llegando a marearme y a recuperar la cordura casi al mismo tiempo.

Lo miré de mala manera, pero él solo sonreía con cariño.

Sentí el calor hervir en mi mejillas, me atreví a mirarlo directamente a los ojos y descifrar si me gustaba lo que veía o no. Insensato, pero bastante certero. ¿Quién podría tener ojos tan magníficos como los de él?

Era como si al mirarlo, se quisiera descubrir de qué color eran, porque seguía entre azul y azul verdosos. Posiblemente, más azul.

Me pellizcó la mejilla y no pude evitar sentirme infantil, eso lo hacía mi familia cada que era traviesa, por lo que si Connor lo hacía me dejaba a entender que yo era traviesa. Una traviesa perra, tal vez.

—Sigues siendo una muñeca —Llevé la pajilla de malteada a la boca para no insultarlo, pero verdaderamente sufría por gritarle que era un idiota. Por todo.

Por amarme. Por quererme. Por gustarme. Por mirarme. Por enamorarme. Si por mi fuera, le pusiese una orden de restricción y así me evitaría ese aleteo estomacal.

—¿Alguien le puede decir a Connor lo cruel que soy? —Pregunté, dirigiéndole una mirada a la pareja de recién casados, a mi nuevo amigo y a Lizet. Los cuatro se quedaron callados.

No puede ser ¿Soy tan tierna? Cubrí mis mejillas con las manos mirando a Connor. Tenía una camisa gris de botones con los tres de arriba desabrochados. Como siempre, él no iba vestido de marca de pies a cabeza, tenía una zapatillas converse y un pantalón de jean que le quedaba justo. Ni tan apretado, ni tan suelto.

—Te ves bien vestido así.

—Oh, Tracey —Susurró, sonriendo—. No me volveré a cambiar de ropa más nunca —Aseguró y fingió estar acalorado

¿Bromeaba? Porque si bromeaba yo me había acalorado y él solo estaba fingiendo. ¿Cuánto se podía desear a una persona como para acalorarse por imaginárselo a él acalorado?

La comida estuvo rápida y lo agradecí, porque de lo contrario iba a llegar tarde a mí última clase. No quería llegar tarde cuando todo estaba resultando tan bien.

—¿Cómo te fue en tu examen? —Preguntó, viendo con deseo sus papas fritas.

Se veían buenas y estando a su lado se veían mejor.

—¿Cómo sabes de mi examen? —Le pregunté, se dio cuenta de mí mirada a sus papas y puso una en mis labios.

La mordí, temerosa de que estuviese jugando conmigo y luego de esto coqueteara con la camarera para hacerme enojar. Porque así eran los hombres y siempre algo como eso me sucedía.

—Dijiste algo de eso en casa de tu padre.

Yo asentí, pero por dentro estaba muriendo. Mis hormonas me hicieron víctima, mis manos estaban sudorosas y por más que las restregaba contra mi pantalón no lograba que dejaran de estar así.

Él me presta atención. Es atento conmigo. Dios, creo que lo besaría justo ahora. Me lamí los labios e ignoré esa reacción de querer comerme al mundo.

–Saqué un nueve –Le respondí en un murmullo que solo él pudo alcanzar a oír. Se alegró.

—Eres una de las chicas más inteligentes que conozco —Me dio un apretón en la mano. Tuve miedo de que se diera cuenta cuán sudorosa estaba —. En la secundaria siempre eras mejor que yo en todo. Hasta en gimnasia —Asentí, dejando que el recuerdo me invadiera.

Los Amantes©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora