8. Un mes.

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Ariel.

—No.—respondo sin darme cuenta, pero es la verdad al fin y al cabo.

—¡Pero como tan!..., ahora mismo vamos a ir a la farmacia por la píldora del día después me escuchaste.

Me está asustando.—Sí..., sí, tienes razón, no había pensado en eso, gracias. —le digo apenada, dudo que se le pase el enojo tan rápido, de todas maneras lo que ahora respecta es tomarme esa pastilla.

Sin decir ni una sola palabra más, nos dirigimos a la farmacia más cercana que se encuentra a tan solo unas cuadras de mi departamento, cuando llegamos de ahí me tomo la píldora de inmediato, liberándome de cualquier consecuencia que pude haber tenido.

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—Vamos ya no estés así mujer. —digo a Fernanda — fue un error solamente, no me puedes condenar para siempre. —le sonrío y ella me mira irónica.

—Sí está bien oh, solo que..., no te creía así Ariel, tú no te comportas de esa manera.

—¡Y por eso te digo que fue un error!, tu sabes bien que no soy de esas que se anda acostando con todos los hombres que encuentra. Aun me pregunto y trato de entender como llegue al extremo de acostarme con él, no sé cómo explicarlo..., —digo un poco avergonzada.

—Facil, los ojos azules, ese rostro y ese cuerpazo... que me hubiera encantado conocer de hecho.—ríe y yo igual. —..., te derritieron y caíste.—añade.

—Algo así. —contesto. —ahora solo me queda dar vuelta la página.

—No tienes de otra amiga. —replica ella y yo asiento, sin embargo sé que el rostro de aquel hombre no se me irá tan rápido de la mente, quizás para él fue una más de sus noches pero para mí fue la primera vez que estuve con un hombre, y eso no se me olvidará jamás.

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Las primeras dos semanas se pasan volando, a Fernanda por suerte le ha ido excelente en el centro de salud mental y no dudo que en unos días más ya la contraten, y yo, maldita sea, por más que trato y trato de concentrarme cien por ciento en mi trabajo y en mis cosas, el condenado ese de Chris, sigue apareciendo en mis pensamientos.

La tercera semana sigue igual, con la diferencia de que me entristece enormemente el caso que estoy atendiendo ahora de este niño, Edgar.

Él perdió a su familia hace cuatro semanas en un accidente automovilístico, los primeros días pasó en shock, comiendo casi nada y sin hablar nada. Despues de eso fue llevado con su abuela, quien es la última persona que le queda en su familia.

Me encomendaron la misión de ayudarle, yo si bien me especialicé en ayudar a niños, y me he desempeñado en eso totalmente desde que empecé a trabajar, jamás había visto un caso tan terrible como este, pero voy hacer hasta lo imposible para sacarle a delante y conseguir que este niño vuelva a sonreír.

De que empezamos la psicoterapia ha hablado muy poco, me contó las cosas que le gusta hacer, que le encantaba jugar con su hermanito Harry, el cual ya no está por el accidente, llevándolo de inmediato al fallecimiento de sus padres. Lágrimas caen por sus mejillas mientras relata lo mucho que los extraña y yo me mantengo firme para no llorar con él.

No aguanto más y le abrazo con fuerza, resistiéndome la tristeza que me invade y haciéndole sentir que no está solo en este sufrimiento, cuando un psicólogo atiende un caso tiene que aferrarse a este y comprender cada detalle para encontrar la salida a todo el dolor.

—Vamos Edgar... —le digo secándole sus lágrimas. —..., a tus padres y a tu hermano no les gustará verte llorar todo el tiempo, ¿quieres entristecerlos?

—No..., pero los extraño demasiado, mi abuelita dice que están en el cielo pero yo quiero que regresen...,

—Ellos estarán aquí.... —digo señalando la parte izquierda de su pecho.—...en tu corazón mi niño, protegiéndote y cuidándote. Sé que los extrañaras mucho pero tienes que dejarlos volar...,

—¡¿Entonces me quedaré solo?!

—No, claro que no estás solo, tienes a tu abuelita..., y ahora a mí.

—Pero usted es mi psicóloga.

—¿Y no puedo ser tu amiga?

—He..., ¿de verdad quiere ser mi amiga?

—Sí. —le sonrío y él también lo hace—si quiero ser tu amiga. —asiente. —y prometo que siempre estaré a tu lado para todo lo que necesites, ¿bueno?

—Bueno. —me sonríe.

—¿Qué te gustaría hacer el fin de semana? —le pregunto de repente, como un impulso.

—¿Por qué?

—Primero dime que te gustaría hacer y después te digo.

Él ríe.

—He..., me encantaría ir al zoológico.

—Entonces ahí iremos—le sonrío y en sus ojitos yace una pequeña alegría. —¿Qué te parece que hable con tu abuelita para que te dé permiso y los tres vamos al zoológico el sábado?

—¡Enserio!

—¡Sí! —le digo y me abraza feliz, tanto como yo lo estoy por haberle sacado una sonrisa. Luego de eso llamo a su abuela, Maria, quien se encontraba afuera.

Le aconsejé que tiene que mantener a Edgar enérgico, ojala llevarlo a diferentes lugares a distraerse y a divertirse, tratar de alimentarlo lo mejor posible y hacerle sentir que nunca estará solo.

También le comenté los planes que había hecho, sin embargo me miro apenada y confesó que no tenía trabajo, ni cómo pagar una sola entrada al zoológico, dios mío..., porque a gente inocente le tiene que pasar todo esto.

—No se preocupe señora María, yo pagaré todo.

—No, como se le ocurre señorita...,

—Pero ve...—insisto antes de que siga negándose. — Edgar tiene que distraerse y usted también, por muy fuerte que se demuestre yo sé que está tan afectada como su nieto..., vamos anímese, además no corresponde que pagué la entrada porque es una invitación mía. —ella me sonríe.

—Gracias señorita..., de verdad.

—De nada. —digo debatiendo en mi mente como ayudarla, de repente en mis pensamientos nace la idea de darle trabajo en mi departamento como asesora del hogar, si bien no necesito una tengo que apoyar a esta gente y no se me ocurre nada más.

Iba a decirle de mi idea pero un leve mareo me lo impide, siento como un ardor va hacía mi cabeza, haciéndome que me tambalee un poco y de la nada, surge en mi unas nauseas enormes.

—¿Se siente bien señorita Ariel? —me pregunta.

—S-sí...—respondo e intento decirle pero las ganas de vomitar se me hacen cada vez más grandes, necesito ir al baño ahora. —Adios. —le digo y ella me abraza, agradeciéndome.

La dejo en la puerta y me despido también de Edgar, quien me acuerda del sábado. Después de eso, lo más rápido que puedo voy hacía el baño, aguantándome las arqueas que tengo cada cinco segundos. A penas llego al baño voy hacía la tasa y bruscamente boto todo lo que había comido,¡que asco!

holaaaaa!, ems, nada, espero que les haya gustado y cualquier opinión que tengan no olviden dejarla en un comentario(: besosss!

mellizos evans «chris evans»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora