Día 1: Conociendo al diablo

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«Y»

No esperaba hacer amigos tan pronto pero así lo hice. Todd y Max son lo mejor que me pudo haber pasado luego de mudarme a una ciudad nueva, a mitad de mi último año de secundaria. Aunque miento. Lo mejor que me pudo haber pasado fue conocer a Gigi Bowell ayer por la tarde.

Cuando entró por esa oxidada puerta pensé que me iba a encontrar con otro "chico problema" o la típica chica que parece haber salido de esas fiestas "felices" - si entienden de lo que hablo.

No me esperaba ver a la representación en vida de una persona completamente normal.

Ella era normal.

No podía decir a qué grupo encajaba pues no reflejaba nada. Usaba jeans como todo adolescente, una blusa suelta con patrones muy de moda esta temporada, cabello amarrado en una coleta con descuido, sin lentes - así que, nerd estaba descartado de la lista - y zapatillas de meter color piel. Era un aspecto relajado pero pulcro. Ni mucho ni poco.

La observé durante todo el rato que le tomo entregar su pase de castigo a Douglas y sentarse. Su incomodidad cuando el grasoso le recorrió con la mirada de arriba a abajo, sin vergüenza alguna, me hizo simpatizar con ella.

Asco de ser humano, debería estar en prisión por mirar así a las menores de edad. ¿Cuántos años tiene? De cuarenta no baja.

Regresando a Gigi. Su caminar era normal aunque algo pesado, con eso descarté al tipo atlética. Realmente era un misterio para mí.

Se sentó con pereza en la silla y dejó caer su mochila para luego volver a recogerla.

¿Qué quería sacar? Quizás un cuaderno para colorear o dibujar algo.

Quizá sea del tipo artista.

La desilusión me llegó cuando sacó su celular.

Genial. Otra perdida más.

Recuerdo haber pensado y dejé de hacerle caso. Casi al minuto, Douglas la regañó y decomisó su teléfono. Me reí por lo bajo.

Bienvenida a mi mundo, querida.

Ahora que no tenía su tan ansiado portador de wifi, pensé que sacaría un cuaderno como predije, pero no. Solo que quedó mirando al techo como si buscara el secreto de la vida en él.

Interesante.

Emití un sonido siseaste para captar su atención y resultó, pero solo me miró de reojo.

Ok, intento número dos.

- Hey - saludé moviendo las manos de lado a lado.

Paré de hacerlo para fijarme si el gemelo perdido de Homer Simpson nos estaba observando. Por suerte él seguía enfrascado en su periódico, tanto que la mostaza de su sándwich se le estaba chorreando por detrás y ni cuenta se daba.

Cuando por fin me miró, ella tenía el ceño tan fruncido que podría haber cogido el lapicero más cercano y delinear la enorme "V" que se formaba en su entrecejo.

Decidí tomarle el pelo.

- Hola, weirda - dije, ella pasó del enojo a la confusión.

- ¿Qué me has dicho? - preguntó indignada. Reprimí las ganas que tenía por reírme...

...pero es que su cara, su cara era un chiste en sí.

Después de eso, las cosas cayeron en su sitio. Era el destino.

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