Día 28: Poniendo las cosas en orden

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«G»


— ¿A qué te refieres con que podemos vencerla? Son solo fotos —cuestiono confundida.

—Fotos de ella desnuda — corrige.

—No sé Y, es demasiado bajo — respondo insegura. Al parecer mi tan famosa bravuconería sí tiene un límite.

—G, mi dulce G, esa chica te humilló frente a toda la escuela, la comunidad de youtube, el mundo, ¡hasta los profesores han visto ese vídeo!

— ¡¿Qué?! — empiezo a gritar.

No puede ser, no puede haber hecho eso, no puede...

Al ver cómo empiezo a entrar en pánico, Yoyo levanta las manos y las posa sobre mis hombros en un gesto que llama a la calma.

—Tranquila G, ya hice que unos amigos los borraran. Pero tengo una copia en caso de.

— ¿Cómo pudiste borrarlo? —indago rápidamente.

—Eh...digamos que en mi clase de química hay un par de amigos que les gusta mucho meterse sin permiso a las computadoras de los demás.

— ¿¡Tienes amigos hackers!? — pregunto alarmada. ¿Cómo hace para tener tantos amigos? Yo a las justas estoy empezando con los demás.

—Un par, te caerán bien si quieres que vengarte de Tara. Hasta podríamos meternos en su cuenta, quizá tenga más vídeos y fotos como estas — propone con su sonrisa maquiavélica tatuada en el rostro mientras me muestra la pantalla de mi teléfono.

—No — respondo tajante quitándole mi teléfono.

Decido hacer algo que debí hacer hace mucho y borro la conversación con Tara incluyendo todo lo que estaba en ella (fotos, videos, etc.).

— ¿¡QUÉ HICISTE!? — reclama Yoyo arrebatándome el teléfono y tratando desesperadamente de recuperar lo eliminado.

Cuando se da cuenta de que es inútil me manda una de sus peores miradas. Está cabreado.

— ¿¡Por qué lo hiciste!? ¡Era nuestro único as bajo la manga! ¡Hubiéramos podido colgarlo en la red, la teníamos en la palma de nuestra mano! — me grita exasperado.

—No era lo correcto — me limito a decir y, abrazando mis piernas, apoyo mi quijada sobre mis rodillas.

Yoyo tiene los ojos abiertos, incrédulo, las aletas de su nariz se abren y cierran producto del enfado, pero no agrega nada más. Solo pasa una mano por su rostro como si estuviera cansado y luego se deja caer sobre la cama. Coloca un brazo sobre su rostro, cubriéndolo. Claramente no quiere hablar ahora.

Lo dejo estar.

—Tú ganas, pero te apuesto que esa era nuestra única oportunidad de vengarnos — reniega después de unos segundos. Parece un niño resentido luego de que hiciera su rabieta y no le dieran lo que quería.

Negando con la cabeza al ver la faceta infantil de Yoyo, me acerco un poco para acariciar su cabeza mientras sonrío. Este es el lado que más me gusta de él, cuando baja la altitud altanera y las bromas. Y me agrada saber que soy la única que lo ha visto así.

Después de un par de minutos, Yoyo retira su brazo para que acaricie su frente también. Me sorprende los rizadas que son sus pestañas, las mías son largas y rectas. Como una jirafa según mi mamá, quien se las para rizando cada vez que sale a algún lado. También observo que tiene diminutas pecas, casi imperceptibles. Sus cejas son pobladas y tiene una bonita forma, su quijada recta y en sus mejillas hay un par de hoyuelos a los que nunca les presté atención. Finalmente están sus ojos, grandes, del color de un cielo de verano con blancas nubes en él, raros pero hermosos.

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